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Regreso a Reims. Un viaje en el tiempo, con honestidad, sin huir de la responsabilidad personal. Duro. Exigente. Y emocionante. La izquierda no sabe lo que ha pasado en el mundo en los últimos decenios. O, si lo sabe, ya no tiene los reflejos para una rectificación. El triunfo de Donald Trump en Estados Unidos ha dejado a muchos intelectuales y dirigentes políticos mudos y desorientados. Esta vez ha ganado Trump con contundencia. Y Europa mira asustada lo que pueda suponer esa victoria.

El sociólogo y filósofo francés Didier Eribon había vislumbrado el peligro al sumergirse en su propia familia. Lo hizo en Regreso a Reims, un libro editado ahora en español por Libros del Zorzal y Taurus. Aparece en las librerías junto a otra obra de Eribon: Vida, vejez y muerte de una mujer de pueblo, donde aborda el último tramo de vida de su propia madre. El impacto es enorme. Y se puede ilustrar con una frase que Eribon escribe en Regreso a Reims. Es un antiguo líder del Partido Socialista, del norte de Francia, que recuerda a sus amigos, durante la campaña presidencial de 2002, que "la palabra 'trabajador' no era una 'palabrota'".

Tal vez no haya una manera más idónea para analizar una realidad que a través de la propia experiencia personal. Eribon, un pensador respetado en Francia, autor de una biografía notable sobre Foucault, enlaza su relación con su familia con un análisis sobre el cambio que han experimentado las clases más desfavorecidas, votantes del Partido Comunista, que se inclinaron por el Frente Nacional. Es el caso de su madre, su padre y su hermano. Y lo que explica no dejará con buen cuerpo a exquisitos intelectuales y dirigentes políticos pulcros y de buen verbo. 

La lengua de los gobernantes

Hay grupos sociales e intereses contrapuestos. Rechazar una evidencia es el primer paso para cometer un grave error. Hay trabajadores, ayer en fábricas gigantescas --siguen existiendo, aunque en menor número-- hoy en el sector servicios y en numerosos ámbitos de la economía. Había relaciones de grupo, solidaridad intergeneracional, hoy predomina el poder del individuo. Todo eso lo constata Eribon acusándose él mismo de no haber entendido a un padre y a una madre, en Reims, apenas educados, toscos, que no tenían la sofisticación de una familia burguesa, que conoce todos los vericuetos para que el sistema económico y político sirva a sus intereses.

Portada del libro de Didier Eribon

Son los años sesenta y setenta del pasado siglo, y la experiencia sirve para entender cómo se produjo el alejamiento progresivo de trabajadores que ya no se reconocían en las palabras, los gestos y los proyectos de sus dirigentes políticos. Dice Eribon: "En el fondo, se podría resumir la situación diciendo que los partidos de izquierda y sus intelectuales, tanto los que estaban en el Estado como los del partido, empezaron a pensar y hablar en la lengua de los gobernantes y ya no en la lengua de los gobernados, comenzaron a expresarse en nombre de los gobernantes (y con ellos), y que, por ende, adoptaron la mirada que los gobernantes tienen sobre el mundo, rechazando desdeñosamente (con una gran violencia discursiva, que aquellos sobre quienes era ejercida percibieron como tal) la mirada de los gobernados".

Eso ha ocurrido. Lo señaló también de forma brillante Tony Judt, en un libro breve e intenso que sigue estando en la mesita de noche de los que todavía confìan en la fuerza de los colectivos: Algo va mal. Pero lo que muestra Eribon es la necesidad de cuidar la dignidad. De atender a esos trabajadores, a buena parte de la sociedad, que quieren respuestas y no discursos alambicados propios de las escuelas de negocio, de las altas escuelas de administración, que han marcado tanto a las elites franceses, de todos los colores políticos.

Respetar la dignidad

¿Ofrece ese reconocimiento el Frente Nacional en Francia o los partidos de extrema derecha en otros países? ¿Tienen soluciones? "Estoy convencido de que el voto por el Frente Nacional debe interpretarse, al menos en parte, como el último recurso con el que contaban los medios populares para defender su identidad colectiva y, en todo caso, una dignidad que sentían igual de pisoteada que siempre, pero ahora también por quienes los habían representado y defendido en el pasado".

Y añade: "La dignidad es un sentimiento frágil e inseguro: necesita señales y garantías. Necesita, ante todo, no tener la impresión de que uno es considerado una cantidad despreciable o simples elementos en cuadros estadísticos o archivos contables, es decir, objetos mudos en la decisión política".

La cuestión es que el voto a Le Pen, --en aquella época era Jean-Marie Le Pen, con un discurso duro, inflexible-- se consideraba una advertencia. La madre de Eribon lo ve de esa manera: "Era una advertencia, porque no daba para más. La gente que lo votó no lo quería. En la segunda vuelta votaron normal", señalaba, haciendo alusión al sistema de doble vuelta en Francia. Lo que sucedía es que esos ex votantes comunistas acababan votando en esa segunda vuelta a un candidato de la derecha clásica, para impedir el acceso de la ultraderecha, a pesar de que en la primera votación se habían inclinado por Le Pen. 

Portada del libro de Didier Eribon

Esa advertencia pasó a ser un voto más estable, más convencido, por una ultraderecha que ha llegado a establecer una coalición extraña, un nuevo bloque histórico, en términos de Gramsci, entre "amplias facciones de sectores populares fragilizados y precarizados con profesiones comerciantes o jubilados acomodados del sur de Francia, e, incluso con militares fascistas y viejas familias católicas conservadoras". 

Individuos o colectivo

Pero, ¿qué es lo realmente importante? Es el cambio, a juicio de Eribon, del sentimiento colectivo al individual. Y, por ello, hay posibilidades de recuperación si se entiende que hay clases sociales, que hay intereses distintos, y que se trata de defender a unos de otros. El voto a la ultradrecha, con tintes racistas, no ofrece identidad a una sociedad. Lo que hace es reforzar prejuicios, pero no es una alternativa. Por ahora. El pensador francés --habla calmado, buscando la palabra exacta, como se aprecia en sus intervenciones televisivas-- establece esa diferencia: 

A través del voto por el Partido Comunista --en Francia y en la Europa Occidencial ese voto nunca se identificó por parte de las clases trabajadoras como la palanca para copiar el sistema soviético, sino que se trataba de un voto para defender los intereses sociales-- "los individuos superaban lo que cada uno de ellos era por separado, seriadamente, y la opinión colectiva resultante, que el partido, en tanto intermediario, no solo expresaba, sino que también moldeaba, no era el reflejo de las diversas opiniones de cada uno de los electores. Al votar por el Frente Nacional, los individuos siguen siendo quienes son y la opinión que producen no es más que la suma de sus prejuicios espontáneos, que el discurso del partido capta y modela para integrarlos en un programa político coherente. E incluso si los que lo votan no se adhieren a la todalidad de la plataforma, la fuerza que el partido obtiene de esta manera le permite hacer creer que sus electores abrazan todo su discuso". 

La fortaleza de Didier Eribon

¿Es ya demasiado tarde para un cambio, para intentar recuperar la confianza de los trabajadores? Ese es el reto. En Europa no parece que pueda suceder a corto plazo. Lo que el lector agradece es la enorme fortaleza de Eribon al admitir su propios errores. Regreso a Reims es el viaje de un hombre que, tras la muerte de su padre, se reencuentra con su madre para escucharla, después de haber renunciado a su familia, de haber roto todos los lazos por ser una familia "obrera" que no le permitía cumplir sus sueños, como joven con hambre de conocimiento.

La excusa es que él huyó, a los veiente años, a París, por su condición de homosexual, ante la incomprensión de su padre y del entorno provincial de Reims. Pero la cuestión principal fue esa vergüenza de clase, sin apreciar la capacidad de trabajo de sus padres, el sufrimiendo por el que pasaron. La emoción aparece con fueza cuando la madre le cuenta que el padre, después de ver al hijo en un debate televisivo, expresa su respeto por Didier. "Si alguien por el pueblo le llama 'marica' le parto la cara". 

El sistema reproduce, no cambia

El sociólogo lo interoriza, lo analiza y constata que la capacidad del sistema imperante en Francia --y en todas las democracias liberales occidentales-- es enorme para someter a unos y privilegiar a otros. "Los dominantes frente a los dominados". Él fue una excepción en un entorno educativo que complicaba mucho las cosas a los hijos de las clases populares. Porque había caminos distintos, escuelas que preparaban directamente para ser profesores universitarios, para formar parte de la elite. El sistema reproduce, apenas tiene voluntad de cambio. En Francia, y en España. En la región de Reims y en Catalunya.

El filósofo y sociólogo Raymond Aron

"Hay una guerra declarada contra los dominados y la escuela es uno de sus campos de batalla. ¡Los maestros dan lo mejor de sí! Pero no hay nada que puedan hacer, o pueden hacer muy poco, contra las fuerzas irresistibles del orden social, que actúan tanto subterráneamente como a la vista de todos y que se imponen contra viento y marea", afirma Eribon. 

La crítica es demoledora cuando se atiende a los referentes en Francia y en buena parte de Europa, --también en España, y con gran celebración en su momento-- en los años ochenta y noventa. La elección del también sociólogo y filósofo Raymond Aron como la persona clave para "imponer la hegemonía de un pensamiento de derechas en la vida intelectual francesa" es, a juicio de Eribon, muy ilustrativa. 

Contra Raymond Aron

Aron sostuvo que no estaba claro que hubiera conciencia de clase por parte de todos. No rechazaba la existencia de "grupos estratificados", pero cuando se aplicaba a él mismo esa consideración, no se veía como perteneciente a una clase social determinada. "Si intento recordar mi 'conciencia de clase' antes de mi educación en sociología, apenas lo logro sin que el intervalo de los años me parezca causa de la indistinción del objeto", señala Aron. 

Y Didier Eribon sentencia con una frase que resulta un latigazo: "Me parece incuestionable la afirmación de que la ausencia de sentimiento de pertenencia a una clase caracteriza las infancias burguesas"

Regreso a Reims. ¿Quién se atreve a acercarse a la región de Champagne? Allí espera Didier Eribon a la izquierda que desee ser transformadora, y no reproductora del sistema.