La España interior / DANIEL ROSELL

La España interior / DANIEL ROSELL

Letras

Viajar por casa

El coronavirus impide salir al extranjero este verano y permite redescubrir los paisajes de la España interior como destino cultural gracias a su extensa tradición literaria

18 julio, 2020 00:10

España fue hace dos siglos uno de los lugares preferidos por los viajeros románticos, principalmente anglosajones. Enseguida vienen a la mente los nombres de Washington Irving y otros, que se extienden hasta el primer tercio del siglo XX con Robert Graves, Kate O’Brien o Gerald Brenan, entre muchos más que no solo viajaron aquí sino que se asentaron entre nosotros. Aparte de los foráneos, España también ha sido objeto de la atención de los nativos, y no es escasa la literatura sobre viajes por el interior de nuestra patria, aunque sin parangón en cantidad con la que los ciudadanos de otros países han escrito sobre los suyos. En los tiempos actuales, en los que las recomendaciones del Gobierno y las que dicta el sentido común (a veces coinciden ambas) invitan a vacacionar en España, no parece ocioso hacer un repaso de algunos de los libros de españoles que narran nuestro paisaje y viajan por nuestra literatura.

La piel de toro es amplia y está más que moteada con muchas variedades en el conjunto de territorios que la componen. Si le sumamos los archipiélagos canario y balear, más las ciudades autónomas norteafricanas, la geografía es vasta y casi hay que agradecer que Cuba o Filipinas no sean ya integrantes de España. Sobre esta hay ya suficiente literatura. Dionisio Ridruejo, que conoció las estepas rusas durante la campaña de la División Azul, sobre la cual escribió poemas y páginas de diario, es autor también de libros de andar por casa sobre Ávila, Burgos, Segovia y Soria (provincia donde nació en Burgo de Osma en 1912), todos reeditados en la editorial Gadir. Fueron incluidos originalmente en una Guía de Castilla la Vieja en dos tomos que a su vez formaba parte de una amplia serie de obras sobre las regiones de España que fue publicando la editorial Destino a lo largo de muchos años, donde también firmaron sendas guías regionales Josep Pla (Cataluña, Costa Brava y Baleares), Joan Fuster (el País Valenciano), José María Pemán (Andalucía) o Pío Baroja (Euskadi). 

Josep Pla

El escritor catalán Josep Pla

Manuel de Lope escribe en su prólogo a Burgos: “Es el diario de un viajero erudito, de espíritu catalogador, al que se suma una virtud que solo puede definirse ambiguamente como sensibilidad”. En el prefacio a la Guía, Ridruejo mostraba las coordenadas de su propósito: “pretende no privarse de la digresión ensayística, de una cierta morosidad en la descripción de paisajes y ambientes, de introducir en el retrato una cierta cantidad de datos geológicos, económicos, históricos, sociales, psicológicos y artísticos, sin contar otros de carácter práctico que pudieran convenir a la comodidad del viajero”. 

El ex falangista no siempre viajó solo. De hecho, solía hacerlo con Juan Benet y Fernando Chueca Goitia, cada uno de estos aportando sus propios conocimientos, que no eran pocos. La editorial Destino publicó sueltos estos tomos, a los que hay que sumar los dedicados a Logroño y Santander, no recuperados por Gadir. La guía de Pemán está disponible en Almuzara. El tiempo ha pasado por muchas de estas páginas, pero ello en realidad suma al encanto de trasladarse por el espacio el de hacerlo por el tiempo, como cuando Pemán anota ranciamente sobre la calle Sierpes de Sevilla: “Y allí se piropea. El piropo es un madrigal de urgencia según la apretada definición d’orsiana. Es cierto que se presta al abuso o a la chabacanería; pero todo lo bello es difícil y tiene su contrapartida de riesgos. Ser, en unos segundos, un Gutierre de Cetina rápido y comprimido no está a la mano de cualquier mortal”.

El viajero en Galicia

Pemán, a quien no lee hoy prácticamente nadie, frecuentó las páginas de ABC, pero el autor que acaso más piezas periodísticas agavilló a lo largo de su carrera, en la que llegó a ser director de El Faro de Vigo, fue Álvaro Cunqueiro, un portento de gracia y amor por la vida, la buena cocina, los buenos caldos y la mejor literatura, no menos sabrosa. Son varios los títulos en los que nos da su visión de la tierra que lo vio nacer. Por ejemplo, Viajes y yantares por Galicia (Alvarellos): casi una cuarentena de artículos (esa distancia de dos folios que manejó como muy pocos) que publicó en Vida Gallega entre 1954 y 1963. El mindoniense es también autor de El pasajero en Galicia (Tusquets) y Por el camino de las peregrinaciones y otros textos jacobeos (Alba). Cualquier página suya es un pórtico insuperable para adentrarse en la tierra y, sobre todo, en el alma gallega.

Cunqueiro, Pla y Torrente Ballester en El Mosquito

Cunqueiro, Pla y Torrente Ballester en El Mosquito

Cunqueiro frecuentaba el restaurante vigués El Mosquito, en una de cuyas paredes se exhibe una fotografía de grupo en la que aparecen el autor de Merlín y familia junto a Gonzalo Torrente Ballester y Josep Pla. Este, además de las referidas guías, escribió una de Cadaqués y un delicioso Viaje en autobús (Austral), que fue viendo la luz como una serie de artículos en la revista que compartió título con la editorial Destino. Es un viajero con el que se puede identificar el lector común: “Confieso sentir poca afición al exotismo. Mi heroísmo y bravura son escasos. Me gustan los países civilizados. En mis libros no hay mosquitos, ni leones, ni chacales, ni objeto alguno sorprendente o raro”. No obstante, es una Cataluña remota de principios de los años cuarenta. De la mano de este payés que parte de su masía podemos disfrutar del paisaje y los tipos humanos sin necesidad de padecer las cartillas de racionamiento o el “siniestro” estraperlo.

El escritor Camilo José Cela, fumando un habano.

Camilo José Cela, fumando un habano

Seis años después, en 1948, Camilo José Cela publicaba Viaje a la Alcarria (igualmente en Destino). El Nobel también dio a la imprenta sus recorridos por otros lugares: Del Miño al Bidasoa (Debolsillo), Primer viaje andaluz (agotado) y Viaje al Pirineo de Lérida (Austral). Gallego como él, Julio Camba escribió un popurrí de artículos periodísticos llenos de humor y de finura recogidos en Galicia (Fórcola).

Impresiones y paisajes de Federico García Lorca (La Línea del Horizonte) reúne textos del autor del Romancero Gitano sobre Baeza, Ávila, Silos, San Pedro de Cardeña, Burgos o su natal (y mortal) Granada, entre otros sitios. Es su primer libro. En su colofón, observa: “Los recuerdos de viaje son una vuelta a viajar, pero ya con más melancolía y dándose cuenta más intensamente de los encantos de las cosas. Al recordar, nos envolvemos de una luz suave y triste, y nos elevamos con el pensamiento por encima de todo”

San Sebastián

María Belmonte firma Los senderos del mar. Un viaje a pie (Acantilado) que lo es por el litoral vasco de Bayona a Bilbao. Como en los mejores libros del género, este trenza anécdotas, divagaciones, citas. Cuando alguien nos acompaña en un viaje nos gusta, como gustaba a los marinos de antaño, que por él (o ella) nos acompañen otros con sus respectivas historias, que eso es la vida: una mochila llena de historias propias mezcladas con las ajenas. En el otro extremo de la geografía peninsular, y no ya a la vera del Cantábrico sino siguiendo uno de los grandes ríos del país, Viaje por el Guadalquivir y su historia (La Esfera), de Juan Eslava Galán, ofrece también amenidad y sabiduría. Estajanovista, el jiennense desde hace años residente en Madrid comparte con el buen viajero la virtud de levantarse temprano; en su caso, para desplegar ante el lector el paisaje, por él creado, de sus libros. Este, es tanto sobre una geografía como acerca de una historia.

A la otra punta de Andalucía corresponde Campos de Níjar, de Juan Goytisolo, un clásico. Entre un punto y otro: Torremolinos. De pueblo a mito (Litoral) de Alfredo Taján, donde se traza una mirada colectiva a los orígenes de la Costa del Sol. Por tierras de Portugal y España y Andanzas y visiones españolas (ambos en Alianza) es de Unamuno. Vasco como él, Fernando Savater ha retratado la ciudad de su infancia y juventud en San Sebastián (Confluencias), donde por orden alfabético dedica a la Bella Easo (así se la llamaba antes con nombre alternativo, antes que Donosti) entradas como Barquillos, La Concha, Hipódromo, Igueldo o Tamborrada.

Las rosas de piedra

A Julio Llamazares le debemos numerosos libros de viajes, entre ellos El río del olvido sobre la montaña leonesa, pero sobre todo el titánico empeño de Las rosas de piedra, y Las rosas del sur, dos volúmenes en Alfaguara sobre las setenta y cinco catedrales de España. Con la paciencia de los canteros que las labraron, Llamazares es un flâneur de la piedra, pero también de los hospedajes que las rodean, y de las casas de comidas donde recobrar fuerzas. Tan magna obra está compuesta desde la humildad: “me limito, como hago siempre que viajo, a contar lo que he visto y me ha sucedido, sin pretender convertir mi viaje en una lección”, advierte el autor. Dan ganas de consignar aquí el número de páginas con cifras romanas, que es lo que cumple: la friolera de XIII centenares (¿o son siglos?). Una obra también de letra apretada y abarcadora es Viaje al corazón de España (Arzalia), de Fernando García de Cortázar, donde se nota la impronta didáctica de su autor, con ilustraciones y cartografía, y también una declaración de amor.  

El Rastro. Andrés Trapiello.

España, que durante mucho tiempo fue objeto de una tendencia centrípeta, hoy la padece centrífuga. Cosa de ciclos, como las lavadoras. No hay que olvidar, sin embargo, la capital. Hay muchos libros sobre Madrid. Ninguno como El Rastro (Destino) de Andrés Trapiello, sobre una parte y un día de ella. Pero el autor leonés ha retratado en sus diarios del llamado Salón de pasos perdidos (Pre-Textos) los barrios madrileños, empezando por el suyo y la hermosa calle en que habita, próxima a las Salesas, aunque también con una gran sensibilidad el campo extremeño, esa zona de lagares próxima a Trujillo, además de los viajes que realiza por toda España para ser jurado de un premio, dar una conferencia, componer un libro.

Sergio del Molino, también viajero impenitente merced a los bolos que ofrece (u ofrecía) la literatura, es autor de La España vacía. Viaje por un país que nunca fue (Turner), con numerosas reediciones. Se supone que para no pagar regalías, siquiera intelectuales, muchos han transformado su título, al referirse al país desertizado del interior, en el sintagma La España vaciada. Otro libro suyo, Lugares fuera de sitio, obtuvo el Premio Espasa de Ensayo hace dos años: se ocupa ahí el zaragozano de emplazamientos fronterizos, enclaves como Olivenza, Gibraltar, el Condado de Treviño, Ceuta o Melilla… Si ancha es Castilla, más lo es España.