El viaje es la lectura
Guía subjetiva de literatura de viajes a partir de autores clásicos, cronistas diletantes y algunas de las últimas novedades editoriales sobre el género
4 octubre, 2018 23:55Pasó el verano, ese lento huracán de ocios, esa larga brevedad que se exhala en un suspiro de respiración honda, cuando los días son semanas que cunden a otro ritmo y eso no impide que desaparezcan vertiginosamente, sobre todo vistos desde la atalaya de la rutina, no sima o abismo sino eminencia o alcor desde donde la desesperación invita a tirarse habida cuenta de que se avecinan días de trabajo y sinsabores. Es en el verano cuando más viajamos, pero no necesariamente el momento en que más leemos literatura de viajes, por la misma razón que cuando se está en faena no se lee literatura erótica, o cuando se reciben obuses no se dedica uno a asaltar, barriendo el campo de batalla blanco o ahuesado, las trincheras o renglones de El arte de la guerra.
El comienzo del otoño es una época como cualquier otra para leer libros de viajes. Es como encontrar mapas del tesoro para futuros recorridos, llaves que abrirán la puerta de la ensoñación de otros pasos. Quizá sea este un buen momento para repasar algunos libros del género, ya publicados y disponibles o de próxima aparición, espigados de los programas editoriales. Eso también subraya una característica del género: que a menudo los viajes en el espacio lo son igualmente por el tiempo, y que con la debida perspectiva una crónica puede convertirse, no ya en documento histórico, sino en el más atractivo libro de viajes acerca de una geografía acotada por unos hitos cronológicos y determinadas circunstancias.
Para ello, porque todo viaje comienza en casa, incluido el del Ingenioso Hidalgo desde su innombrado pueblo manchego, podemos asomarnos a la formidable Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo (Austral), probablemente la más importante de las crónicas de Indias, un festín literario y lingüístico lleno de hallazgos fortuitos, sorpresas, maravillas, escrito por alguien que fue protagonista de aquellas hazañas en Honduras y, sobre todo, en México.
Este es un país atractivo donde los halla, que, aunque vive permanentemente en La estación violenta (poemario de Octavio Paz), ejerce una fascinación poderosa sobre los viajeros. Juan Villoro, uno de sus mejores escritores actuales y autor de Palmeras de la brisa rápida, un recorrido por Yucatán reeditado en Altaïr, una de las editoriales especializadas en el género, anuncia la publicación de un libro sobre la capital de México y cómo esta ha evolucionado en el último medio siglo.
Grabado del Viaje pintoresco a las dos Américas, Asia y África / BNE
El vértigo horizontal, excelente título para lo que suscita esa extensión inabarcable, antaño “la región más transparente” y hoy a menudo cubierta por una nube de smog que retrasa los vuelos, lo publicará Almadía y se presentará a finales de noviembre en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Aunque es probable que el libro de Villoro lo saque Anagrama luego en España, lamentablemente no viajan los libros entre ambas orillas del idioma con la facilidad que las personas, y a veces resulta casi imposible aquí la obtención de títulos editados en los países hispanoamericanos (y viceversa). Es la distancia en kilómetros un impedimento como el de la distancia en años.
Los libros antiguos a veces se reeditan. Sobre aquel conquistador que con más arrojo que pertrechos y garantías de éxito se lanzó al mar y luego a fatigar tierras ignotas, Hernán Cortés (sirviéndose de las relaciones firmadas por este y del libro de Díaz del Castillo, si es que los dos no fueron una sola persona, como quiere algún estudioso), trata una obra del hoy preterido Rafael García Serrano (“algo así como un Cela de camisa azul”, según Umbral): Cuando los dioses nacían en Extremadura (Homo Legens).
Pero no todo fueron conquistas y violencias. También hubo exploraciones científicas, como la de Malaspina. De esta y de otras aventuras de cartógrafos, pesquisadores de nuevos horizontes y culillos de mal asiento en general se ocupa con gran despliegue visual el recién reeditado y mejorado Atlas de los exploradores españoles (Sociedad Geográfica Española y GeoPlaneta). Jesús Marchamalo publicará en noviembre y en Nórdica (con aliteración del gusto de la vieja poesía escandinava) un atlas de las exploraciones árticas. Pero no todo fueron conquistas y violencias.
También hubo exploraciones científicas, como la de Malaspina. De esta y de otras aventuras de cartógrafos, pesquisadores de nuevos horizontes y culillos de mal asiento en general se ocupa con gran despliegue visual el recién reeditado y mejorado Atlas de los exploradores españoles (Sociedad Geográfica Española y GeoPlaneta). Jesús Marchamalo publicará en noviembre y en Nórdica (con aliteración del gusto de la vieja poesía escandinava) un atlas de las exploraciones árticas.
Grabado del Viaje pintoresco a las dos Américas, Asia y África / BNE
En la misma editorial acaba de aparecer Imágenes de Suecia (Nórdica) de Lars Gustaffson. Renos, alces, fiordos, abedules son la escenografía del poeta, que también habla de las tradiciones y festividades populares. La misma casa da acogida a Los paisajes españoles de Picasso, de Cecilia Orueta, un repaso de la influencia de lugares en los que vivió o estuvo más de pasada el pintor, con textos de Rafael Inglada (sobre Málaga), Julio Llamazares (acerca de Madrid), Manuel Rivas (a propósito de La Coruña), Eduardo Mendoza (en torno a Barcelona), Eduard Vallès (fijando su atención en Horta de San Juan) y Jèssica Jaques (en lo tocante a Gósol). Hay también edición en catalán.
Nadie duda de que, si existiera el Nobel de la Pintura, Picasso habría sido uno de los ganadores (o no, porque para escándalo de la Academia Sueca el de la no concesión del galardón a Borges). Quien obtuvo el de Literatura fue V. S. Naipaul, fallecido el pasado agosto. Además de sus novelas, fue autor de libros de viajes sobre la India de sus antepasados o que indagan en la penetración del Islam en diferentes países. Casi póstumo en España, su libro El escritor y su mundo (Debate) reúne ensayos y reportajes cuyos escenarios van de Zaire a Argentina pasando por su nativa Trinidad. Notoria fue la pelea con otro gran escritor de literatura de viajes Paul Theorux, en tiempos amigos suyo. De Theroux volvió a salir en primavera El gran bazar del ferrocarril (Alfaguara), un recorrido por esas locomotoras a las que enganchamos la imaginación y el deseo de viajar: los trenes.
El escritor V. S. Naipaul
Famoso entre los famosos (también hay otros que recorren el Canadá o las Tierras Altas escocesas, además del Transiberiano), el Orient Express es el tren literario por antonomasia. En Estambul se ha restaurado su vieja estación junto a la nueva, a un paso del palacio de Topkapi y la catedral de Santa Sofía. Lo suyo sería citar aquí a Orhan Pamuk, el Nobel turco, pero barramos para casa, aunque de viaje estemos, y mencionemos el Estambul. Paseos, miradas, resuellos (Almuzara) de un confeso admirador suyo, Javier González-Cotta, autor también de un más reciente libro sobre aquella matanza de la Gran Guerra: Viaje por Galípoli. La batalla sobre el tiempo (Pre-Textos).
Un largo capítulo se dedica al Orient Express en El esnobismo de las golondrinas (Edhasa) de Mauricio Wiesenthal, un gran popurrí de viajes y estancias decorado con los nombres de Marraquech y Roma, Viena y Sevilla, en el que brilla la cultura, la prosa elegante y poética y un poquito de fantasía de este reivindicador de la Europa que se fue. Sobre la ciudad del Guadalquivir es novedad Sevilla ingrávida (Niebla), de Juan Manuel Vega, donde el autor recorre mes por mes, para disfrute de locales y foráneos, la capital de Andalucía. La antiquísima ciudad del Ganges inspira a su vez a Jesús Aguado, quien acaba de ofrecer Benarés, India (Pre-Textos), donde recoge sus conocimientos y peregrinajes a aquellos templos y escalinatas junto al agua, más aquellas calles en las que no hay prodigio que no experimente el viajero.
Otro curso no ya acuático sino de piedra, por sobre la misma muralla o los prados colindantes, es El camino de Adriano. Un verano inglés (Ediciones Evohé), de José Tono Martínez, que recorre de este a oeste, como el sol, esa linde antigua que el emperador italicense impuso a los habitantes de la nebulosa Escocia, los pictos desvaídos en la bruma. Huellas de Adriano quedan en Atenas o Asia Menor. También, de quien allegó antes estos territorios a Occidente, Alejandro Magno. Este conquistó el imperio persa.
Quien desee conocer mejor aquellos lugares puede sumergirse en el breve a intenso Conocer Irán (Fórcola) de Patricia Almarcegui, viajera sola por tierras casi vírgenes, quien justamente acaba de regresar al país cuyo sello de entrada es más baldón en el pasaporte para los agentes de aduanas estadounidenses que un esmalte con un punto sanguíneo (señal de infamia) en los blasones de antaño, según los tratados de heráldica. La editorial Páginas de Espuma agavilló todos los ensayos de Robert Louis Stevenson hace unos años. El título de la trilogía no puede ser más hermoso e ilustrativo de esto de lo que aquí se trata: Escribir. Viajar. Vivir. En el tomo dedicado a los periplos, el autor de La isla del tesoro nos traslada a Edimburgo y a América, además de a algunos sitios de Europa.
La lista es interminable, y en este momento las editoriales se aprestan a ultimar los títulos del primer semestre del 2019, a traducir obras, a contratar derechos. La guía de viajes es un hilo de Ariadna. Por el contrario, un libro de viajes es para perderse en el laberinto, algo zigzagueante. No se espera de él que proporcione la información práctica, sino que dé cuenta de cosas inútiles, subjetivas, las impresiones de alguien con una vista privilegiada y amante del detalle, más la capacidad de contarlo con atractivo.
En el cementerio dublinés de Glasnevin están, en una tumba colectiva, los restos del poeta Gerard Manley Hopkins. Su nombre se halla en letra pequeña en la base de la cruz céltica, pero su lección se puede inscribir en cualquier libro de viajes, o en el conjunto de esta literatura, porque Hopkins acuñó un neologismo, el inscape, en contraposición a la palabra común landscape, paisaje. El inscape es una perspectiva interior, un atisbo de lo singular de cada cosa. En diálogo con la exterior provoca esas reacciones que buscamos en las crónicas viajeras.
Las líneas de los libros de viajes son el tendido férreo que puede llevarnos muy lejos, las sucesivas olas de una singladura apasionante, las hileras de piedras u otras señalizaciones que otros han dejado antes que nosotros (cómo no recordar ahora Los trazos de la canción, de Bruce Chatwin). Son invitaciones que nos llevan, desde la sala de espera de nuestro sillón de lectura, en tardes y noches de otoño e invierno, a otros soles y luces, a pasadizos que transitamos de y hacia nosotros mismos.