Realismo y cierto cinismo, pero, ¿es posible otra aproximación? Mejor aceptar lo que pueda ser, sin perseguir un objetivo concreto. Robert D. Kaplan ha escrito un libro personal, un análisis de sus propias frustraciones, pero también de sus seguridades.

El analista internacional, periodista y viajero, uno de los más prestigiosos del mundo, ha elaborado en El telar del tiempo, entre el imperio y la anarquía desde el Mediterráneo hasta China, (RBA) una especie de manifiesto. Leer a Kaplan es una de las experiencias más gratificantes para un lector que desea información, pero sobre todo, quiere que le lleven a determinados lugares.

Viajar con Kaplan supone aceptar que la geografía y la cultura son determinantes y que el juego político, las definiciones que aporta la Ciencia Política, tiene una limitada capacidad de explicación. Kaplan sufrió una depresión --necesitó tratamiento médico-- cuando vio que sus consejos a la administración Bush habían supuesto un auténtico desastre con la invasión de Irak tras los atentados del 11S en Nueva York. El autor de este fresco sobre Oriente Medio se psicoanaliza y entiende que su predisposición a que Estados Unidos entrara con todo en Irak se debía a su experiencia anterior, cuando sintió verdadero terror en el país de Sadam Hussein en décadas anteriores. Era una dictadura, sí, era una autocracia sangrienta, pero la anarquía, el caos, es, para Kaplan mucho peor. ¿Qué hacer, entonces? ¿Cómo debe Occidente intentar hallar soluciones a conflictos enquistados, en zonas del mundo con tanta historia como Oriente Medio? 

Robert D. Kaplan RBA null

La posición de Kaplan no gustará a los idealistas, a los que desean que se implante el sueño liberal. ¿Es un conservador retrógrado? El autor de El telar del tiempo ha trabajado para The Atlantic durante más de tres décadas, y es profesor de Seguridad Nacional en la Academia Naval de Estados Unidos y miembro de la Junta Política de Defensa del Pentágono. Forma parte, por tanto, de ese núcleo de sabios que las administraciones norteamericanas tienen en cuenta. Pero lo que intenta explicar Kaplan, de forma reiterativa, casi, es que nadie debería despreciar la cultura, el poso de muchos pueblos que, por diversas razones, no contaron con estructuras de estado.

La invasión de Irak

Una de las claves en Oriente Medio se encuentra en lo que fue el Imperio Otomano. Su destrucción, tras la I Guerra Mundial, supuso la creación de estados por completo artificiales: Siria e Irak como los más destacados. Otros, gracias a esa extraña manera de actuar de los británicos, quedaron en manos de unas pocas familias, como Arabía Saudí, que encontraron el tesoro negro que supuso el petróleo. Pero, una vez Occidente se encuentra con esa tesitura, con pueblos árabes, turcos, persas, de religión musulmana, pero divididos entre chiís y suníes, o alauitas --una rama del islam chií--, en territorios inhóspitos, con unas pocas ciudades, ¿debe tratar de imponer el liberalismo democrático que nació en Occidente? Kaplan recuerda que el Reino Unido necesitó más de 700 años para llegar a esa feliz situación en la que impera la división de poderes, donde los parlamentos legislan y los individuos tienen derechos y obligaciones. ¿Se podía conseguir eso en Irak en unas pocas décadas, se podía lograr con la invasión de Estados Unidos, que lo que provocó es la total anarquía y el caos más absoluto? 

Las reflexiones de Kaplan hacen daño. En primer lugar a él mismo, porque se inclinó por ese liberalismo occidental, como una bandera posible para Oriente Medio. Su medicina ahora es muy distinta. Aboga por "autocracias consultivas", y ahí sitúa a Arabia Saudí, también al Egipto de Nasser o Sadat, o al actual Egipto de Addelfatah al Sisi, que tomó las riendas con contundencia y sin miramientos tras la anarquía que suposo la Primavera Árabe, de 2011, que dejó al país en manos de los Hermanos Musulmanes. También recuerda Kaplan la Libia de Gadafi. ¿De verdad Occidente y los propios pueblos de Libia, ganaron con su derrocamiento? ¿Qué es hoy Libia? ¿Existe como país, o es el pasto de distintas mafias? 

Foto de archivo del príncipe heredero saudí, Mohammed bin Salman. EFE/EPA/RUNGROJ YONGRIT / POOL null

Los viajes han sido constantes en la vida de este analista. Escribe sobre las grandes interpretaciones, sobre las disputas entre Edward Said y Bernard Lewis. El primero es el autor de Orientalismo, que provocó un enorme terremoto. Su tesis era atrevida y dura: la visión de los expertos y de la sociedad culta occidental sobre Oriente estaba orientada, era paternalista. No había una intención real de entender al otro. Bernard Lewis rechazó esa visión, cargando también sin contemplaciones contra Said. Era posible un acercamiento. Podía realizarse un análisis realista sobre los pueblos de Oriente Medio. Se podía conocer el árabe y el territorio con propiedad.

Kaplan acaba defendiendo a Lewis, pero insiste en que Occidente ha desarrollado ideas que no tienen por qué ser válidas para todos. ¿Tiene un musulmán de Irán o de las extensas tierras otomanas, o un kurdo --dividido hoy entre Siria, Irak y Turquía-- mayores garantías en un estado concreto que en un Imperio, donde las relaciones del poder con la sociedad eran más laxas? ¿Por qué Occidente derivó hacia estados-nación que poco han tenido que ver en las vidas de pueblos que se identificaban más con una religión, con una familia o con una geografía concreta

Lo peor, el caos y la anarquía

El debate que plantea Kaplan descoloca al lector, que desaría soluciones con cierto detalle sobre Siria, Irán o Palestina. El enorme escritor que es Kaplan rompe al lector bienpensante cuando señala: "Arabia Saudí ha dejado de ser una autocracia soñolienta para convertirse en otra hiperactiva y reformadora en lo social, con independencia de la imagen que dé en Occidente. Los reinos de jeques del golfo Pérsico, construidos sobre la riqueza del petróleo y el comercio mundial, se han transformado totalmente en deslumbrantes ciudades futuristas". ¿Nos indignamos porque Catar organice un Mundial de fútbol?

Hay progreso en los países de Oriente Medio. Lento. Sí. Pero "inexorable", a ojos de Kaplan, que viaja, habla y discute con ciudadanos, diplomáticos y dirigentes. En el caso de Arabia Saudí o de Irak, las conversaciones son muy ilustrativas. Thoraya Obeid, vestida con abaya y hiyab de color negro, que había sido subsecretaria general de Naciones Unidas para el pueblo a principios de la primera década del siglo XXI, señala en relación a Irak, después de sufrir la guerra con Irán, en la década de los ochenta, y la invasión de Kuwait por parte de Irak en 1991: "De todas formas a pesar de lo malo que era Sadam Husein, teníamos comida, electricidad y agua. Después de 2003, llegaron los norteamericanos hablando de democracia y de derechos humanos y ya no hubo nada, ni comida, ni electricidad ni agua: tan solo hubo caos. Los norteamericanos han convertido los derechos humanos en una ideología". 

Portada del libro de Kaplan null

El análisis es claro. No hay nada peor, para las propias sociedades de Oriente Medio, que el caos. Lo comprueba una y otra vez Kaplan, a lo largo de su viaje por Egipto, Eitopía, Arabia Saudí, Turquia, los enclaves kurdos en Irak, o Afganistán. La cuestión es que el autor de El telar del tiempo relativiza el concepto de democracia, al cual se aferra Occidente, sin pensar en que esa presión constante puede llevar a esos pueblos a acercarse de forma ya definitiva hacia China.

Se lo explican a Kaplan en Arabia Saudí, cuyos dirigentes señalan que no tienen ningún prejuicio frente a Estados Unidos o Europa. Pero buscan un camino propio. ¿Democrático? No como se entiende en Occidente. Tal vez una tercera vía entre una dictadura totalitaria y una democracia liberal: una especie de autocracia consultiva, donde, --como hace el régimen chino-- esos dictadores se mueven en función de lo que acaban percibiendo en el seno de sus sociedades. ¿Cinismo absoluto o apego a la realidad? 

China, la larga espera

Kaplan insiste. Una y otra vez. Cada sociedad irá avanzando, buscando una vía propia. El tiempo es decisivo. Y muestra el verdadero problema en todos esos países que. -en muchos casos, nunca debieron haber adoptado las maneras de un estado como se entiende en Occidente. Lo preocupante es que hay una distancia enorme, sideral, entre unas élites educadas, liberales, y un pueblo desarrapado. ¿Un ejemplo? La Primavera Árabe en Egipto. Los jóvenes en las plazas, las familias educadas, algunos profesionales, clamaban por un cambio democrático. Pero el poder acabó en manos de los Hermanos Musulmanes, que abogan por una sociedad totalmente controlada por la religión. La falta de fuerza de esas élites liberales provocó el caos, la anarquía, y solo se logró la estabilidad con la mano dura del militar Addelfatah al Sisi, porque el Ejército sigue siendo una de las instituciones mejor organizadas en Egipto. 

El presidente de Egipto, Abdelfatah al Sisi, en una fotografía de archivo. EFE/Giuseppe Lami null

El autor incide en otra gran cuestión. Hay muy buenos analistas. Hay conocimiento y expertos en muchas de esas sociedades. Y se sabe lo que puede ocurrir. Sin embargo, no se quiere imaginar que lo que se calcula pueda suceder realmente. Y ese es el error. Hay que imaginar que muchas situaciones pueden suceder. Kaplan es realista, pero no dibuja un mundo negro. Cree que el progreso es posible. Pero a un ritmo inferior al que nos gustaría desde las grandes capitales occidentales. De alguna forma, Said se impone a Lewis, pero tamizado por la inteligente lectura de Kaplan. Los tiempos del idealismo, de querer imponer la idea liberal porque se está convencido de que es mejor, que puede ser positiva para la mayoría de las personas, han comenzado a pasar de largo.

Es China quien interpreta ese telar del tiempo con más precisión. ¿Un nombre? En todo Oriente Medio, cuando se discute sobre un posible modelo, aparece el de Lee Kuan Yew, el dirigente que levantó Singapur, el mandatario que creó un régimen especial, propio y que inspiró también a los dirigentes chinos. Es decir, se acaba mirando más hacia Singapur que hacia Londres, París o Nueva York. Porque el gran enemigo es...el caos y la anarquía. 

¿Triste? Realista.