Edith Stein: entre la fe y la razón

Edith Stein: entre la fe y la razón HUMANITAS

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Edith Stein: entre la fe y la razón

La filósofa judía, que se hizo católica, criticó abiertamente a Heidegger, en especial la idea del hombre como un ser para la muerte (propia)

La atracción de Heidegger: el filósofo del ser, de la angustia, de la muerte

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Edith Stein nació el 12 de octubre de 1891 en Breslau (entonces Prusia, hoy Wroclaw, Polonia) en una familia judía. El 1 de enero de 1922 fue bautizada como miembro de la Iglesia católica. El 15 de abril de 1934 profesó como monja carmelita con el nombre de Teresa Benedicta de la Cruz. El 2 de agosto de 1942 fue detenida por la Gestapo en un monasterio situado en Echt (Países Bajos) donde creía estar a salvo de los nazis; el 9 de agosto murió en Auschwitz. El Vaticano la ha declarado santa, aunque no doctora de la Iglesia pese a que tenía un doctorado en Filosofía, que no le sirvió para ser admitida como docente en una universidad alemana por su doble condición de mujer y judía.

Su padre, que regentaba una industria maderera en pérdidas, murió antes de que ella cumpliera los dos años. Su madre asumió la dirección de la empresa y la reflotó, facilitando que los 7 hijos que sobrevivieron a sus 11 partos pudieran estudiar. También las chicas, cosa poco habitual entonces.

Era buena estudiante, pero a los 15 años decidió que el esfuerzo no compensaba y pidió a su madre que le permitiera trasladarse a Hamburgo, donde vivía una hermana ya casada.

La crisis intelectual coincidió con la religiosa: el judaísmo no le ayudaba a enfocar su vida. “Dejé de orar”, escribiría en su memorias, para vivir “mi periodo ilustrado”. No obstante, cuando estaba con su madre la acompañaba a la sinagoga incluso después de haberse convertido al catolicismo.

Con Karl Jaspers

Al año volvió a Breslau y retomó los estudios sin gran entusiasmo. Hasta que leyó a Edmund Husserl, un catedrático en Gotinga que explicaba una filosofía que le abría un mundo. Se trasladó y se matriculó en sus clases.

El filósofo Karl Jaspers, en 1946

El filósofo Karl Jaspers, en 1946 WIKIPEDIA

Husserl llamaba a su pensamiento “fenomenología”. Proponía “ir a las cosas mismas”, acercarse a los objetos del mundo desprovisto de prejuicios e influencias. Poner “entre paréntesis” los juicios adquiridos. El mundo a explorar incluye la propia conciencia.

Entre las personas influidas por la fenomenología están, además de Stein, quien sería algunos años secretaria de Husserl, Karl Jaspers, Max Scheler, Karl Löwith y Martin Heidegger.

La obra de Stein presenta dos partes diferenciadas. La primera incluye, sobre todo, su tesis y su trabajo para obtener la habilitación como profesora universitaria. Son textos pegados a la fenomenología husserliana. La segunda, siendo ya carmelita, bebe de Tomás de Aquino y de la mística católica, en especial Teresa de Jesús y Juan de la Cruz.

La Stein neotomista no rompió con el pasado. Intentó hermanar la fenomenología con el pensamiento cristiano, coincidiendo con cierta revitalización del cristianismo que se dió en los años treinta del siglo pasado.

El 21 de marzo de 1931, en París, la Sociedad Filosófica Francesa organizó un debate sobre la posibilidad de una filosofía cristiana. Participaron el historiador de tendencia materialista Émile Brehier, el medievalista Étienne Gilson, el filósofo Jacques Maritain y Leon Brunschvicg, profesor de filosofía y editor de los textos de Pascal.

Brehier sostenía que los pensadores medievales cristianos no eran filósofos sino teólogos. Gilson defendía que la influencia de la revelación había significado una importante aportación filosófica.

La experiencia de Newman

En esas mismas fechas, Heidegger decía que hablar de “filosofía cristiana” equivale a hacerlo de “un hierro de madera”. Paralelamente, en un convento de Colonia, Edith Stein redactaba ¿Qué es filosofía? donde fingía un diálogo entre Husserl y Tomás de Aquino. Analizaba las relaciones entre la razón y la fe y las aportaciones posibles de la segunda a la primera e intentaba responder a la pregunta ¿es posible una filosofía cristiana? Stein daba, claro, una respuesta afirmativa.

Tras su ingreso en el convento, abandonó durante unos años la producción filosófica. Pero la orden valoró su trabajo intelectual. La liberó de las tareas domésticas y le permitió disponer de libros de filosofía. Al mismo tiempo, uno de sus asesores espirituales le sugirió que tradujera a Tomás de Aquino y al cardenal Newman.

John Henry Newman (1801-1890) fue un sacerdote anglicano que, buscando la certeza, se convirtió al catolicismo y promovió la unificación entre las iglesias inglesa y romana.

El interés de Stein por ambos autores no es ajeno a la tradición filosófica que ha lidiado con la posibilidad de adquirir la certeza en el conocimiento. En el diálogo citado, Tomás de Aquino explica a Husserl: “Si a la fe le es propia la más alta certeza que puede lograr el espíritu humano (...) la filosofía debe hacer suya la certeza de la fe”. La razón es el elemento esencial del conocimiento (sin prescindir de la  experiencia sensorial), pero cuando se observa a sí misma descubre sus límites. Eso implica una visión del más allá: la razón sobrenatural, que se abre camino “hacia la verdad, para alcanzar verdades, que de otro modo nos estarían vedadas”.

Pero, objeta Husserl,  “si la fe es el criterio último para el resto de la verdad, ¿cuál es el criterio para ella misma? ¿Qué me garantiza la legitimidad de la certeza de la fe?”. “La fe se garantiza a sí misma”, responde Tomás.

Desde esta perspectiva, el discurso de la razón natural queda subordinado al de la fe.

Crítica a Heidegger

El problema se agrava si el filósofo debe asumir como hechos lo descrito por Mauricio Martín del Blanco en un perfil de Stein: “Durante la Hora Santa del Jueves Santo en la iglesia del Carmelo de Colonia, Cristo le hace comprender que ella tiene que ayudarle a cargar con la cruz que ahora caía sobre su pueblo”. Ella, desde luego, debió de asumirlo ya que escribió al papa Pío XI para que redactara una encíclica condenando el nazismo. Encíclica que nunca vio la luz.

El pensamiento moderno es fundamentalmente laico. Prescinde de la revelación y apela a la razón o la experiencia. Deja los discursos sobre Dios y sus mensajes a la teología, a riesgo de no lograr certezas.

Seguramente no es casualidad que la posmodernidad se mueva en un relativismo del que no sabe (y a veces no quiere) salir. Una posmodernidad que enlaza con la obra de Heidegger, cuya carrera se inició, como la de Stein, en la fenomenología.

Las trayectorias de Heidegger y Stein son inversas. Ella empezó como atea y acabó en el neotomismo. Heidegger, inicialmente católico, evolucionó hacia un pensamiento ateológico.

Heidegger: el filósofo desarraigado

Heidegger: el filósofo desarraigado

Stein, ya en su etapa católica, criticó abiertamente a Heidegger. En especial la idea del hombre como un ser para la muerte (propia). Para ella, la angustia de la temporalidad que la muerte pone en primer plano procede tanto del propio yo como de la muerte de los otros. Cuestiona la soledad del ser-ahí (dasein) heideggeriano. Para ella, la vida es un don, “una idea tan central en su pensamiento como extraña” en Heidegger”, escribe MacIntyre (Edith Stein. Un prólogo filosófico, 1913-1922).

Ambos partían de Husserl. Heidegger fue su discípulo preferido y su sucesor en la cátedra de Friburgo. Stein fue secretaria de Husserl hasta que las desavenencias filosóficas la llevaron a abandonar el trabajo.

Intentó obtener la habilitación para la docencia, pero el tribunal la rechazó. Reconoció su calidad, pero era mujer. Buscó el apoyo de Husserl, que fue tan tibio que no sirvió de nada.

Asumir la revelación

Pese a ello, Stein mantuvo siempre su aprecio por su maestro y envió un texto para un volumen de homenaje con motivo de su 70 aniversario. Fue, precisamente, el diálogo entre él y Tomás de Aquino. Heidegger, encargado de la recopilación, le exigió que lo reescribiera como ensayo como condición para publicarlo.

El texto más ambicioso de su segunda etapa es una reelaboración de su tesis doctoral: Ser infinito y ser eterno. La tesis central es que Dios es lo único que une en sí ser y conocimiento. Todo intento de fundamentar el conocer humano debe asumir la revelación, avalada por la fe. Escribió también Ciencia de la Cruz, que quedó inédito. Sus compañeras de convento consiguieron salvarlo tras su detención por los nazis y fue publicado póstumamente.

En ambas obras late una cuestión claramente fenomenológica: ¿en qué consiste la unidad del ser humano? Si se prefiere, ¿cómo funciona la conciencia? ¿cómo se accede al conocimiento del propio yo?

Este asunto había aparecido ya en El problema de la empatía, uno de sus primeros trabajos. Empatía era una noción empleada por Husserl sin haberla desarrollado. Para Stein, el acceso al conocimiento del yo se produce por la propia conciencia y a través de los demás, por empatía. La propia intencionalidad que permite percibir la intencionalidad del otro. Un otro que  “está frente a mí y entabla relación conmigo”.

“Intencionalidad” tiene aquí el sentido husserliano: tender a algo, lo que implica la conciencia del yo como sujeto frente al objeto al que se tiende, que en ocasiones puede ser el propio yo. La percepción de ese yo por los demás es la garantía de la objetividad.

El "propio amo"

Más tarde, ya en su etapa neotomista, retomará la cuestión en La estructura de la persona humana: “El hombre (...) es un miembro de la cadena formada por todo el género humano”.

Antes de su conversión escribió Una investigación sobre el Estado. Stein distingue entre multitud o masa, comunidad y sociedad, además del Estado. Difieren por la relación que establecen los individuos entre sí y los fines comunes que puedan proponerse.

Libro de Edith Stein

Libro de Edith Stein

Aunque Stein no lo cita, debió de conocer la obra de uno de sus contemporáneos, el filósofo antiliberal Carl Schmitt, para quien el elemento definitorio del Estado es la soberanía, expresada en la capacidad para declarar el estado de excepción y suspender las leyes.

Para Stein, la soberanía es también el elemento clave del Estado. Ser soberano implica ser reconocido como tal por los ciudadanos y por otros Estados y no depender de nadie en la toma de decisiones. En palabras de la propia Stein “ser el propio amo”. Ello exige disponer de fuerza suficiente para legislar y garantizar el cumplimiento de las leyes.

Masa acrítica

El “pueblo”, otras de las posibles agrupaciones humanas, no supone la soberanía. Su base es la tradición común y compartida. Los pueblos no necesitan ser Estado para sobrevivir en el tiempo. En justa correspondencia, los Estados no presuponen homogeneidad étnica ni cultural en sus miembros. El Estado permite a los ciudadanos “el más amplio margen de juego para su vida personal” (Una investigación sobre el Estado). Una visión liberal, cercana a la República de Weimar de la Alemania de entreguerras.

Edith Stein no buscaba con sus textos participar en la política del momento (aunque militó durante un breve tiempo en el Partido Democrático), pero no podía ignorar lo que ocurría, en especial el ascenso de Hitler. Quizás por eso se halla en su textos una reflexión -de origen aristotélico- sobre las formas aceptables de gobierno y sus posibles degeneraciones: la monarquía y la tiranía; la aristocracia y la oligarquía; la democracia y la demagogia. Registra también la aparición de una figura que sigue hoy viva: la del populista (Volksmann) capaz de influir sobre la multitud informe y sin opinión elaborada.

Ni al populista ni a sus seguidores les preocupa el problema de la certeza. Ésta tiene relación directa con la voluntad de conocimiento. Las opiniones, en cambio, son libres y de fácil acceso y se refuerzan por contagio cuando uno forma parte de la masa acrítica.