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Cambiar los estereotipos. Buscar el bien común, desde perspectivas distintas, pero con un mismo fin: mejorar las condiciones del mayor número de personas. Pudiera ser un regreso al pensamiento de John Stuart Mill. Pero se trata de hacer algo efectivo, en un momento histórico marcado por la extrema polarización. La izquierda puede pensar en la “abundancia”, y la derecha puede confiar en una administración que cuente con la iniciativa privada.

Es lo que plantean dos analistas: Ezra Klein y Derek Thompson en el libro Abundancia, cómo construimos un mundo mejor, editado en Capitán Swing y con la traducción de Jesús Cuellar.

Si la izquierda se ha inclinado en los últimos años por el decrecimiento económico, ahora debería despertar y entender por qué lo que promete no se logra, por qué la decepción entre sus votantes se mantiene en el tiempo.

Ezra Klein, excolumnista y editor del Washington Post, hoy editor jefe y cofundador del sitio web de noticias Vox, y Derek Thompson, editor principal de la prestigiosa revista The Atlantic, toman posición.

El punto de partida es ayudar al Partido Demócrata en Estados Unidos, o hacerle ver que se equivoca si no se arremanga, de verdad, en favor de los que menos tienen. Pero los autores rechazan el sectarismo. Defienden, en la enorme presentación de datos y análisis, la gestión en décadas anteriores del Partido Republicano, hoy desdibujado y anulado por la figura de Donald Trump.

La crítica es feroz respecto a esa izquierda ilustrada que habla muy bien, que lanza mensajes encomiables, pero coloca toda una serie de obstáculos para impedir que esos lemas se hagan realidad. La paradoja es enorme. Y sirve para explicar lo que sucede en muchos otros países. En España, por ejemplo. Es un mal global. Las posiciones progresistas se han enredado en legislaciones bienintencionadas que impiden construir viviendas, poner en marcha programas ambiciosos para generar energía limpia o un transporte eficaz y asequible.

Portada del libro de Klein y Thompson

Porque, ¿qué desean los ciudadanos? ¿La polarización es real? ¿Está enquistada en las mentes de las poblaciones, o es más bien la forma en la que actúa la élite para esquivar el bulto, para seguir en la retórica política que busca conservar o alcanzar el poder? Pensar, analizar, es lo que reclaman los dos autores, hartos de la parálisis.

Liberalismo de pancarta

El título propone “más cosas”, más de todo. Abundancia como una antítesis frente al decrecimiento, al ‘no hay para todos, y por tanto, es mejor reducir las expectativas vitales’. En algún momento, Ezra y Thompson plantean una especie de mundo feliz, en el que la clave de todo es la producción de energía. Pero hay datos, hay programas que se analizan y esa energía limpia es posible desde la técnica. El problema, claro, es “político”. ¿Quién quiere, a quién le interesa, quién puede asumir que al lado de su casa se alcen gigantescos molinos de viento o campos de placas solares?

La crítica se centra en ese polo progresista, el “liberalismo de pancarta en el jardín”. En Estados Unidos los liberales son los socialdemócratas europeos. Y están muy presentes en California, por ejemplo. El Partido Republicano, desde hace unas décadas, sabe que todos los delegados por el Estado de California en unas elecciones presidenciales caerán del lado demócrata.

Y los gobernadores del estado han sido y son demócratas, aunque eso no fue siempre así, porque Ronald Reagan accedió a la presidencia del país desde la plataforma que había logrado como gobernador del estado californiano.

Pero, ¿por qué se critica ese liberalismo? En las pancartas situadas en esos jardines frontales de casas amplias y cómodas, rezan lemas como Las vidas de los negros importan, o La amabilidad lo es todo, o Ningún ser humano es ilegal. Son buenas palabras. Necesarias. Pero se encuentran en comunidades que no desean que se construyan más viviendas.

“La población negra de San Francisco no ha dejado de reducirse en todos los censos realizados desde 1970. A las familias más pobres –en las que hay una sobrerrepresentación de no blancos y de inmigrantes—se las obliga a realizar largos trayectos para ir a trabajar, a habitar hacinadas o en la calle”, se señala en el libro.

Una pancarta en el jardín de una casa en Estados Unidos

Demócratas en California, republicanos en Texas. ¿Y qué sucede? En políticas de vivienda la contradicción es enorme. ¿No son esos liberales los más dispuestos a mejorar las condiciones de ciudadanos con menos recursos? Sí, pero esas comunidades, con casas unifamiliares, impiden la construcción de pisos. Las políticas de “zonificación”, las decisiones urbanísticas, --pensadas de forma racional—han impedido en la práctica la democratización del acceso a la vivienda.

Esos liberales han impedido que otras comunidades –negros, latinos, blancos de menos recursos—convivan en esos espacios. Eso explica, apuntan los autores, el número de personas sin hogar en San Francisco, por ejemplo, una de las ciudades más ricas del mundo.

Las áreas metropolitanas de Los Ángeles y de San Francisco solo dieron licencias, --explican Klein y Thompson—a 2,5 viviendas por cada 1.000 habitantes. En Austin, Texas, sin embargo, se levantó el mayor número de viviendas del país, con datos de 2022. Se permitieron 18 nuevas viviendas por cada mil habitantes. Las ideas asociadas a demócratas y republicanos, por tanto, quedan invalidadas. Ni los liberales son partidarios del cambio, ni los republicanos son inmovilistas. ¿Son lecciones para otros países?

Los dos partidos, sin embargo, sí han caído en errores similares. Y aquí la ciencia de la administración ocupa un lugar central. Legislar está bien, es imprescindible, pero, ¿cómo se legisla?, ¿con qué técnicas?, ¿qué derivadas no se tienen en cuenta?

El presidente de Estados Unidos en los años setenta, el republicano Richard Nixon

Nixon cayó en ese error. También Reagan, como gobernador de California. Los dos apoyaron causas medioambientales. Nixon cumplió sus compromisos. En el discurso del Estado de la Unión de 1970, el presidente republicano usaba un lenguaje propio de algún destacado izquierdista verde de hoy mismo. “La gran pregunta de los años setenta es: ¿nos rendiremos ante el entorno o firmaremos la paz con la naturaleza y empezaremos a reparar el daño que le hemos hecho al aire, la tierra y el agua?”.

Y señaló: “El programa que propondré al Congreso será el más exhaustivo y abultado que se haya dedicado a este asunto en la historia de Estados Unidos”. Y lo cumplió. Y lo interesante es que, en aquel momento, Nixon no era una anomalía. El Partido Republicano estaba en esas tesis. Lo que sucedió es que la legislación acabó anulando la actividad. El proteccionismo fue excesivo y hubo fallos judiciales que complicaron las cosas a los proyectos presidenciales.

Sin embargo, hay posibilidad de enlazar los distintos intereses. El obstáculo, en todos los ámbitos, es el “político”, la necesidad de casar las necesidades e intereses de los distintos sectores sociales.

Y ahí llega la pregunta que los dos autores no pueden responder. ¿Cómo se consigue ese objetivo? Porque puede suceder que se imponga una especie de darwinismo social. Un proyecto político autoritario que defienda una carrera en la que solo ganarán los más fuertes. En esa dirección está Donald Trump y sus seguidores en Europa.

Criticar y proponer

Lo que Klein y Thompson demuestran es que se ha llegado a un estadio donde la tecnología permite esa abundancia. No hay que resignarse a un mundo más oscuro, a ese decrecimiento por el que abogan algunos economistas y una parte de la izquierda.

Hay que construir más de todo, y eso es posible hoy respetando el medio ambiente. Se puede mejorar la vida de un mayor número de personas en el mundo.

Pero es inquietante lo que asoma por detrás. Puede que no haya el consenso necesario para que la propia idea sea defendible. ¿Por qué más para todos?

Abundancia plantea un enorme debate. Y ese era, precisamente, el fin de los dos autores. El trabajo lo ha publicado en España la editorial Capitán Swing, que se ha empeñado en agitar las aguas, con libros combativos, que critican, pero también proponen.