Un hombre, una mujer, con sus orientaciones sexuales, y con múltiples intereses y características. Viven en un territorio, con unos mitos, historias contadas durante siglos y tradiciones que se creen incuestionables. ¿Cómo salir de esos corsés? ¿De verdad hay que considerar que la identidad es un vestido del que no podremos despojarnos nunca? Miquel Escudero, escritor y ensayista, profesor, doctorado en matemática aplicada y filosofía, da un golpe en la mesa. Suave, pero eficaz. Reclama atención, y el lector se da por aludido. Lo expone en su libro Identidades solapadas (Sílex). Escudero es muy consciente de que el corsé de la identidad existe, que sigue siendo un pegamento eficaz, pero reclama valor. “En no pocas ocasiones, como sucede con la yuxtaposición de estereotipos, se debe rechazar lo recibido, simplemente, aunque sea sin acritud”.
Rechazar lo que nos dejan, lo que se inculca y se repite. Tomar lo que se considera positivo para el largo camino de la vida, pero no asumir lo que, tras desarrollar un espíritu crítico, nos ate a la identidad. El autor de Identidades solapadas toma partido: “Hace falta predicar con una formidable exigencia de concisión y concreción. El director de cine Pasolini deploraba que desde los griegos clásicos los hijos parecen estar predestinados a pagar las culpas de los padres. Por esto, entendía que los hijos que no se liberan de las culpas de los padres son infelices. O, cabría decir, por ellas otros les hacen infelices. La solución no es hacer lo contrario, sino apoderarse de un formidable sentido crítico, frío y objetivo”.
Fue Robert Musil en El hombre sin atributos quien dejó constancia de la multiplicidad de identidades que podríamos esgrimir. La profesión, la condición de padre o madre, la afición a un determinado juego, la influencia de un amigo que vive en la frontera…Lo que apunta Escudero es que el espíritu crítico debería ser suficiente para sobrevolar y entender que nada debe atar al ser humano como argumento para atacar a otro, o para señalar al que no se identifica con una determinada dieta identitaria.
El subtítulo de su obra, La conciencia de un intelectual periférico, es ilustrativo sobre lo que ha vivido el propio autor, con el proceso independentista que ha protagonizado los últimos doce años en Catalunya. Y esa exigencia que se hizo a los catalanes: hay que ser de una determinada manera, para rechazar como catalanes a los que discreparan de ello.
Situaciones de privilegio
Con numerosas referencias a distintos autores y protagonistas de la Historia, como Ulysses Grant, Martin Luther King, Lincoln o Eisenhower, Escudero tiene una especial predilección por Rosa de Luxemburgo, amante de la libertad, de la autonomía humana, capaz de enfrentarse a los que querían instaurar un nuevo régimen, como fue el caso de Lenin, quien llegó a preguntar “para qué” se deseaba esa libertad supuestamente tan preciada.
Lo lógico, lo “natural” es tener identidades solapadas. Se es una cosa y la otra, se comparte esa característica y la otra.
Escuredo expone conflictos, el de Paslestina e Israel, o el que sigue también vigente en Estados con la población negra. También incide en casos como el de Dreyfus, en Francia. Lo que se denuncia es el ataque al otro con el argumento de que es distinto, de que pertenece a una minoría que molesta. Se apela a una identidad para marginar al que no la comparte. ¿Racionalidad? No hay ninguna. Son intereses creados, acusaciones que pretenden mantener una situación de privilegio.
En Arde Mississippi se expone con crudeza esa lucha de una identidad contra un colectivo que molesta, al que se odia: los blancos del Ku Klux Klan contra los negros. Escudero se refiere a la película de Alan Parker, de 1998, para mostrar con crudeza la miseria, pero también la complejidad de esas relaciones. “Como dirá en privado una mujer, avergonzada y acobardada por su situación familiar: ‘nadie nace odiando. Se te enseña. En la escuela decían que la segregación estaba en la Biblia: Génesis 9: 27. A los siete años si te dicen algo tantas veces, acabas por creértelo”. Es decir, el legado es una mala apuesta si no se es capaz de discernir, de tener una mirada crítica, de utilizar la inteligencia que tiene a disposición el ser humano.
Esa capacidad, por tanto, es muy peligrosa para las identidades, que cuentan con un cuerpo doctrinario poco permeable. Los judíos ortodoxos tienen claro que no podrán tolerar cinco minutos para pensar sobre las prácticas que se realizan. Con la repetición, con la memoria, con una rutina constante, se logra el objetivo: mantener cohesionada una comunidad, basada en una identidad cerrada. No abran las puertas, porque, entonces, todo se deshace como un azucarillo.
Lectura oportuna
Rosa de Luxemburgo aparece presta al rescate, con su voluntad de querer sentirse en casa en cualquier lugar del mundo. Pero, ¿qué implica estar en casa? Escudero se pregunta cuestiones más profundas. “Podríamos preguntar si es posible sentirse plenamente en casa o, incluso, si es posible llegar alguna vez a casa”.
Y señala: “¿Cuándo se está como en casa? Cuando se nos acoge tal como somos, en la confianza de que somos útiles y merecemos respeto, si no es cariño. Lo demás son tortas y pan pintado”.
Lo que propone Escudero supone esfuerzo. Basado en esa revolución que supuso la Ilustración, y que ha ido perdiendo adeptos, con la exaltación de la cultura del odio, Miquel Escudero invita e poner en práctica ese pensamiento crítico, objetivo, valiente. “La dignidad de ciudadanos y personas no entiende de clases y promueve la convivencia y el progreso. Solo nos elevamos cuando extraemos lo mejor de los demás, para que ellos mejoren y nosotros mejoremos”, afirma con claridad.
Los tiempos no van en la dirección que pide el autor de Identidades solapadas. Pero, precisamente por ello, la lectura es oportuna. Hay otro camino posible. Pide valor, claro, el de dejar en un cajón muchas enseñanzas adquiridas. ¿Una identidad? No, por favor. Múltiples y entrelazadas. Identidades solapadas.