La Sevilla asombrosa de Núñez de Herrera
La editorial El Paseo resucita la ‘opera omnia’ del periodista y escritor ligado a la Generación del 27, que retrató a la capital del Sur con la óptica del vanguardismo
15 noviembre, 2018 00:00A Núñez de Herrera, ese glorioso desconocido, le cuadran los versos (soberbios) que Borges dedicó a uno de los poetas menores de las antologías líricas: “¿Dónde está la memoria de los días/ que fueron tuyos en la tierra, y tejieron/ dicha y dolor y fueron para ti el universo?/ El río numerable de los años/los ha perdido; eres una palabra en un índice”. A esta condición de absoluto misterio, de ser entrevisto, casi siempre entre visillos, le viene a poner remedio el libro (capital) que la editorial El Paseo, dirigida por David González Romero, acaba de editar con la opera omnia de este raro periodista sevillano que, como tantos otros, aquí y allá, no era en realidad sevillano, sino de otro sitio distinto: en este caso, de Extremadura.
De su vida, en realidad, se sabe más bien poco. Su perfil biográfico, que este libro rescata ejemplarmente del olvido de las hemerotecas y los archivos, gracias a la labor como editores literarios del historiador César Rina y del periodista José María Rondón, era una gigantesca interrogación que hasta ahora se encontraba a medio despejar. ¿Cómo diablos se puede considerar un gran escritor a un funcionario de Correos y Telégrafos que vivió en simultáneo las vidas (efímeras) de un gestor cultural, un secretario político republicano, un poeta o un periodista diletante? Para algunos --sobre todo entre sus contemporáneos-- Núñez de Herrera no era nadie. Para otros, en cambio, se trata del escritor en prosa que, tras Cernuda y Chaves Nogales, mejor ha explicado Sevilla.
El marbete de autor local --en su caso, recurrente-- lo ubica pero no lo explica por completo. Porque las vidas de Núñez de Herrera son muchas, pero su literatura y su periodismo, en cambio, poseen la inmensa fortuna de la singularidad. No hay otro como él. Ni lo habrá. Primeramente porque no existen dos hombres exactamente iguales. Y segundo porque la historia no se repite nunca de forma idéntica. Núñez de Herrera fue un hijo de esa España que ambicionó convertirse en moderna en un océano de caspa, juegos florales, galardones de ateneo y costumbrismo integrista. Ni su coyuntura biográfica ni las circunstancias históricas le hicieron demasiada justicia, pero el tiempo ha terminado salvando su voz del mar del olvido, donde había permanecido en un eterno naufragio durante varias décadas.
Plano oficial de la Exposición Iberoamericana de Sevilla (1929)
La obra completa que ahora da a la imprenta El Paseo --Estampas. Literatura y periodismo de vanguardia-- agavilla un caudal de piezas publicadas en distintos periódicos españoles entre los años veinte y treinta, incluye un libro prodigioso --Sevilla: Teoría y Realidad de la Semana Santa--, recopila críticas literarias, escritos políticos, crónicas, entrevistas, reportajes y descubre un inédito (relativo) de poemas donde, en lugar de a un probo funcionario, encontramos a una fiera literaria capaz de escribir con la rotundidad de Chaves Nogales, el ingenio de Roberto Arlt y la pirotecnia luminosa de Oliverio Girondo. Toda una anomalía en una ciudad tan proclive a la autoalabanza, la estampa y el cliché como Sevilla, donde el escritor desconocido vino a parar tras un largo peregrinar por pueblos extremeños, un servicio militar cursado en Marruecos y un sinfín de estafetas más postales que literarias.
A Núñez de Herrera se le emparenta con la Generación del 27 debido a su actividad dentro del grupo de poetas reunidos alrededor de la revista Mediodía, gloria de una imposible modernidad meridional. Existen abundantes muestras editoriales --colaboraciones, escritos-- y pruebas documentales --fotos de fiestas, comidas, solemnes almuerzos intelectuales que degeneraban en episodios dadaístas-- que han ayudado a construir una cierta mitología sobre esta proverbial cofradía de intelectuales --Laffón, Romero Murube, Porlán, Collantes de Terán, Juan Sierra y Fernando Villalón-- que cohabitaron en una ciudad donde mientras los burros caminaban por las calles se vendía en Europa, con el señuelo de la ruinosa Exposición Iberoamericana de 1929, como una Suiza exótica.
Pasarela de la Feria de Sevilla junto al Prado de San Sebastián
Sevilla --acostumbra a decir el tópico-- es una ciudad de poetas. En general, pésimos. Los buenos --la estirpe de Bécquer, Cernuda, los Machado-- se marcharon pronto e hicieron carrera en otros sitios, o regresaron circunstancialmente, instalados ya vital y anímicamente en otras geografías. Quienes se quedaron languidecían haciendo versos y loas al ombligo hispalense, que es de los más insaciables que existen. Prosistas de envergadura la ciudad ha dado pocos: Chaves Nogales y Núñez de Herrera. Ambos periodistas. Y ambos capaces de trascender lo local para alcanzar el ámbito de lo universal. Algo nada común.
Siendo, según su infame retrato folclórico, la ciudad de la gracia, los costumbristas sevillanos se toman a sí mismos muy en serio, suelen ponerse estupendos e incurren --incluso en los tiempos presentes-- en un idealismo sentimentaloide que convierte en anacrónica y risible su particular idea de la trascendencia espiritual. Por fortuna, no es el caso ni del reporter Chaves Nogales --un hombre de mirada fría, devoto de los hechos, militante del análisis-- ni del diletante Núñez de Herrera, que escribió con un atrevimiento y un sentido del humor que no ha vuelto a repetirse.
Si alguien quiere experimentar cómo un poeta vanguardista, un hijo de la máquina, un futurista de Badajoz, mira a la Gran Roma triunfante de Cervantes debe leer a Núñez de Herrera, “silenciado concienzudamente por la prensa reaccionaria, que es toda la prensa de Sevilla”, alguien capaz de describir los desfiles procesionales como Marinetti, un Maiakovski nacido en la villa de Campanario que arrancó el patrimonio de la fiesta mayor sevillana a los dogmáticos católicos para relatarla como un espectáculo surrealista con objetos, gentes, muchedumbre, belleza y espanto.
Todo lo que vio --antes que nadie, mejor que ninguno-- estaba en la calle: procesiones de ateos, nazarenos sindicalistas, costaleros anarquistas y vírgenes milagrosas hechas con un trozo sagrado de madera. Una Sevilla asombrosa “que siempre fue tratada como un fenómeno físico, superficial, vistoso y resonante (…) con una lírica que ha sido durante mucho tiempo una purga pertinaz y obsesionante. Ya es oportunidad de que Sevilla sea tratada como un fenómeno químico”.