La experiencia dura y la inteligencia luminosa de Slavko Goldstein
Ignacio Vidal-Folch repasa el legado del escritor judío con motivo de su fallecimiento
17 septiembre, 2017 00:00Es una pena que haya fallecido Slavko Goldstein, aunque he recibido la noticia encogiéndome de hombros pues así es la vida; empiezo a estar acostumbrado; se van los mejores y a mi alrededor perduran, inmortales, los pelmazos. Como dijo Séneca o Marco Aurelio: "¡Hay que joderse!".
Tenía el señor Goldstein muchos años, y a pesar de tan rica experiencia, de haber sobrevivido a tiempos tan difíciles, de tantas inesperadas vueltas de tuerca, de estar en posesión de una inteligencia tan clara y didáctica, se ha tenido que morir como cualquier tonteras.
En su país, Yugoslavia, y, después de que ésta hiciera implosión, en su nueva patria, Croacia, Goldstein fue muy conocido y admirado. Nació en 1928. Para eludir la suerte de su padre, librepensador, librero y pequeño editor en Zagreb asesinado por los ustachi de Ante Pavelic por el delito de ser judío, el niño Slavko tuvo que escapar al bosque con su hermano y su madre, y allí buscar a los guerrilleros de Josip Broz, Tito, para sumarse a ellos y plantar batalla. Tenía entonces doce años de edad. A los diecisiete, acabada la guerra, ostentaba el grado de teniente en el ejército vencedor.
A partir de entonces, y tras pasar una temporada tanteando sus posibilidades en Israel, y regresar decepcionado por la calidad de su democracia, que le pareció deficiente, de vuelta en Zagreb se convirtió no precisamente en un disidente pero sí en un editor liberal muy bien relacionado con las estancias del nuevo poder, y navegó como pudo entre sus convicciones libertarias y el principio de realidad impuesto por la dictadura comunista y el nuevo orden internacional. Supongo que después de lo que había vivido durante la guerra antes de alcanzar la mayoría de edad, las miserias del régimen titista debían de parecerle un chiste malo.
'1941, el año que retorna'
Nos deja como legado un libro excepcional titulado 1941, el año que retorna, muy bien traducido por Maja Drnda. A medias autobiografía y a medias meditación sobre los tiempos que le tocó vivir, estructurado con magistral habilidad narrativa, ese libro no ha tenido entre nosotros la difusión que merece por culpa de haber aparecido en una pequeña editorial de catálogo reducidísimo, Cómplices, que es el capricho personal de un señor mallorquín cuyo nombre no recuerdo y que en realidad se dedica mayormente a otras tareas. Creo que la editorial es lo que los franceses llaman su "violín de Ingres", o sea una afición paralela a la tarea en la que de verdad destaca. Claro que si no fuese por ese violín de Cómplices quizá el libro no nos hubiera llegado. Y hubiera sido una pena. Pues, como creo que voy dejando claro, el libro es una joya.
Se han escrito infinitas páginas, se han dicho un millón de tonterías sobre los motivos, las pulsiones remotas, odios milenarios y causas cercanas de la destrucción de Yugoslavia, aquel gran país eslavo del sur de Europa que por culpa de las más bajas pasiones públicas e intereses privados se vio convertido en siete países insignificantes --el adjetivo es mío-- tan poco acreedores de respeto, no digamos ya de admiración, como suelen serlo los vecinos camorristas que dirimen sus diferencias a garrotazos. A diferencia de esos analistas, Goldstein no busca la explicación en afrentas medievales ni en abstracciones sobre la psique, característica telúrica que cada pueblo se supone que posee, sino en las puntuales y concretas matanzas de judíos y de serbios, en nombre de una idea simplona y falsa, a manos de los nacionalistas croatas de Ante Pavelic, líder fascista, títere de Mussolini y de Hitler y creador del Estado croata a finales de los años 30, y en la forma en que se mantuvo latente y vivo el pánico a que aquellos horrores de 1941 se repitiesen tras la muerte de Tito el Unificador.
La alternancia y simultaneidad entre la experiencia personal y autobiográfica de Goldstein y su inteligente, ponderada reflexión sobre la historia contemporánea, de la cual era tan privilegiado protagonista como víctima, es lo que da a 1941 ese incomparable sabor de inteligencia vivida, mascada, desarrollada desde la superficie al fondo. Que para colmo su experiencia no fuese excusa para el rencor --teniendo sobrados motivos-- sino para la indulgencia, la imaginación de los motivos del "otro" y la simpatía universal... eso ya es mérito exclusivo del buen Slavko Goldstein, eso es lo que le hizo ser uno de los pocos.