Jordi Llovet: "La causa de la libertad del pueblo catalán es pura metafísica y mucha religión"
El gran crítico literario reflexiona sobre la decadencia de las humanidades, advierte sobre la manipulación nacionalista de la cultura y lamenta el adoctrinamiento político en las escuelas
11 junio, 2018 00:00Lleva años de retiro, desde que se prejubilara a los 60 años de la enseñanza en 2008, dedicado a “una vida de estudio y oración”, bromea, en su casa del Baix Empordà, cerca de Torroella de Montgrí. Reparte su tiempo, asegura, entre la flauta traversera, el bricolaje y su perro, de raza turco andaluz. Gran introductor de la Escuela de Frankfurt en España, fundador del Institut d’Humanitats y del departamento de Crítica Literaria y Literatura Comparada en la Universitat de Barcelona, Jordi Llovet (Barcelona, 1947) es uno de los hombres más sabios por estos lares, sobre todo en el campo del pensamiento y las letras.
Lo cierto, es que más allá de la boutade de su retiro, el autor del polémico Adiós a la universidad: El eclipse de las humanidades (2011), gran experto en la obra de Kafka y legendario traductor visita Barcelona cada semana. Y resulta tan difícil pensar que algún día el maestro Llovet deje finalmente la cátedra, como esperar a que abandone su acerado sentido del humor. De hecho, a esa misma misión pedagógica y humanística, que desempeña aunque no lo pretenda y a cada momento, responden sus últimas publicaciones: la nueva colección de Clásicos Alemanes, que dirige para Galaxia Gutenberg, la antología de clases magistrales de distintos expertos sobre los grandes nombres de la literatura universal La literatura admirable (Pasado & Presente). Pero como Llovet nunca ha considerado la literatura como una manifestación estética aislada de su tiempo y lugar, desvinculada de la política y la sociedad en la que surge, en los últimos años su atención y su preocupación se encuentra secuestrada por conflictivo devenir político y cultural de Cataluña.
–¿Cómo recuerda sus orígenes intelectuales?
–Pues yo estudié en una universidad muy politizada y esa es una de las cosas que echo de menos en la actualidad. El gran problema político que tenemos hoy en Cataluña apenas se debate en las facultades, un poco en la de Historia, menos en la de Filosofía y nada en la de Filología. Una universidad al margen de un tema político entonces era inconcebible, a pesar de que era una universidad franquista. A mí me expedientaron y tuve que exiliarme, como se dice ahora. Recuerdo que estábamos todos muy politizados, había leninistas, trotskistas, maoístas y hasta estalinistas, que luego cerraron filas en el PSUC. Yo era progresista, pero no estaba afiliado a ningún grupo. Era devoto de la sociología literaria y de Benjamin. Entonces me fui a Alemania y esa fue una gran lección para mí.
–¿Quién fue crucial para usted en esos años de formación?
–Cuando llegué a Frankfurt hacía poco que había muerto Adorno y conocí a su viuda. Daba clases Habermas y quedaban los discípulos de la Escuela de Frankfurt que se había refundado. A Habermas costaba mucho seguirlo, porque además tiene labio leporino. Recuerdo que un estudiante de ingeniería nos decía: si queréis entenderlo, usad esta máquina. Esa dichosa máquina alteraba las velocidades del magnetófono con el que registrábamos sus clases y eso nos permitía decodificarlo. (Risas). Pero más que maestros en concreto, en aquellos años muy activos políticamente entre el 72 y el 74, fue fundamental para mí la Escuela de Frankfurt. Allí se sentaron las bases de mi manera de entender el estudio de la literatura. Lo que me interesó fue la historia de las ideas y la historia de la cultura, más que la historia de la literatura a secas, que nunca he practicado. Tampoco he practicado la estilística ni el estructuralismo, a pesar de que luego vino una segunda etapa de formación, en la que pasé por París y estudié con Gérard Genette, con Todorov y con Julia Kristeva. Gente de una solidez imposible de encontrar ahora. Incluso luego estuve en Bologna con Umberto Eco, pero todo eso no pudo conmigo, porque siempre me interesó mucho más la filosofía alemana.
–¿Piensa, como Todorov, que el estructuralismo hizo mucho daño?
–Mucho, sin duda. No se puede encerrar a la literatura en sí misma. No se puede desvincular a la literatura de la sociedad, de la política, del espíritu de su tiempo, aunque a veces vaya por su cuenta, porque tampoco es una mera superestructura determinada por una estructura económica, como pretendía Marx. Un modelo de estudio literario impecable es el anglosajón, el de George Steiner o el de Harold Bloom. O incluso el modelo alemán que es mucho más filológico hermenéutico y da más de sí. El estructuralismo tuvo tanto éxito en las universidades porque se reduce a métodos didácticos narratológicos y no hay ideas. Resulta más difícil tener la cultura necesaria para implicar a la literatura en el sistema más amplio de la historia de las ideas y de la cultura.
–¿Cómo surgió el Institut d’Humanitats?
–Surge del Colegio de Filosofía, que fundamos con Eugenio Trías, Rubert de Ventós y el psicoanalista Antoni Vicens en 1976, tras la muerte de Franco. Aquello tuvo muchísimo éxito, porque las facultades no iban muy bien y había una necesidad de saber, hasta convertirse en una institución de referencia de la que algún día se hablará. Era un ágora, asistíamos a las sesiones en las que cada uno de nosotros impartía una ponencia y fruto de esos seminarios publicamos algunos libros en Tusquets. Luego ampliamos ese núcleo de cuatro fundadores, a petición de mucha gente, y eso fue nuestra perdición, porque se fue degradando. Pero de allí surgieron muchas cosas, porque a partir de allí se creó el CCCB y el Institut d’Humanitats que fundamos en 1987. Durante muchos años, en los que teníamos presupuesto, el Institut tuvo una doble dimensión de reflexión y de divulgación en distintas áreas: filosofía, literatura, música, religiones, política… Contábamos con el apoyo de Pasqual Maragall y recibíamos subvenciones del Ayuntamiento y la Diputación. Más de 30 años después seguimos allí, yo sigo dirigiendo el área de Letras, pero no hay más áreas porque no tenemos dinero. Nadie nos apoya, y es una vergüenza porque no recibimos más que una escasísima aportación de la Diputación.
–¿Se ha degradado el pulso cultural de la ciudad en los últimos años?
–No creo que la Barcelona de la gauche divine fuera mejor que ésta. Pero sí es cierto que a partir de la muerte de Franco surgió una inquietud cultural y política de renovación, acompañada por el entusiasmo. Lo que ha pasado los últimos años en este país es otra cosa bastante penosa: la progresión del nacionalismo ha hecho que el mundo cultural retrocediera. Me refiero a la alta cultura, la cultura innovadora, no al folclore, que es muy simpático y muy gracioso, une mucho a la gente y es muy divertido, pero los calçots y los castellers no aportan nada nuevo. El folclore es una cultura iterativa y todo eso forma parte del pujolismo. Este nacionalismo se ha ido comiendo la dimensión cosmopolita de la ciudad. Un nacionalismo enclaustrado que aspira a llegar muy lejos, aspira a una república y eso no se va a producir con esta Constitución. Primero hay que reformarla, pero dudo mucho que esa Constitución reformada permita la segregación de España. Yo, como he viajado mucho, soy erasmista y defiendo una cultura humanista universal, todo este nacionalismo me viene muy grande. Sin contar con que soy nieto de campesinos del Alt Empordà, una zona federalista desde siempre. Mamé en mi casa un espíritu liberal, abierto y cosmopolita.
–Por eso lleva mal la tensión independentista?
–Sí, porque ha sido una catástrofe en todo sentido y ha pervertido la idea de democracia en Cataluña. Cuando uno no acepta que la democracia está basada en el respeto de la ley, entonces estamos perdidos. Las leyes las establecemos, consensuamos y votamos democráticamente y vulnerarlas es un acto antidemocrático. Pero aquí se ha invertido los términos y se ha pervertido el proceder democrático. La prueba está en que un tipo racista como Quim Torra ha sido investido presidente, con la abstención de la CUP, cosa que les pasará factura. Toda esta situación me duele, porque quiero mucho a la gente de este país, quiero a mi lengua y la tensión me preocupa. Me eduqué en un hogar bilingüe en el que mi padre era muy catalán y mi abuela muy madrileña y no pasaba nada.
–¿Percibe esa fractura en la sociedad catalana de la que hablan algunos actores políticos?
–No creo que llegue a tanto, no llega a ser una fractura. Por un lado, hay unos ilusionados y esperanzados fideístas, que son los independentistas, y por otro lado estamos todos los que confiamos, con mucha paciencia, en que todo esto se acabe. El mestizaje y la mezcla de culturas y de lenguas es constitutiva de este país. Eso es una realidad que tenemos que asumir, todo lo demás es puro idealismo neorromántico. De allí viene la ideología de Pujol, de los esencialistas patriotas alemanes que no hay que olvidar que todo ello desembocó en el Tercer Reich.
–¿Ve una salida a esta situación política? ¿Es optimista?
–Lo soy, porque el pueblo catalán no es violento y si no hay armas, no hay posibilidad de catástrofe. Y esto no llega a ser una religión, como el cristianismo que arrasó al Imperio Romano. Lo que tenemos es a gente ilusionada, que puede desilusionarse cuando se enfrente a la realidad y se de cuenta lo que puede y no puede hacerse y un día u otro todo esto se revertirá. Hay quien piensa que no, que algún día llegará la República catalana, pero yo opino que eso no sucederá nunca, como mucho habrá un estado confederado, como en Suiza, con el País Vasco, Cataluña y el resto de España, pero de cualquier modo esto no será inmediato.
–¿El independentismo está haciendo mella en el campo cultural?
–Lo creo sinceramente. Pongo un ejemplo, hace 20 o 30 años no se editaban tantos libros en catalán. De pronto, gracias a este movimiento se ha impulsado enormemente la edición en catalán y prácticamente hay un premio literario en catalán por cabeza. Eso se hace para potenciar la identidad, la lengua y la literatura catalana. Pero esa no es la manera de potenciar la literatura catalana. Como traductor, yo siempre he pensado que cuando uno traduce bien al catalán a un autor extranjero, convierte aquello en literatura catalana. Pero eso no hay quien lo entienda, yo me entrevisté con la antigua consellera de Educación Irene Rigau y le propuse hacer una buena selección de textos literarios en catalán y en castellano. Los chicos del bachillerato en castellano leen el Quijote, La Celestina, El Lazarillo y textos bastante adecuados, pero en catalán, por ejemplo, este año, que es el Any Maria Aurèlia Capmany, leen Feliçment, jo sóc una dona y eso no es buena literatura, es un panfleto y además mal escrito, porque Capmany no era Jane Austen ni Emily Dickinson. Yo proponía una buena antología donde, además de buenos autores catalanes hubiera también literatura inglesa, francesa o alemana traducida al catalán. Buena literatura universal que pueda interesar a un joven de hoy, como un buen cuento de Poe. Pero eso no hay quien lo entienda.
–A propósito de esto, ¿cree que hay adoctrinamiento en las escuelas?
–Estoy seguro y lo sé porque estuve muchos años en el departamento de catalán, y muchos de mis exalumnos, obsesionados en que se hablara siempre de “lo nuestro” hoy dan clases en los institutos. Luego ves en youtube niños de párvulos que los hacen cantar canciones de volem llibertat y yo le preguntaría a esos profesores y a todos los independentistas ¿a usted qué libertad le falta? Tiene libertad de expresión, de lengua, de manifestación, asamblearias, política, civil… La causa de la libertad del pueblo catalán es en última instancia pura metafísica y mucha religión. El independentismo es un movimiento fideísta, de fe, como una religión que ya tiene sus mártires y mesías, y sobre esa base no se puede hacer política. Soy muy crítico con lo que está pasando en las escuelas, no se pueden usar para difundir esa fe. Hay adoctrinamiento porque muchos de los profesores ya están adoctrinados por el pujolismo o eligen voluntariamente dictar los contenidos de manera sesgada.
–¿Esto le consta?
–Fui a la manifestación del 3 de octubre, contra los hechos del 1-O, y les pregunté a unos chicos de 18 o 19 años, un chico y una chica, ¿qué pasó el 11 de septiembre de 1714? Yo soy de un pueblo de fuera, no sé nada, no me entero, les dije. Y me respondieron: España nos avasalló. Pues mire usted, no es verdad. Fue una guerra mundial que ganaron los franceses, los Borbones, y no los Austrias. Pero me lo explicaban de esta manera, como le explicaron la guerra de sucesión en la escuela o en la televisión.
–Sin embargo, usted se sigue haciendo pedagogía, a pesar de estar jubilado y de haber publicado hace ya una década Adiós a la universidad: El eclipse de las humanidades…
–Bueno, con este libro no profeticé nada, simplemente analicé lo que estaba sucediendo con el Plan Bolonia, con los másteres y la influencia de los planes didácticos americanos, con la unión universitaria europea y el neoliberalismo implicado en la enseñanza de las humanidades, y aquel diagnóstico del eclipse se está cumpliendo. Ahora para revertir esto tendría que venir un Humboldt. Pero no soy del todo pesimista, porque creo que en España tarde o temprano surgirá un movimiento regeneracionista. Si esto se organiza un poco, piense que puede surgir un movimiento de regeneración cultural y educativo.
–Pero mientras tanto usted no se queda con los brazos cruzados, ahora dirige una colección de Clásicos Alemanes para Galaxia Gutenberg y acaba de editar la antología La literatura admirable…
–Sí, ahora estoy muy activo, siempre en este sentido pedagógico…
–¿Y qué le diría a las feministas o a los críticos de género que le afearan el hecho de que sólo hay tres autoras en esta voluminosa antología de literatura universal?
–Este libro se construye con 120 lecciones impartidas en el Institut de’Humanitats, que por cuestiones espacio se seleccionaron 55 ponencias. Por una serie de factores en esa selección quedaron sólo tres lecciones dedicadas a escritoras mujeres, pero no hubo una voluntad expresa, yo ni me di cuenta de ello. La literatura no tiene género, es buena o mala. Da igual si quien la escribe es hombre o mujer, negro o blanco, minusválido o atleta. Lo que hay en este libro es bueno, no es un manifiesto, sino una propuesta de lectura. Claro que hay más buena literatura que estos autores propuestos, y como la obra no contemplaba a los poetas tampoco está Sylvia Plath ni Emily Dickinson ni Safo. El feminismo, antes que una escuela académica es un movimiento social: los ismos son religiones de sustitución. Yo dije una vez que el independentismo venía del hecho de que los catalanes ya no iban a misa. Las religiones de sustitución son muchas: pilates, budismo, animalismo, vegetarianismo, antitaurismo, independentismo, feminismo… En todos estos ismos entra el fanatismo y también la estupidez, cuando la cosa se exagera. Toda esta gente tendría que leer el Stultitiae laus, de Erasmo, o Bouvard y Pécuchet de Flaubert. Éste es un libro maravilloso, pero un esfuerzo inútil porque el proyecto de Flaubert era enseñar al mundo donde está la estupidez. Y ya lo dice la Biblia: infinito es el número de estultos.