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Voy a contarle, estimado y desconocido lector, un pequeño y aparentemente insignificativo incidente, ocurrido hace unos días en Londres; una anécdota, que --por algún motivo que aún no tengo muy claro, pero en el que iré pensando mientras traduzco el artículo de The Guardian donde la leí el pasado viernes--, me impresiona. Algo tendrá que ver con ello el hecho de que tuviera lugar en el Royal Albert Hall (RAH), pilar de la vida cultural londinense, sala de conciertos emblemática en South Kensington.

Anécdota anodina, he dicho, porque en este mundo de hoy, tan rico en horrores, cualquier cosa que no sea luchar, matar o morir parece un lujo, un capricho que nos permitimos, como asistir a un concierto y que algo se tuerza…

Dos empleados del RAH impidieron entrar en el auditorio, donde el pianista Yunchan Lim iba a interpretar piezas de Rachmaninov, a un señor de 81 años llamado Roger Cauthery y a su esposa, Angele, porque él llevaba un pin con la bandera de Palestina en la solapa de su chaqueta.

Esos empleados vieron el pin y le dijeron que con él no se le permitiría entrar al concierto. “La pareja permaneció de pie en el vestíbulo durante 15 minutos”, explica The Guardian, “hasta que llegó un supervisor, quien revocó la decisión anterior.”

El pianista Yunchan Lim Philo Toutou Wikimedia Commons

Ahora las declaraciones del señor Cauthery sobre el incidente, según las recoge el citado rotativo: 

“Nos sentimos extremadamente molestos, por no decir humillados, por su comportamiento hacia nosotros. Soy un exalumno de una escuela pública de clase media, criado para creer que los británicos son gente decente, respetuosa de la ley y que se puede vivir en libertad”.

“Simplemente, estaba mostrando solidaridad con el pueblo palestino y expresando mi apoyo a lo que yo creo, y la ONU cree, que es un estado legítimo. Mi esposa y yo estamos firmemente convencidos de que Palestina debería ser reconocida como Estado y, de hecho, parece que nuestro Gobierno finalmente está a punto de hacerlo.”

“Es trágico que este pequeño pin pueda considerarse una amenaza para el Royal Albert Hall, que sin duda debería ser uno de los símbolos de nuestra democracia. El resultado de este incidente fue que estábamos demasiado angustiados para disfrutar el concierto y en el intermedio nos marchamos.”

Tras ser contactado por The Guardian, James Ainscough, el director ejecutivo del RAH, pidió disculpas a la pareja. Fíjese el lector, si quiere, en la muy civilizada retórica de Ainscough:

“He escrito para disculparme con el Sr. y la Sra. Cauthery, que el viernes fueron inicialmente detenidos en la puerta por uno de nuestros empleados. Aquello no está en armonía con nuestra política y fue un error. El encargado de turno que intervino para resolver la situación hizo lo correcto al autorizar su entrada posterior.

“Además de pedir disculpas por una experiencia comprensiblemente molesta y humillante, les hemos ofrecido un reembolso completo y una invitación para regresar al Hall como invitados nuestros, para poder darles la cálida bienvenida que lamentablemente faltó el viernes. También hemos hablado con nuestro empleado para asegurarnos de que una situación similar no vuelva a ocurrir.”

El señor Cauthery dijo que donaría el importe de las entradas reembolsadas a la organización benéfica Medical Aid for Palestinians, lo que Ainscough calificó de “loable”.

No contento con eso, Ainscough envió una carta de disculpa a la pareja: “La música tiene el permanente poder de acercar a las personas, y queremos que el Hall brinde una cálida bienvenida a todos los que vengan a disfrutar de nuestros conciertos. Es muy triste pensar que la experiencia que tuvieron con nosotros el viernes fue totalmente opuesta a eso. Espero que consideren regresar al Hall en un futuro próximo, para que podamos tener la oportunidad de darles la cálida bienvenida que merecen.”

Cauthery respondió: “Estoy muy agradecido al RAH por responder de esta manera. Por supuesto, continuaremos asistiendo y disfrutando los conciertos allí.”

Fin. Bueno, ahora creo que entiendo algunos factores que me impresionaron al leer el viernes esta bien hilvanada pieza periodística. Lo primero, que el periodista no opina: se limita a exponer los hechos y las declaraciones de las partes, con ecuanimidad (salvo en el detalle de que el incidente haya sido elevado a noticia).

Lo segundo, que el concierto fuese de obras de piano de Rachmaninov, que son deliciosas, aumenta la ofensa al señor Cauthery. Entiendo que después de tomarse las pequeñas molestias de comprar entradas y desplazarse con su esposa a la experiencia estética rachmaninoviana que le aguardaba en el RAH, el malestar por el incidente les dejase mal sabor de boca, les arruinase el placer de escuchar y les obligase a abandonar el concierto en el entreacto.

Me impresiona que la firmeza de sus convicciones las manifestase Mr. Cauthery discretamente, en una insignia de ojal de chaqueta. Me enternece su fe en que “los británicos son gente decente, respetuosa de la ley, y que se puede vivir en libertad”. Entiendo que es una buena persona y que su mujer también lo es.

Gran Bretaña, EE. UU. y Alemania son los países que más celo han puesto, en contra de sus tradiciones democráticas, en amordazar, silenciar y cancelar a cualquiera que manifieste simpatía por los sufrimientos de los palestinos a manos de Israel. El anónimo bedel que frenó a Cauthery por su pin se excedió en ese celo. Es un tonto o un fanático, pero reconforta que Ainscough no presuma de haberle despedido, o de haberle abierto un expediente, sino solo de haberle aleccionado para que la cosa no se repita.

Hay en todo el incidente, incluida la presentación de excusas e invitación a volver gratis al RAH, y la gentil aceptación de las mismas, algo realmente british, un sentido de la medida y de la diplomacia, y una formalidad que resultan admirables. Aunque, claro, no cambie nada en Gaza.

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