Entre las gabardinas literarias la más romántica es la que llevaba Teresa en la novela de Marsé, con el cinturón cayéndosele al salir de la casa de sus papás, y la más triste la que dejó abandonada como una piel de serpiente en un banco del transbordador sobre el Tajo el oscuro oficinista que desaparece en El río Triste de Namora. Las gabardinas que analiza con detenimiento aunque no puede llevarlas el narrador de No sóc ningú per donar-te consells (en el libro L'art de portar gavardina) son el símbolo de una desenvoltura y una plenitud que ni siquiera anhela, porque son imposibles de alcanzar, renuncia a la gabardina.
Bajo el signo del fatalismo desde la primera frase del primer cuento del libro, "Ens hem conegut a la vora d'una piscina d'hotel on encara no sura cap cadáver", el fraseo de Pàmies es su característico staccato, casi el tableteo de un arma de repetición. El vocabulario es llano, de las palabras lo más llamativo son los puntos. Punto y seguido, punto y seguido. Es de tal sequedad que se le nota una condición metálica, un poco agresiva. No se trata de proteger el pudor sino más bien de un esfuerzo de precisión, un compromiso consigo mismo y un pacto con el lector de que el autor se va a mantener alerta todo el rato, alerta para no embaucarle con florituras. Para no embaucar, declina hacerse demasiado el simpático. Por eso no es simpático ni siquiera con su personaje, con el narrador, consigo mismo, aunque por otra parte se admire. Curiosa escisión esquizoide. Los contados desvíos que se permite de ese a priori notarial taxativo en este contexto adquieren una calidad brutal, como expulsados del texto, del papel, como en las últimas frases de Eclipse. Por otra parte esa calidad mecánica del fraseo contribuye a que lo que se explica --la pérdida como condición humana esencial, ruptura de un largo matrimonio, decadencia y muerte de la madre, la extrañeza de los seres más queridos, sentimientos de soledad y de fracaso-- se vea nítida, rotundamente, con un sentimentalismo seco.
E incesantemente emocionante hasta el acorde final como un puñetazo al corazón. Vale decirlo porque el caso es que estos cuentos se leen en vilo, temiendo, porque el discurso de ese fraseo seco es tan personal como antropológico y porque lo que más importa a cada uno se maneja, se observa y se analiza con frialdad de cirujano que con las mejores intenciones saja con la hoja de bisturí su propia, querida carne. Así como en este informe para un hipotético Congreso de Separados, traduzco: "Vuelvo a visualizar la escena, que probablemente se parecerá a la que muchos de ustedes han vivido. Ella me dice lo que desde hace tiempo espero que me va a decir. Que tenemos que hablar. Que ya no me quiere. Que ha conocido a alguien. Que se están conociendo. De entrada, siento calor y vergüenza. Son dos sensaciones contradictorias, imprevistas y brutales. El calor es, constato, más emocional que físico. La vergüenza, por el contrario, me tensa los músculos y dinamita el andamiaje de normalidad en el que, sin acabar de asumir todos sus riesgos, nos hemos refugiado. No tengo que pensar mucho para comprender que el cambio que acabamos de activar no tiene retorno y sí muchas consecuencias. La tristeza tarda en llegar y, con un sentido de las prioridades que me sorprende, me impongo la condición de no engañarme". No es extraño que según el autor ha contado, le telefoneen los lectores preguntándole si se encuentra bien, si necesita ayuda.
La sustancia de los trece relatos tiene el morbo tan atractivo de lo confesional --o presuntamente confesional, ya que se supone que nos encontramos en el terreno de la ficción--, redoblado por el hecho de que en Cataluña el autor es una personalidad pública y “cercana”, o querida, por sus contribuciones sostenidas y a menudo ingeniosas a la prensa, radio y televisión, popularidad envuelta además en el aura rara y única de ser hijo de la escritora Teresa Pàmies y el político Gregorio López Raimundo, también figuras “cercanas” de nuestro teatro cultural, histórico, de nuestro teatro vital. Hay una serie de meditaciones sobre la supuesta responsabilidad de cada uno en la felicidad de sus seres queridos que están equivocadas y son causa de penas innecesarias, pero no vale la pena discutirlas una vez el libro ya existe, existe como un objeto romántico y sombrío o “com un diamant trist”, según dice un conocido verso de Vinyoli . Vale, lo pongo aquí, una vez más, creo que viene a cuento: "Sovint, sovint, l’home s’oblida / del més secret i del més gran. / Com un infant juga a la vida / i s’embriaga del seu cant. / Els dies vénen i se’n van. / Però de sobte, no previst, / allò més greu que dintre seu madura, / en el seu cor estranyament fulgura, / com un diamant trist". Creo que L'art de portar gavardina es el mejor de sus libros, aunque esto es algo que me digo cada vez que sale el nuevo libro de Pàmies.