España los expulsó, pero ellos conservaron –y conversaron– su –y en su– lengua romance, fosilizada: el sefardita, recuerdo hablado y escrito de la perdida patria, Sefarad. Precisamente por ello, por la relación de muy antiguo que España tuvo con los judíos y por la tradición, que no traición, de textos bíblicos (ahí está fray Luis de León y lo que hizo con el Cantar de los Cantares), se pensaría que las traducciones de autores que escriben en hebreo, como aquellas hechas de quienes se expresan en árabe (otra parte de nuestra historia), serían directas, sin tener que utilizarse lenguas puentes como la inglesa.
Pero eso, y digámoslo en inglés, no es más que wishful thinking. Tengo a la mano un puñado de libros del escritor israelí Amos Oz, fallecido a finales de diciembre, y veo que no todas las traducciones son directas del hebreo. El mundo del revés: tener que emplear para verterlo una traducción inglesa, de la Inglaterra que era potencia colonial en Palestina antes del nacimiento del estado de Israel, y contra las que luchó la Resistencia que sale en algunas obras de Oz.
Pero es lástima, e inconcebible en 2004, que no se haya trasladado el libro de Oz del hebreo, sin intermediarios. Además, aunque en general es una buena traducción, hay dos errores debidos a “falsos amigos” que seguramente se podrían haber salvado si se hubiera puesto el libro en español directamente del hebreo: tres veces se habla de unos barracones (por barracks) cuando en realidad es, evidentemente, un cuartel de lo que se habla. También en otro momento se dice que determinado incidente fue una desgracia (disgrace), cuando lo que significa la palabra inglesa es “vergüenza”, como se deduce claramente por el contexto.
Bien diferente es el caso de los otros títulos del autor israelí, publicados en la misma Siruela: No digas noche, Un descanso verdadero, El mismo mar, Una historia de amor y oscuridad, Queridos fanáticos, Conocer a una mujer, Tocar el agua, tocar el viento, La colina del mal consejo, Tierras de chacales, Entre amigos, Firma, Verso de vida y muerte, De repente en lo profundo del bosque, Escenas de la vida rural, Hasta la muerte, Judas, Quizás en otro lugar y Mi querido Mijael han sido trasladados por Raquel García Lozano, licenciada en Filología Semítica y profesora de Literatura Hebrea Moderna en la Universidad Complutense de Madrid. Algún otro título ha sido traducido por ella en colaboración con Marta Lapides y Sonia de Pedro, como No digas noche o Una pantera en el sótano.
Oz, como ha señalado García Lozano, se caracterizaba por el rigor y precisión de su prosa, que lo acercaba al lenguaje poético. Esto exige la versión directa, y no traducir de oídas. El autor se implicó en la traducción de Judas y mandó un ejemplar del libro lleno de anotaciones a la traductora, acompañado de un plano de la casa en que residen los protagonistas, sin olvidar ningún detalle que contribuyera a la fidelidad en la obra recreada, que eso y no otra cosa es la buena traducción de un texto literario.
En tiempos, las traducciones de lenguas minoritarias o exóticas (y exótico podía ser el ruso, aunque lo hablaran decenas y decenas de millones de personas) se realizaban a partir de otras hechas al inglés, al francés o al alemán. Unamuno se rebeló contra estas servidumbres y estudió danés para enfrentarse a Kierkegaard en el original. Benito Pérez Galdós sucumbió a lo para él fácil, y que se nos antoja extravagante a nosotros: traducir Los papeles del club Pickwick, de Dickens, del francés. Los japoneses Kawabata y Mishima nos llegaron mayoritariamente desde la misma lengua en tiempos franca: el francés. Fue así como Juan Marsé tradujo El pabellón de oro, del segundo de ellos.
Estamos hablando de prosa, aunque la primera vocación de Oz fue la poesía. El problema de las traducciones indirectas de poesía es que no infrecuentemente se traslada un poema de su lengua original, sí, pero no a la que se debería, que es la poesía (toda una lengua diferente en sí), sino a prosa. Pero esto es otra historia.