
Alexandre Kojève
Alexandre Kojève, un filósofo para el siglo XXI
Marco Filoni indaga en la vida y la obra del pensador ruso, sobrino de Kandinsky y creador de la idea del 'fin de la Historia', en La acción política del filósofo (Trotta)
“La vida humana es una comedia. Hay que representarla seriamente”. Quizá sea esta boutade de Alexandre Kojève la que mejor resuma su rocambolesca vida como sabio, filósofo, intrigante, tal vez espía, consejero áulico e incansable negociador. Las múltiples caras de su biografía que analiza Marco Filoni en su excelente Vida y pensamiento de Alexandre Kojève. La acción política del filósofo (Trotta) confirman que el personaje es uno de los protagonistas clandestinos más importantes del siglo XX, cuyo legado mantiene una singular vigencia para afrontar los interrogantes y las perplejidades de nuestro tiempo.
Seguramente muchos habrán oído hablar de la idea del final de la historia, divulgada por Francis Fukuyama en su libro de 1992 sobre la construcción de un nuevo orden mundial libre de conflictos ideológicos tras la caída del muro de Berlín. Pocos sabrán en cambio que el padre del concepto fue en realidad Alexandre Kojève (1902-1968), un filósofo nacido en Rusia, exiliado luego en Alemania, donde estudió con Jaspers y Husserl, y finalmente afincado en Francia, donde terminó siendo uno de los instigadores de la Unión Europea.
Sobrino de Kandinsky y perteneciente a la alta burguesía rusa, Kojève quiso primero ser sabio, para lo cual estudió lenguas clásicas y orientales, física, matemáticas, arte, literatura… No hubo ninguna parcela del conocimiento que se le escapara y en todo adquirió un inverosímil nivel de maestría. Pero la gran pasión de su vida terminó siendo Hegel, el pensador que a su juicio lo había visto todo y al que dedicó toda su atención, apropiándoselo para a su vez formular sus propias teorías sobre el devenir histórico.

'La acción política del filósofo'
Su Introducción a la lectura de Hegel –también publicada en español por Trotta– recogió las lecciones que había impartido entre 1933 y 1939 sobre la Fenomenología del espíritu en la École Practique des Hautes Études y a las que asistió la crema de la intelectualidad francesa de la época, desde Raymond Aron a George Bataille, Queneau, Merleau-Ponty, Caillois, Lacan e incluso Hannah Arendt. Martin Heidegger consideraba ese libro el más importante tratado filosófico del siglo XX, aunque, claro, solo tras Ser y tiempo, cuya influencia en el estudio es por lo demás patente, sobre todo en lo referido a la cuestión de la muerte.
Cuando nos acercamos al pensamiento de Kojève entendemos hasta qué punto las teorías de Fukuyama constituyen una mera banalización y simplificación de la idea del final de la historia. Para Hegel, la batalla de Jena fue el último episodio de la dialéctica del amo y el esclavo. En consecuencia, la Fenomenología del espíritu es la historia entendida como algo que ha llegado a su final y que por tanto se ha cumplido.
El ser humano surgido de las transformaciones revolucionarias de finales del siglo XVII en Inglaterra o de finales del XVIII en Francia y Estados Unidos tiende a uniformizarse como ciudadano del orden expandido por Napoleón –el individuo gobernante que ya no descendía de ningún linaje regio–, un orden basado en la economía, el capital, el libre mercado y el imperio de la tecnología. Este ciudadano posrevolucionario ha reducido el mundo a su utilidad y por tanto se revela como un hombre esencialmente satisfecho, narcisista, superficial, que se vuelve de lo histórico a lo biológico y animal y que por ello termina por generar un mundo a imagen y semejanza de su vanidad nihilista. (Eso es, ni más ni menos, lo que estamos comprobando en este siglo XXI.)

'Introducción a la lectura de Hegel'
El final de la dialéctica del amo y el esclavo también supone que el hombre se ha quitado de encima a Dios –el amo absoluto– y que él mismo ha ocupado su lugar, adueñándose de su propia finitud y por tanto de la muerte, gracias a lo cual se convierte él mismo en la nada de Dios. De ello se deriva una nueva experiencia de la libertad basada en la negatividad, que no es sino una acción que incorpora la posibilidad no elegida, la capacidad de decir No y que en última instancia se manifiesta como la asunción de nuestro constitutivo y posible No-ser, esto es, de la muerte. Llevamos por tanto en nuestro ser el poder de crear nuestra propia aniquilación.
En su fabulosa biografía intelectual, Marco Filoni, que ha estudiado todo el fondo de Kojève, incluidos muchos inéditos, narra la fascinante evolución filosófica del pensador, desde su interés inicial por la filosofía rusa –Soloviov, sobre todo– y la investigación en torno a lo inexistente –en las antípodas de Parménides–, luego su doctorado en Heidelberg con Jaspers, su estudio sistemático de Hegel, las lecciones de París y su ingreso en la diplomacia y las bambalinas del Estado, en los gobiernos de De Gaulle, para “entender cómo se hace la historia” y ayudar a la fundación de la Unión Europea.
Kojève parece de hecho la viva encarnación de la Aufhebung hegeliana, la definitiva superación de los contrarios. Se definía a sí mismo como un “marxista de derechas” y consideraba a Henry Ford como el único que había alcanzado el ideal de Marx, puesto que los obreros fueron también dueños de los coches que fabricaban. Llegó a escribirle una larguísima carta a Stalin que contenía toda su explicación de Hegel, con recomendaciones sobre lo que, a su juicio y a la luz de sus estudios, convenía hacer en la Unión Soviética. No hubo respuesta, por desgracia.
Pero Filoni cuenta que, además de estudiar y glosar a Hegel, Kojève también dedicó un curso, entre 1936 y 1937, a Pierre Bayle, el filósofo francés del XVII autor del Diccionario histórico y crítico. Si la introducción a Hegel se proponía ser un estudio sobre los orígenes del marxismo, el curso sobre Bayle indagaba en los orígenes del liberalismo y en la constitución de la moderna República de las letras. Kojève parecía querer exprimir hasta la última gota la sustancia política de su tiempo, incluso proponiéndose como sujeto agente y a la vez paciente de la historia.

'La noción de autoridad'
Su propia acción política siempre estuvo envuelta en el misterio y la polémica. Durante la Segunda Guerra Mundial fue miembro de la resistencia, pero también tuvo contactos con el gobierno de Vichy. Y cuando cayó en una redada nazi en agosto de 1944, en Puy-en-Velay, se libró junto a un amigo del fusilamiento al que le habían condenado conversando con un general en su impecable alemán. El general en cuestión había regentado una galería de arte y Kojève le convenció de que ambos eran hombres de cultura y que por tanto debían comprenderse y protegerse el uno al otro.
Porque al parecer la gran arma de Kojève fue siempre la persuasión, gracias a un dominio verbal extraordinario. Cuando fue asesor de diversos ministerios en el Gobierno francés, era temido por sus provocaciones, que generaban acaloradas discusiones y disensos que luego él mismo se divertía arreglando de forma inesperada. “Lo importante en política”, le escribió en un papel a uno de sus jefes durante una reunión, “no es la inteligencia sino el carácter”.
Poco antes de morir repentinamente en 1968, durante un acto público en Bruselas, Kojève estaba siendo acorralado por las autoridades por su posible vinculación con el KGB, extremo que, según cuenta Filoni, no ha podido probarse nunca del todo. Pero fuera o no fuera un doble espía, es seguro que el filósofo mantenía un contacto fluido con los servicios secretos de la URSS al tiempo que servía como fiel funcionario de un país capitalista, probablemente porque solo entendía la historia –el final de la historia– como resolución y síntesis.

G. K. Chesterton
Filoni termina por llamar a Kojève, parafraseando a Chesterton, “el hombre que fue domingo”. Por una parte, Kojève fue siempre un filósofo dominical, al ser ese día el único de la semana en que podía dedicarse a la disciplina inútil. Él nunca se preocupó por publicar nada e incluso desaprobaba la edición de su Introducción a Hegel, empeño por otra parte de Raymond Aron. Su método, como el de los primeros filósofos, fue siempre la conversación, el seminario. Allan Bloom, discípulo de Leo Strauss, se quedó fascinado con él y una de las veces en que lo visitó en París, Kojève le dijo que si quería entender lo que era la política debía leer El hombre que fue jueves, la novela de Chesterton sobre la persecución de unos anarquistas que terminan descubriéndose policías, una paradoja urdida por Domingo, el personaje que está por encima de toda regla y que no puede definirse ni atraparse.
Alexandre Kojève ha terminado encarnando a ese Domingo que es la vez final y principio de la semana, el ocio del negocio, el pensador y el político, el espía y el rumor. En su vida y en su obra parece dramatizarse no solo el final de la historia sino también el de la propia filosofía, el relato, por decirlo en sus propias palabras, de la infelicidad de Sofía que, al viajar, se quedó dormida y no vio nada. No hay duda de que su obra, la mayor parte de la cual permanece inédita aún, va ser una de las fuentes a las que acudir no solo para entender nuestro tiempo sino sobre todo para soportarlo. Su análisis del hombre moderno, la historia y la política se ha demostrado más clarividente que la de cualquier otro pensador canónico del siglo pasado.