El escritor Rodrigo Fresán / LENA PRIETO

El escritor Rodrigo Fresán / LENA PRIETO

Letras

Rodrigo Fresán: "Mi meta en la vida es poder escribir libros extraterrestres"

El escritor argentino, que acaba de publicar 'La parte recordada', defiende la construcción de una autobiografía personal mediante los recursos de la ficción

27 octubre, 2019 23:48

Nacido en Buenos Aires, Rodrigo Fresán proviene de un país, Argentina, donde el cuento es el género literario por excelencia. Sin embargo, el escritor afincado en Barcelona dejó atrás hace tiempo dicho género para embarcarse en uno de los proyectos novelescos más ambiciosos de las letras hispánicas de las últimas décadas. Con La parte recordada (Literatura Random House), Fresán concluye un tríptico iniciado hace más de una década con La parte inventada, a la que siguió La parte soñada. A través de la figura de un escritor, el autor indaga a lo largo de 2.000 páginas acerca de los mecanismos de la escritura. Para él, la invención, el sueño y el recuerdo son tres de los movimientos esenciales de todo acto de escritura. 

Decía Foster Wallace: “El objetivo de la buena ficción es la de darle calma a los perturbados y perturbar a los que están tranquilos”.  

–Cuando escribo no pienso en la instancia del lector fuera del texto. Pienso solamente en el lector que soy mientras estoy escribiendo y, en todo caso, pienso si deseo perturbarme o no. Y no entiendo la perturbación como algo negativo que me cause desazón, angustia, preocupación o hastío, sino como algo que me divierte y me sorprende. Cuando escribo no puedo pensar si mi texto va a sorprender o perturbar positivamente a los lectores. De todas formas, a estas alturas del partido y conociendo los anteriores libros, creo que necesariamente mis lectores tienen que parecerse a mí, tener conmigo ciertas filias y fobias. Me gusta pensar que los lectores son siempre más inteligentes que yo.

–En sus novelas encontramos su universo: al Fresán escritor, al Fresán lector, al Fresán periodista, al Fresán aficionado a la música…

–En términos estrictamente biográficos, uno lee antes que escribir. Para mí no hay una separación entre el escritor y el lector. Uno es consecuencia del otro. En cuanto al periodismo, soy periodista para financiarme mi faceta de escritor y debo decir que, a lo largo de todos estos años, he sido muy afortunado porque todos mis jefes han sabido ver siempre que yo no soy, nunca fui, un periodista ortodoxo. Lo que les ha interesado han sido mis obsesiones. Hay partes de La parte recordada, como es el making off del White Album de The Beatles o la descripción de esos no lugares de Estados Unidos representados por ciudades agonizantes, que yo escribí en forma de artículo para distintos medios sabiendo que terminarían formando parte de la novela. De esta manera consigo financiarme mis obras a la vez que me obligo a escribir sobre cuestiones que, quizás, no me preocuparían tanto de no tenerlas que incluir en alguna novela. El protagonista del libro no soy yo y, si bien comparte mi manía referencial y mis intereses, en él hay una adicción dramática tanto a sus filias como a sus fobias. Podríamos decir que su manía referencial es un mecanismo de defensa para no contar su historia. 

Rodrigo Fresán / LENA PRIETO

–Cuando le entrevisté por La parte inventada me definió al protagonista como un hombre que ha renunciado a vivir por su pasión por la literatura. 

–Efectivamente, pero, además, si bien, repito, el protagonista no soy yo, representa aquello que yo habría podido llegar a ser de haber tomado otras decisiones. En cierta manera, él es por sí mismo como los múltiples universos de la Marvel: si yo hubiera tomado o hubiera dejado de tomar determinadas decisiones muy firmes en mi vida habría terminado pareciéndome en exceso a mi personaje. Evidentemente, no habría tenido nunca una hermana loca escritora de best-sellers ni habría denunciado a mis padres, pero sí habría podido convertirme en un freak adicto a mis obsesiones.

–En cuando a decisiones, es determinante para su personaje su renuncia a la paternidad en favor de la literatura.

Juan Ignacio Boido me comentaba que para él uno de los temas del libro era tener o no tener hijos. Es un libro muy influenciado por mi hijo, que fue quien diseñó las tres portadas y quien me descubrió el muñeco de hojalata tan presente en los tres libros. La escritura de esta novela ha surcado toda su vida; empecé a escribir La parte inventada hace diez años, cuando él era muy pequeño. Al protagonista le marca no tener hijos, algo por lo que optan muchos escritores, convencidos de que un hijo les puede complicar su trabajo. Sin embargo, para mí, en términos estrictamente utilitaristas, tener un hijo es pura ganancia para un escritor; ante todo, porque revives toda tu infancia. A veces tengo que atarme las manos para no ficcionalizar a mi hijo, algo que me niego a hacer.

–La reflexión sobre ser escritor y tener o no tener hijos se despliega a lo largo de los tres libros siguiendo el desarrollo de su protagonista.  

–Si no recuerdo mal, Alan Pauls escribió sobre el tema de la paternidad en mi obra señalando que, al inicio, el hijo estaba en el pasado, mientras que ahora está en el presente y, sobre todo, en el futuro. En estos tres libros, a la vez que se reflexiona sobre qué significa para un escritor tener un hijo, se presenta la figura de escritor puro y duro. Es una figura recurrente que tiene como referente a Vila-Matas, que para mí siempre ha sido un faro. Durante mucho tiempo era más conocido en México y en Argentina; aquí era una especie de loco del altillo, pero se las ha arreglado para construir sus propios lectores, si bien es cierto que aquí solo fue reconocido cuando comenzó a ser premiado fuera. Yo lo conozco hace treinta años y nos llevamos muy bien, porque hay un reconocimiento y un respeto mutuo. Te puede gustar más o menos, pero es un escritor y es un lector. A mí personalmente me gusta todo lo que hace.

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–La obra se estructura a partir de la idea de un tríptico, pero cuando escribía La parte inventada no tenía previstas la segunda y la tercera parte. 

–Este tipo de estructura viene de lejos, de mis años de formación, de cuando vi 2001 Odisea en el espacio y de cuando escuché A day in the life de The Beatles por primera vez. Ambas obras están estructuradas en tres partes y a mí, personalmente, la idea de lo trino siempre me ha funcionado muy bien para ordenar cosas que, de otra manera, no tendría manera de clavarlas en mis libros.

–¿Detrás de esta superposición de tiempos está la figura de los Trasfalmadonianos de Vonnegut?

–Mi meta en la vida es poder escribir libros extraterrestres. Cuando leo a Vonnegut y observo cómo describe en Matadero 5 los libros trasfalmadonianos me doy cuenta de que lo que yo intento hacer en literatura es ese tipo de libros donde no hay moral, donde todo transcurre al mismo tiempo y donde la acción se desarrolla a partir de momentos maravillosos. No soy un escritor lineal y, precisamente por esto, me cuesta definir esta obra como una trilogía. Yo defino como trilogía El señor de los anillos, que es una novela que tiene un curso lineal perfectamente delineado y que hubiera podido tener una extensión de solo veinte páginas: vuelo en las águilas hasta el volcán, donde se tiraba el anillo y ya está. ¡Nos habríamos ahorrado todas esas batallas! Prefiero definir mis novelas como un tríptico, son como un biombo que se puede cerrar de diferentes maneras, a la vez que se pueden superponer cada una de sus partes. Los libros son tres movimientos que se complementan, si bien es cierto que, probablemente, es en el recuerdo cuando se despliegan tanto los sueños como lo inventado.

–Este tríptico cuenta, entre otras cosas, la relación de un escritor, el protagonista, con la redacción de su obra. 

–En La parte recordada el protagonista, que por fin consigue vivir el presente absoluto, sin ningún tipo de atajo ni de subterfugio, y sin reexaminar nada del pasado, hace alusión a su novela La historia imposible, que correspondería a La parte inventada, libro con el que recupera un cierto prestigio y que Soraya Sáenz de Santamaría regala a otro político. 

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–Usted incorpora una anécdota real –Soraya Sáenz de Santamaría regaló La parte inventada a Oriol Junqueras– a su novela y en este gesto se resume su concepción en torno a la relación de la realidad con la ficción. 

–A lo largo de toda la obra, a través del protagonista, presento una acalorada diatriba en contra la autoficción y contra el realismo. Dicho esto, en un momento dado de la escritura de La parte recordada me di cuenta de que necesitaba algún motivo por el cual el protagonista fuera expulsado de esa Pseudo-Barcelona que ahí se describe. El motivo que necesitaba lo encontré en esta anécdota, que trasladé a la ficción. Me pareció la más perfecta solución para la trama del libro. Yo considero que la realidad nunca tiene que entrar en la ficción como algo estrictamente radiográfico, fiel y fotográfico. La gran lección de Proust reside en que no hace de la autobiografía una ficción, sino que convierte la ficción en autobiografía. 

–Emily Brönte se convierte en personaje para poder narrarse. 

–En esto reside el desafío y lo divertido de la literatura. No termino de comprender a esa gente que necesita contar su vida, aunque no sienta el grado de irritación hacia la autoficción que siente mi personaje, que la rechaza no tanto por convicción personal, sino porque no puede ejercerla, pues si contara su vida se hundiría. Los móviles, la autoficción o la mitificación de la figura del escritor son algunos de los odios de mi personaje, con el que no se me puede comparar, porque yo hago cosas que él odia. Por ejemplo, en un momento dado él confiesa detestar esos libros miscelánea que cuentan el backstage de un pianista ermitaño como Glenn Gould, y lo que yo hago en La parte recordada es precisamente esto, narrar el backstage de Gould. Él no soporta a los escritores chamanes que no hacen otra cosa que escribir sobre las vidas de otros escritores y nutrir a gente que no lee. Sin embargo, yo soy en parte ese tipo de escritor. 

–En relación a reescribirse a través de la ficción y a escribir sobre escritores, un nombre clave es Nabokov. 

–En lo que nos parecemos mi personaje y yo es que, como él, yo tampoco he podido terminar Ada o el ardor. Es un libro que me produce rechazo, pero no sabría decirte por qué. De hecho, me gusta, he leído las primeras sesenta páginas y no puedo decir nada en su contra, pero no he podido ir más allá. Algo similar me pasa con Rayuela. Quizás se trate de libros que no tenga que leer, porque me pueden hacer daño al retratar personajes demasiado similares a mí o porque me pueden generar algún conflicto. Cuando publiqué Mantra, todo el mundo me decía que había hecho una reescritura de Rayuela, que yo paradójicamente no la había leído. Evidentemente, conocía alguno de los personajes, sabía de la existencia de la Maga, pero poco más. Lo que sí conocía era el resto de obra de Cortázar, de quien he leído hasta su última carta, como también he hecho con Nabokov. Son dos de mis escritores fetiches. 

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–Usted también cita con frecuencia a Philip Roth y Saul Bellow

–Las invocaciones a estos escritores, así como a Nabokov están motivadas por un elemento que comparten y es frecuente en la literatura norteamericana, pero no tanto en la española: el héroe canalla. Me interesa mucho esta figura, de ahí que mi personaje, a lo largo de los tres libros, se vaya volviendo cada vez más canalla. Por lo general, en la literatura española el héroe siempre es bueno, el héroe canalla está reservado a ciertos libros de tradición picaresca o novelas que siguen la estela de Bukowski o de Kennedy Toole. Pero en la literatura española los libros con una vocación importante optan por un héroe bueno, algo que me parece un tanto ingenuo e infantil.

–Puede que sea consecuencia del realismo moralizante que define parte las letras españolas.

–Puede ser, aunque no estoy  seguro. Piensa en El Quijote, es la novela canónica de las letras españolas y su protagonista no podríamos definirlo como un perfecto héroe bueno. Basta pensar en los sufrimientos a los que Don Quijote somete a Sancho Panza, por no hablar de su egocentrismo y solipsismo. Es verdad que, al final, hay una especie de redención y se termina queriendo a Don Quijote. A mí, sin embargo, me gustan esos personajes a los que no se les puede querer; me gusta, por ejemplo, Mickey Sabbath de Roth. Además de todo esto, lo que tienen en común Roth, Bellow y Nabokov es que son grandes reescritores de la figura del escritor que son ellos mismos, si bien es cierto que lo que hacen tampoco es del todo original. Antes ya lo habían hecho Henry Miller, Jack London o Dickens. Antes que la literatura del yo, a mí me gusta la literatura del otro que hubiera podido llegar a ser yo de no haber tomado determinadas elecciones.

–El escritor es una figura recurrente en su obra.

–Hay algo de infantil en esto. Siempre quise ser escritor, incluso antes de saber leer y escritor. No creo en Dios, pero estoy agradecido a algún tipo de instancia superior por haber podido cumplir con mi sueño infantil, algo que no es frecuente. De niño se sueña con ser futbolista, corredor de Formula I, presidente… pero rara vez estos sueños se cumplen. Yo, sin embargo, soy escritor tal y como deseaba de niño, y es algo que tengo muy presente, sobre todo en las noches oscuras del alma, cuando tengo problemas. Es un privilegio enorme poder dedicarte a lo que siempre quisiste y, sobre todo, poder definirse escritor tal y como se había soñado. Sin embargo, todo privilegio tiene sus contradicciones y todo escritor padece del miedo a no poder serlo, algo que, afortunadamente, a mí nunca me ha pasado.

–Se definía como un autor no lineal, pero sus tres novelas, a pesar de todas las digresiones, tienen una linealidad.

Ignacio Echevarría me decía con asombro que los tres libros conforman una novela con una historia y un arco dramático que empieza y concluye. Haberlo conseguido es para mí un orgullo casi tan grande como el que siento por haber podido concluir con sentido este tríptico. Si lo piensas, la historia de la literatura está llena de libros inconclusos. Ahí están El hombre sin atributos, 2666… pero yo no quería que mi libro se uniera a esta lista. A principios de año, cuando me faltaba poco para terminar y tenía muchos viajes por distintos motivos, me agarró una especie de temor supersticioso y decidí escribir el final del libro para que quedara muy claro cómo iba a terminar. No quería ser pasto de las típicas conversaciones teóricas en torno a cómo hubiera podido acabar la novela ni quería que mis editores se preocuparan en inventar una manera de vender el libro sin estar terminado. Estos temores coincidieron, además, con la muerte de Claudio López Lamadrid [editor de la novela].

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–López Lamadrid le encargó la escritura de Mantra, novela particularmente importante en su carrera.

–Cuando te encargan algo puedes reaccionar de dos maneras distintas: hacer lo que te piden y quitártelo de encima o hacer lo que yo hice, es decir, atreverme a hacer todo aquello que no me hubiera atrevido a hacer en un libro que fuera estrictamente mío. Escribiendo Mantra descubrí un montón de cosas que posteriormente incorporé en estas tres novelas. De ahí también la dedicatoria a Claudio en La parte recordada, dedicatoria que puse antes de su muerte, a pesar de que él no estuviera de acuerdo, pues no le gustaba para nada la figuración. Para mí, la importancia de Claudio como editor no reside solamente en el trabajo que hizo con cada uno de los libros que le entregué, sino en haberme hecho escribir libros que sin él no hubiera escrito. Cuando terminé La parte inventada, Claudio me dio la autorización para seguir adelante y convertirla en trilogía. No sé cuántos editores hubieran aceptado que su escritor siguiera escribiendo hasta completar una novela de 2.000 páginas.

–¿López Lamadrid fue su Maxwell Perkins?

–Sin duda. Me apoyó con una sola condición: al terminar La parte recordada debía escribir un libro en torno a mis extraños encuentros con gente conocida. Como escritor un poco miserable, cuando murió pensé que quedaba liberado de la promesa, pero inmediatamente después me di cuenta de que ahora estoy más obligado que nunca. Así que lo voy a escribir, pero todavía no he empezado. Ahora estoy en un momento de paso, ocupado en la edición de bolsillo y con la publicación de La parte soñada en Estados Unidos, de La parte inventada en Italia y de La parte recordada aquí y en Latinoamérica. En realidad, se trata de un solo libro. Solo ahora me doy cuenta de que se trata de una novela: lo que digo de La parte inventada no entra en conflicto con lo que pueda decir de los otros dos libros.

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–Le gustan los escritores que siempre escriben de lo mismo

–Sí, es así. Me gusta mucho cuando en directo Bob Dylan vuelve irreconocible Like a Rolling Stone, sin que ésta deje de ser la canción de siempre. Hay escritores capaces de escribir cada vez algo distinto en cada libro; es el caso de Italo Calvino, del que nunca se podía saber cómo iba a ser su siguiente trabajo. Sin embargo, a mí me gustan los escritores que, como Nabokov, Bellow, Dennis Jonson o Iris Murdoch, siempre escribieron el mismo libro: las tramas son distintas, pero el aliento narrativo es el mismo. Cuando le acusaban de escribir siempre el mismo libro, Nabokov decía con esa soberbia propia de él: “Desde muy joven me di cuenta en lo que era genial y me dan mucha pena esos escritores que cambian todo el tiempo, porque están buscando la genialidad que yo encontré desde el principio”. Recuerdo una teoría de Piglia según la cual la pintura se vuelve vanguardia cuando aparece la fotografía; la fotografía, cuando aparece el cine; el cine, cuando aparece la televisión… En cambio, la literatura puede ser vanguardia en cualquier momento, no necesita de nada que la vanguardice más allá de su propio estímulo.

–Aira, sin embargo, sostiene que, a diferencia del arte, la literatura se ha estancado.

–No comparto esta idea. El arte contemporáneo se ha estancado más que la literatura. Warhol ha sido, probablemente, el último gran momento de explosión del arte y, a partir de él, han surgido hasta hoy innumerables epígonos. Para mí Warhol es el equivalente a Carver en arte: está bien que haya existido, pero su influencia es nefasta. Su idea falsa de la facilidad, que es la facilidad del genio, ha hecho que todos crean que pueden imitarlo, sin darse cuenta de que lo verdaderamente genial de la genialidad es que parece fácil. Piensa en un cuadro de Pollock o de Rotko, ¡cuánta gente los ve y piensa que ellos también pueden hacerlo! Lo mismo pasa en literatura: hay mucha gente que cree que puede escribir una novela, hoy más que nunca. Ahora puedes grabar un disco en tu casa. Antes, sin embargo, necesitabas que te abrieran las puertas de un estudio. Para bien o para mal, había que pasar por una serie de stages antes de poder publicar tu novela o grabar tu disco. Ahora todo es más fácil. Me molesta mucho cuando dicen que todo es democrático. No es verdad, en democracia hay que votar y tiene que ganar el más idóneo. Llegar no es el fin, es el principio. Por esto no entiendo que en las noches electorales el ganador festeje la victoria. El festejo debe tener lugar al final, cuando te vas, cuando has demostrado lo que has hecho. El escritor festeja cuando ha terminado el libro, no cuando va a comenzar a escribirlo.