La actriz Teresa Gimpera, una de las míticas artistas de la generación de 'Bocaccio'

La actriz Teresa Gimpera, una de las míticas artistas de la generación de 'Bocaccio'

Letras

Bocaccio, figuras de un paisaje

La crónica generacional del histórico local de la calle Muntaner de Barcelona evidencia la distancia entre el mito de la ‘gauche divine’ y la realidad de su compromiso

6 marzo, 2020 00:10

En febrero de 1967 Oriol Regás abría las puertas de Bocaccio. La discoteca, situada en el número 505 de la calle Muntaner de Barcelona, se convertiría en lugar de encuentro nocturno de escritores, artistas, editores, arquitectos, diseñadores y músicos. La burguesía ilustrada de la ciudad, tal y como la definía hace algunos años Alberto Villamandos en El discreto encanto de la subversión. Una crítica cultural de la gauche divine (Laetoli), parecía haber encontrado un espacio para la diversión y la frivolidad, así como para el intercambio de ideas, la discusión, la creación y la práctica del izquierdismo de salón. Bocaccio se convirtió pronto en un lugar de moda, pero solo para unos pocos elegidos. En aquella Barcelona del tardofranquismo jugó su papel, pero, cabe preguntarse, cuán verdaderamente decisivo fue y hasta qué punto no estuvo circunscrito a un momento y a un grupo social concreto. 

En Viaje de Ida, Román Gubern describe el ambiente que se vivía en la famosa discoteca barcelonesa así: “Se discutía de lo humano y lo divino, desde la sexualidad polimorfa a la metafísica aplicada; se hacían proyectos públicos y privados, se cuestionaba la vida en pareja, pero también se impulsaron proyectos de editoriales, libros y películas”. ¿Fue, como dice Villamandos, el elitismo de aquel grupo el que favoreció el mito cultural de Bocaccio? ¿Era su posición privilegiada la que les permitía practicar la frivolidad y ejercer la reflexión intelectual sin problemas? ¿Tenían conciencia de la posición que ocupaban dentro del campo cultural? 

Todas estas preguntas resurgen ahora, cuando están a punto de cumplirse los 35 años del cierre del templo del deleite mundano barcelonés. Se las hace en el libro Bocaccio. Donde ocurría todo (Destino) el periodista Toni Vall, que ha querido rendirle su homenaje a la boîte barcelonesa con la publicación de una monografía y una exposición que se puede ver en el Palau Robert hasta mediados de abril.  

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El libro no es exactamente la historia del local de la calle Muntaner. Tampoco es la crónica de sus parroquianos, ese grupo de intelectuales al que Joan de Sagarra bautizó para siempre como la gauche divine. Vall lo define como la obra de un coleccionista, el trabajo de alguien  entusiasmado con todo aquello que rodeó Bocaccio, desde su estética hasta los personajes que pasaron por el local, a los que Vall entrevista, convirtiendo cada capítulo en una conversación con nombres como Colita, Serrat, Oscar Tusquets, Rosa Regás, Enrique Vila-Matas, Teresa Gimpera o el citado Segarra. Otras lecturas no son tan entusiastas. Vázquez Montalbán, por ejemplo, definió a aquella generación como la izquierda que ríe. El empresario y columnista Armand Carabén los llamará la gauche crétine. El poeta J. V. Foix será aún más irónico: denomina a muchos de los habituales de Bocaccio como la droite satanique

La mayoría de los entrevistados, sin embargo, reivindica el legado de esta generación dentro del campo cultural y elogian la importancia de Bocaccio. Rosa Regás describe el local, propiedad de su hermano, como una “anticipación” y una “epifanía”, términos quizás algo excesivos, pero que no sorprenden mucho, puesto que en El valor de la protesta, la escritora ya se mostró crítica con sus detractores: “Los moralistas, que siempre los hay, acusan a sus componentes de elitistas, frívolos adinerados que jugaban a la izquierda progresista, y afirman que la gauche divine no tenía el menor interés y que la suya fue una vida breve”. 

el discreto encanto de la subversion

el discreto encanto de la subversion

El libro de Vall demuestra que el bullicio de aquellos años tiene un indudable interés sociológico. La lectura de sus entrevistas evidencia el valor artístico e intelectual de nombres como Félix de Azúa, Jorge Herralde, Beatriz de Moura o Juan Marsé. Pero también deja patente la ausencia de un verdadero compromiso político y social más allá de las palabras y de las poses, algo que podría quizás obedecer al estrato socioeconómico del que provenían la mayoría de ellos, a excepción de Maruja Torres y Juan Marsé. Joan de Segarra explica que muchos de los miembros a este grupo no eran propiamente pijos, pero lo cierto es que en Noches en Bocaccio Juan Marsé parodia el ambiente elitista en el que se movían, del que él mismo terminaría formando parte: “Por supuesto hoy sabemos que la naturaleza de ese poder [el de la gauche divine] no era más que una fantasmal y noctámbula inclinación al reencuentro, una manera de beber, un guiño de la inteligencia en horas de relajo”. 

La añoranza favorece la idealización. En los testimonios recogidos por Vall predomina la nostalgia. Se entiende. Sin embargo, si nos alejamos un poco y observamos con perspectiva lo que realmente significó Bocaccio cabe preguntarse si, a pesar de que, como ya escribió Villamandos, trajo aire fresco al campo cultural, ideas y formas nuevas, una estética de vanguardia y “una modernidad urbana y europea”, es imposible pasar por alto su situación excepcional y el hecho de que su implicación personal contra el franquismo fue muy relativa en comparación con el protagonismo otros grupos sociales de la propia Barcelona.

No hay que olvidar que, tras el encierro de muchos de los habitué en Montserrat para condenar los juicios de Burgos, hubo manifestaciones frente a las puertas de la discoteca y alrededor de la calle Tuset, otro de los centros neurálgicos de los jóvenes intelectuales de aquel tiempo. En estas concentraciones se repartían papeletas que decían: “La misma burguesía que asesina en Burgos se refugia en la paz de Tuset”. Muchos de esos jóvenes que participaban en los viajes que Oriol Regás organizaba al extranjero no solo se formaron, sino que vivieron el antifranquismo de los últimos años de la dictadura desde París, Londres o Nueva York. En una reciente entrevista, Rosa Regás lamentaba que todo lo que se hubiera escrito sobre la gauche divine estuviera –a su juicio– mal. En cierto sentido, es cierto. Porque lo que no se ha hecho hasta ahora es una lectura verdaderamente crítica, más allá de la evocación, del papel que jugaron aquellos jóvenes intelectuales.