Luis Gómez Canseco / @JMSANCHEZPHOTO

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Letras

Luis Gómez Canseco: "Cervantes fue una persona normal; lo extraordinario es su escritura"

Catedrático de Literatura, cervantista y experto en el Siglo de Oro, Gómez Canseco reflexiona sobre cómo la lectura nos permite ser más intensamente lo que somos

10 marzo, 2019 23:52

Antes que nada, Luis Gómez Canseco (Don Benito, Badajoz, 1963) es un profesor que no ha perdido la vocación por las aulas ni el entusiasmo por enseñar. De ahí que lo podamos encuadrar entre aquellos que han descubierto la Literatura a miles de alumnos, generando una irremediable intención por pensar. El Siglo de Oro es una de sus jurisdicciones razonadas. Ha trabajado materias tan diversas como el humanismo, la narrativa, la erudición, la poesía y el teatro en autores como Mateo Alemán, Lope de Vega, Arias Montano, Rodrigo Caro, Francisco Sánchez de la Brozas, Alonso Fernández de Avellaneda, Polo de Medina o Pedro de Valencia. Editor de algunos de los mejores títulos de la biblioteca de clásicos de la Real Academia, muestra una cercanía clara, desenvuelta, provista de la lucidez de saber mirar al otro. Suave de modales, contundente en las ideas, este catedrático de Literatura en la Universidad de Huelva –uno de los grandes expertos en Miguel de Cervantes– mantiene la inteligencia alerta.

–En una encuesta sobre hábitos de lectura en España sólo el 15% reconocía haber leído El Quijote. ¿Qué le parece?

–Muchos son; alguno no ha dicho la verdad, seguro. Ignacio Echevarría decía que ahora la gente lee más que nunca… los whatsapp [risas]. De todas maneras, tampoco hay que escandalizarse. Estamos obsesionados con que los niños tengan un libro entre las manos –yo, el primero, con el mío–, pero la lectura siempre ha sido una ocupación de poca gente. Eso sí, parece que socialmente, ahora, tenemos la obligación de leer y, de verdad, sería fenomenal que así fuera porque tengo el convencimiento de que la lectura no nos hace mejores, pero sí más intensamente lo que somos. Si somos unos cabrones y leemos mucho, seremos los cabrones más estupendos… Leer es un ejercicio físico y de concentración jodido, para el que hace falta un entrenamiento largo, y no hay mucha gente, la verdad, que lo haga. 

–¿Qué explica la inagotable vigencia de El Quijote?   

–El Quijote tiene una ligereza, un sentido del humor impresionante y una escritura muy suave y ligera que fluye fácilmente. Ocurre que la mayoría de los lectores que se acercan a él no están entrenados para leerlo. A todas las personas que conozco que les gusta leer, empezaron a hacerlo pronto, pero accedieron a la literatura clásica muy tarde. La literatura infantil y juvenil –a la que reconozco su papel: Harry Potter y compañía– hace que la gente tarde en incorporarse a los libros que exigen un poco más. Hace falta un entrenamiento para disfrutar de El Quijote; si no, parecerá un auténtico petardo.  

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–Deduzco de sus palabras que, en su opinión, la literatura infantil y juvenil puede ser contraproducente a la hora de crear buenos lectores.

–Fomenta, sin duda, el hábito de la lectura. Pero, mire, recuerdo en mi casa los tomos de Bruguera con las novelas resumidas pero, al mismo tiempo, tenía también acceso a todos los libros. Por ejemplo, yo era pequeño cuando eché mano de Ada o el ardor de Nabokov que, imagino, debí coger porque pensaría que iba de asuntos carnales [risas]. Me resultó terrorífico, aunque lo leí al completo. Entiendo que ese libro que terminé y no entendí fue importante para comprender el siguiente y, después, el siguiente, y luego otro más…   

–¿Y es El Quijote un símbolo de lo español?

–Lo impresionante de El Quijote es que lectores japoneses, ugandeses o ingleses han encontrado en él un referente vital. Francisco Rico cuenta por algún lado que, en los años noventa, The New York Times hizo una encuesta entre escritores sobre qué libro les había influido de forma determinante y ganó Cervantes por goleada. En este sentido, es un libro para gente que está metida en el ojo de la literatura, pero también es sencillo, hecho para la calle. Recuerdo haber leído con mi hijo –al que, como todos los chavales, lo único que le gusta es el fútbol– algunos capítulos y funcionan en cualquier edad. Eso sí, leyéndolos en voz alta porque, en la época, ése era el modo de lectura. 

–¿Podemos afinar con exactitud quién fue Cervantes?

–Una persona normal, muy sencilla; desde luego, no leyó tanto como los eruditos pensamos. Y su principal meta en la vida fue buscar dinero para sobrevivir; no tenía tiempo para otra cosa. Pero, sin duda alguna, estaba dotado de una inteligencia literaria extraordinaria que, con poco, le hacía capaz de armar cosas extraordinarias y, sobre todo, con una escritura maravillosa. Su escritura es realmente feliz. 

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–Una escritura feliz en contraste con una existencia, a veces, sombría.  

–En buena medida, sí, pero tampoco tuvo una vida tan trágica. Por ejemplo, se vino a Andalucía a recaudar impuestos con un buen cargo, lo que explica quizás su precipitada salida de Madrid al poco de contraer matrimonio. No sufrió tanto y, como todos, vivió atormentado por el dinero y las ganas de éxito.  

–Y ese éxito lo confió, en buena medida, al teatro. 

–Él tenía gusto por el teatro desde pequeño, pero se da cuenta pronto de que su sitio es la prosa. Sabía de su valía como escritor y lo confirma con el éxito de la primera parte de El Quijote. Está realmente convencido de ser un máquina

–¿Qué podemos saber de las ideas, del pensamiento de Cervantes?  

–Sin duda, es un hombre con ideas algo avanzadas para su época, con un sentido muy crítico de la sociedad que le rodea y, conforme va avanzando en la vida, diría no que se hace un poco más conservador, pero sí se produce un quiebro que se puede detectar en el prólogo a las Novelas ejemplares cuando afirma “Mi edad no está ya para burlarse con la otra vida”. Aunque tenga una mirada crítica hacia ciertas cuestiones religiosas, él es un creyente en un sentido que ni el más cristiano, apostólico y romano de hoy llega a alcanzar después de la revolución industrial y los avances científicos. En resumen: Cervantes fue una persona normal; su lado extraordinario es la escritura.

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–Pero su figura ha generado estudios a veces estrambóticos.

–Sí, sin duda. Uno de ellos, por ejemplo, sostiene que Avellaneda era Cervantes, que había escrito su libro contra él mismo y a favor de Lope de Vega… Bueno, quizás no [risas]. El cervantismo da para todo: hay muchos majaretas –probablemente, yo también- alrededor de Cervantes. Es un escritor que vuelve loco a la gente porque, probablemente, no llegamos a aprehenderlo por completo. Da para todo. O casi todo. En fin, es la leche. 

–Y su gran conquista artística fue reventar los límites de la literatura. 

–Es la libertad que se concede a sí mismo. Hasta su aparición, un autor decía voy a escribir una novela picaresca o un libro de pastores y se ajustaba a unos códigos, a una tipología de personajes que se podían alterar más o menos –Cervantes lo hace en La Galatea, por ejemplo–, pero con El Quijote y con las primeras Novelas ejemplares rompe con todo y empieza a hacer una cosa extraordinaria.

Así, todos los personajes de los textos de ficción de aquel momento eran jóvenes y guapos, sin pelos en las narices, ni malolientes, salvo los niños como Lázaro de Tormes. En cambio, Cervantes le da protagonismo a un tío que está en los cincuenta años; es un viejo y, además, enamorado. Y, a partir de ahí, hace lo que le da la gana, algo fundamental para la novela. Luego, están los rollos de la metaficción y todo eso, pero lo básico es la libertad: rompe la baraja y empieza a jugar de nuevo con otras reglas. 

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–En su edición crítica del Quijote de Avellaneda para la RAE sostiene que él fue el primer cervantista de la Historia.

–El tío se lo tragó, lo leyó y, de verdad, salió encantado. Odiaba a Cervantes, lo odiaba a muerte, pero el libro le maravilló. Además, nos proporciona pistas sobre cómo se leyó El Quijote en la época: como un libro de bromas. Ahora nos da pena don Quijote con los golpes y las desventuras; a la gente, en su época, no. Eso no quiere decir que para todos sólo fuera un libro de risas, tal como parece que se ha impuesto últimamente.

Muchos de sus contemporáneos vieron en El Quijote algo más profundo, más problemático. Hay hechos que así lo indican: por ejemplo, en un libro de Geografía de Sebastian Münster, hay un retrato de Erasmo que un inquisidor lo deforma con tachaduras y anota al lado “Erasmo, Sancho Panza y su amigo Don Quijote”. Tienen una conciencia clara de que el libro está relacionado con el erasmismo. O unos años más tarde, en 1641, hay unos pasquines portugueses contra el conde-duque de Olivares y el rey Felipe IV: el primero aparece representado como Sancho Panza; el segundo, como don Quijote. El libro tenía una dimensión política e ideológica.

El propio Avellaneda se da cuenta de que a don Quijote hay que meterlo en el manicomio, pues, al fin y al cabo, es un delincuente: va robando, ataca a los curas y a la Santa Hermandad… Altera el orden social y Avellaneda viene a ponerle freno a ese caos y lo convierte en un bufón.

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–Otro de sus campos de investigación ha sido la conexión Cervantes-Shakespeare. Una de ellas, por ejemplo, las lecturas. 

–En algunos casos, hay lecturas similares que a Shakespeare le llegan por dos vías: una, por traducciones del francés al inglés y, otra, porque está en contacto con un grupo de hispanistas, gente que está traduciendo textos españoles e, incluso, algunos eruditos que han pasado por la península en el intercambio de embajadas. Luego, también hay coincidencias en las soluciones que ambos aplican al teatro, aunque Shakespeare es mejor dramaturgo. Son dos tíos extraordinarios en un mundo muy común porque ideológicamente esa Europa comparte un mundo de ideas y de lecturas muy próximo. 

–¿Pudo leer Shakespeare la primera parte de El Quijote?

–Técnicamente pudo leerla, pero quien lo hizo seguro fue John Fletcher, el coautor del famoso Cardenio de Shakespeare.

–También se ha detenido a estudiar a Mateo Alemán, cuya vida tiene muchos paralelismos con Cervantes.   

–Ambos tenían una pasión desmedida por el dinero, pero Mateo Alemán era más mangante. Con todo, no llega a la altura de Alonso de Ercilla, el autor de La Araucana, quien es el más delincuente de todos los que he conocido. Era un prestamista que imponía unas condiciones realmente horripilantes, sin piedad.  

–Dice de Mateo Alemán que es absolutamente moderno porque es consciente del negocio literario. 

–Tan consciente llegó a ser que, para pagar una deuda, hizo una edición pirata de su propio libro. Él se piratea a sí mismo y logra saldar unos compromisos que había adquirido en otros negocios. Él sabe que hay dinero en la venta y en el control de los libros; saca los suyos en Portugal y en España con prólogos diferentes para buscar un entorno propicio y un público determinado... Pero el episodio que más me gusta de Mateo Alemán es que, siendo ya bastante mayor, cerca de los setenta años, se larga a América con una amante rubia, mucho más joven, de la que había sido tutor, y deja a su mujer en Sevilla. En realidad, es todo un personaje. 

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–¿La picaresca es uno de nuestros signos de identidad?

–No es nacional, sino universal. Siempre hay gente que vive a costa de la inocencia de los demás. Por ejemplo, Mateo Alemán tenía una obsesión por los pobres fingidos. En su época, había padres que retorcían las extremidades a sus hijos para vivir de la limosna.  

–Es sorprendente cómo se alcanzó ese brillo cultural en un mundo tan cruel. 

–Sí, sin duda. En Cervantes hay una idea crítica del mundo y un sentido de la bondad del ser humano que, no sé aún cómo, enlaza con el humanismo, que luego se pierde y se tarda en recuperar. El autor de El Quijote, que se ríe siempre de la gente, nunca lo hace de manera agria, entendiendo los defectos de los seres humanos.