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La reflexión con pausa, sin maximalismos, el análisis racional de cómo se manejan las democracias liberales occidentales, ya no forma parte de la dieta informativa. Es extraña. Pero existe. Y es más necesaria que nunca. El término 'libertad' se utiliza con determinación, casi como un insulto frente al otro. Y ha quedado en manos de la derecha política, que exhibe ese valor sólo desde su dimensión negativa, como barrera frente a lo público, para que el gobierno no intervenga, con el fin de vivir vidas de forma autónoma. Pero el historiador Timothy Snyder ha querido agitar las aguas. Lo hace con un ensayo que deslumbra y emociona: Sobre la libertad (Galaxia Gutenberg).

Hay un campo de juego común. Pero para llegar a él se exige honestidad, prudencia, tolerancia, y buena voluntad política. Es, precisamente, lo que ha caído por el camino. Snyder centra su libro en Estados Unidos. Anota las grandes carencias de una democracia que ha iniciado un descenso vertiginoso en los últimos años, y que se constata con la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales. Pero la cuestión no es atacar a nadie, no es considerar que los votantes republicanos se equivocan o que la otra parte de la sociedad, la que pueda representar los demócratas, viven en otro mundo. 

El problema es entender qué necesita un ciudadano para poder conducir su propia vida. Synder, sin embargo, deja muy claro algo que se discute, en este caso por parte de la izquierda. Hay un valor que está por encima de todos, que no admite discusión. "La libertad como valor de valores". Ese debería ser el fin de cualquier sociedad: colocar la libertad como máxima aspiración, como una cuestión esencial. 

La libertad en su dimensión positiva

Pero, ¿qué se entiende por libertad? "Lo que parece ser un choque incesante entre la izquierda y la derecha pone de manifiesto un consenso tácito (y por ahora inmencionable) de Estados Unidos: la libertad es, en efecto, el valor de valores, como afirman algunas personas de derechas; sin embargo, para vivir libres, necesitamos las estructuras que apoyan muchas personas de izquierdas". 

Esa es la cuestión. La libertad cobra dos dimensiones, la negativa y la positiva. La derecha, que no puede desprenderse, --ni quiere-- de lo que supuso la revolución neoliberal de los ochenta, con Reagan y Thatcher, sólo entiende la libertad desde ese ángulo negativo: la defensa frente a la intervención del estado, frente a la voluntad de los gobiernos de incidir para cambiar situaciones: económicas o sociales. En el caso de la izquierda, entiende más la libertad desde la dimensión positiva: actuar, intervenir, conducir, llevar a los ciudadanos hacia un determinado puerto. Las dos dimensiones, sin embargo, deben convivir y alimentarse. Y es lo que ha dejado de suceder. 

¿Cómo reformar y cambiar?

Entre los analistas internacionales, en los que se incluye Synder, uno de los más respetados, con obras tan importantes como El camino hacia la no libertad, prima la crítica a esa izquierda que es incapaz de cambiar una situación de desigualdad que se ha extremado en las dos últimas décadas, con la revolución protagonizada por las grandes empresas tecnológicas.

Esa izquierda, sea el Partido Demócrata en Estados Unidos, o cualquiera de los partidos que beben de la socialdemocracia en Europa, se ha concentrado en las cuestiones de orden cultural, a favor de minorías étnicas y sexuales. Y lo ha hecho porque le ha resultado imposible modificar un sistema económico que a la mínima que ve minado su campo --leáse incremento de la carga impositiva-- reacciona con virulencia.

Las reformas progresivas que en el campo de la filosofía política defendían eminencias tan idolatradas como Karl Popper, han sido inexistentes. No hay apenas cambios. Y se debe, como explica Snyder, a que esa consideración negativa de la libertad. Hay que defenderse de cualquier actuación de lo público. Cualquier otra cosa se considera un sacrilegio. 

Portada del libro de Snyder

¿Se es libre en esas democracias liberales? ¿Se es en Estados Unidos? ¿Es libre un ciudadano que no tiene acceso a bienes educativos, sanitarios, políticos? La libertad no es salir a la calle para tomar cervezas con los amigos. Se es libre si se tienen instrumentos para poder, después, tener capacidad de elección. Y eso solo lo puede proporcionar la colectividad, organizada, con un gobierno que intervenga, con un contrato social que asuma algunas cuestiones básicas. 

Para un lector europeo las lecciones de Snyder pueden entenderse como algo superado, como una obviedad, pero el mundo gira más en la dirección que denuncia el historiador, y que siempre ha morado en Estados Unidos. La derecha ha vuelto a imponer sus tesis, en gran medida porque esa izquierda no ha sabido cambiar una situación marcada en las últimas décadas por la desigualdad, que ya ha rebasado cotas que habían sido, por lo menos, asumidas o toleradas, con el argumento de que eran estimulantes para el sistema económico capitalista. 

Republicano y demócrata

Snyder hace referencia al filósofo polaco Leszek Kolakowski, cuando éste proponía que todos "nos hiciéramos conservadores-liberales-socialistas". El historiador señala que les hacía sonreir con esa observación, pero que ahora resulta mucho más comprensible. ¿Por qué? ¿Son posiciones contradictorias, o son, en realidad, complementarias? Snyder se explica:

"La idea es seria. Considerar la libertad como algo esencial es progresista. La convicción de que la libertad tiene que ver con las virtudes es conservadora. La confianza en que las estructuras aseguran los valores es socialista. Esos tres enfoques de la política están perfectamente justificados y son complementarios. No tienen éxito por separado. Si llegan a funcionar es porque funcionan juntos. Aunque parezca una herejía decirlo, ser demócrata es ser republicano, y ser republicano es ser demócrata". 

Donald Trump y Kamala Harris, en una imagen en RTVE RTVE

Esa fusión, esa interiorización de valores, que no pueden caminar por sí solos, ¿puede recuperarse hoy? Estamos justo en lo contrario, en un desprecio de lo que representa la otra parte. Se ha podido comprobar en Estados Unidos, una sociedad que está muy polarizada. 

Snyder plasma en su libro un recorrido para justificar la libertad como valor de valores, pero siempre acompañada de "estructuras", de bienes, del esfuerzo de lo colectivo. Esa libertad para por cinco grandes campos, a su juicio, por la "soberanía, la imprevisibilidad, la movilidad, la objetividad y la solidaridad". Un ciudadano podrá considerarse libre si cada uno de esos estadios está garantizado. 

Será el lector norteamericano el más interesado en conocer la posición de Snyder, pero habrá que estar atento desde cualquier parte del mundo, en especial desde el resto de las democracias liberales occidentales. Hay un ejemplo que hace comprensible lo que pretende evidenciar Snyder. Tras constatar que el sistema político americano está basado en colocar palos en las ruedas de muchos votantes --minorías, negros--, con el objetivo de que no voten, de que no participen, se centra en una decisión del Tribunal Supremo que resulta escandalosa para el propio historiador, blanco, norteamericano sin ninguna duda.

¿Libertad de expresión?

El Tribunal Supremo dictaminó que gastar dinero en las campañas electorales es libertad de expresión. Y, por tanto, ha actuado para facilitar el gasto de dinero privado, mientras que dificultaba el gasto de dinero público, en las campañas. Dice Snyder: "La base ideológica de esas sentencias fue un libertarismo muy explítico, un sistema de creencias que está reñido con la libertad. Es ridículo imaginar que se pueden plantear unas elecciones partiendo de la premisa de que de alguna manera se está santificando el reparto de la riqueza en un momento determinado, y desde la norma de que la única medida antinatural es limitar en lo más mínimo el poder de los ricos".  

El punto en el que está instalado el Supremo es ilustrativo. Es una forma de entender el mundo, con una idea muy concreta de lo que se entiende por libertad. El historiador, titular de la cátedra Levin de Historia en la Universidad de Yale, se coloca en la piel del Supremo.

"El Supremo encuadra la libertad de expresión como la pregunta de si una determinada persona física o jurídica acaudalada ha sufrido un perjuicio por no poder gastar dinero en unas elecciones. Eso supone una burla a la libertad de expresión incluso antes de que empiece la deliberación". ¿Consecuencias? "Encuadrar la libertad de expresión como el derecho de una persona rica a no tener que competir electoralmente contra unos oponentes financiados con dinero público es mucho más que una burla, es un insulto"

El país que va a dirigir Donald Trump está en esa línea vertiginosa. Snyder, con Sobre la libertad, marca un nuevo terreno de juego. Y anticipa lo que se podría extender. El concepto de libertad se ha manoseado. Valor de valores sí, pero "con las estructuras que pide la izquierda".