Evitar “por todos los medios posibles” que se constituyera “un pueblo en armas”. Y a ese cometido se empleó a fondo la Guardia Civil, un instrumento que, ya organizado, aprovechó el franquismo. Puso a su servicio la Benemérita para una represión masiva. Y, de forma especial, contra las mujeres que ayudaban a los guerrilleros que resistían en el campo, en los montes, en las zonas rurales de España.

Lo explica Arnau Fernández Pasalodos (Barcelona, 1995), que ha adaptado su tesis doctoral en el libro Hasta su total exterminio, la guerra antipartisana en España, 1936-1952, (Galaxia Gutenmberg). Fernández incide en que las mujeres jugaron un papel primordial, como enlaces con los guerrilleros. Eran familiares, pero también firmes defensoras del régimen que había perdido la guerra. Las torturas y las violaciones fueron abundantes, en Andalucía, y en zonas rurales de más de media España. "La Guardia Civil se cebó de forma salvaje contra las mujeres ‘partisanas’ en la España rural”, asegura Arnau Fernández en esta entrevista con Letra Global

Arnau Fernández reconstruye ese proceso, dentro del contexto europeo de lucha contra los partisanos. Han acabado los conflictos bélicos, la Guerra Civil en España y la II Guerra Mundial en el conjunto de Europa, pero la represión no ha acabado para buena parte de los civiles, los que resisten, los que luchan por causas diversas. En España el franquismo es consciente de que no podrá decir que ha finalizado la guerra hasta que esa represión se aplique hasta las últimas consecuencias. Y el tiempo transcurrido será largo, hasta 1952. El papel de la Guardia Civil será crucial. 

Arnau Fernández, autor de 'Hasta su total exterminio', en la entrevista con 'Letra Global' LG

El historiador, investigador posdoctoral en el Centre for War Studies del University College de Dublin –trabaja en estos momentos desde Málaga—muestra el claro encargo que Franco le impone a la Guardia Civil. “El Ejército no podía realizar esa labor, porque se trataba de inspeccionar en muchos pueblos y zonas rurales, y qué mejor que los hombres de la Guardia Civil, familiarizados con esos territorios, que eran hombres también pertenecientes a esas zonas”, asegura. Muchos de ellos aceptan, otros lo ven con desagrado y actúan como pueden. “Había guardias civiles que disparan al aire, para avisar, en los montes, a los guerrilleros, para que pudieran resguardarse bien. Pero también los hubo que participaron con saña. En cualquier caso, era un jornal, mínimo, muy pequeño, pero era fijo, era una forma de sobrevivir en un periodo tan oscuro”, añade el historiador barcelonés.

En el libro se exhibe la documentación exhaustiva que ha utilizado Arnau Fernández. Así, se señala: “Las reacciones espontáneas del propio Franco demuestran que la Guardia Civil era la agencia estatal que debía soportar el peso de la guerra antipartisana. En octubre de 1944 uno de sus asistentes le comentó durante una cacería que se estaban produciendo infiltraciones guerrilleras a través del Valle de Arán, a lo que el Caudillo respondió: “¿Y qué hace la Guardia Civil?”.

El auge partisano que se experimentó a partir de ese año hizo que el Instituto Armado redoblase sus esfuerzos en materia contrainsurgente. Tanto es así que de las 76 órdenes generales cursadas en 1947 por Camilo Alonso Vega –amigo de la infancia de Franco—entonces director de la Benemérita, nada menos que 63 estuvieron relacionadas con la guerra antipartisana, el 82%. La centralidad que adquirió para la tropa la lucha antiguerrillera hizo que algunos oficiales como el coronel Díaz Carmona describieran esta etapa como la más dura en toda la historia del cuerpo”.

Portada del libro de Arnau Fernández

En esa documentación analizada, en distintos archivos, lo que encuentra el historiador es un vínculo directo entre la represión ordenada por Franco y la Guardia Civil, que relacionará para muchas décadas –incluso durante los años posteriores a la transición—el cuerpo armado con la cara más siniestra de la dictadura, a pesar de que cuando estalló la Guerra Civil, en 1936, la Benemérita fue fiel a la República. Y es que el régimen franquista “reconoce que la lucha contra los partisanos, contra la guerrilla que resiste, es la continuación de la Guerra Civil, y por ello se firma en 1944 un decreto ley por el que se premia a los agentes de la Guardia Civil, porque la lucha contra esa guerrilla antifranquista es la continuación del victorioso remate de la guerra nacional”.

Muy claro, por tanto. Pero, ¿hubo un peligro real de desestabilización del régimen? Arnau Fernández concluye taxativo que “para nada”. La cuestión es que esos guerrilleros intentaron resistir, porque no tenían otra vía para sobrevivir. En la mayoría de casos la vuelta a casa hubiera supuesto “la muerte”, es decir, ser “fusilados”. Lo que se intentaba, como el Partico Comunista y otros partidos republicanos, es ganar tiempo con la esperanza de que la posible victoria de los aliados en la II Guerra Mundial hubiera supuesto el “fin de la dictadura”. Cosa que no pasó en absoluto.

Triple represión contra las mujeres

En lo que incide Arnau Fernández es en el papel de las mujeres, que también ha destacado otro historiador, Nicolás Sesma, en Ni una, ni grande ni libre, (Crítica) Fueron las que mantuvieron vivo ese espíritu partisano, actuando como enlaces, protegiendo a los hombres que resistían. Y lo que recibieron fue una especie de “triple represión”, según Fernández, por su condición de “rojas”, de mujeres que habían desafiado el papel que les había otorgado el franquismo, reducidas al rol de esposas devotas y madres, y como partisanas, que luchaban por derrotar al régimen. “Se utilizó el cuerpo de las mujeres, para hacer saber lo que podía esperar a otras: quemaduras de cigarrillos en los pechos, violaciones, rasurar el vello púbico, reconocimientos vaginales, humillaciones de todo tipo. Hubo una saña especial”, incide Arnau Fernández.

Y las mujeres de los propios Guardias Civiles también fueron objeto de menosprecio. En muchas ocasiones, como explica Arnau Fernández, se trataba de campesinos que sobrevivían con un sueldo muy pequeño. Y que obedecían a sus mandos, porque no les quedaba otro remedio. Pero se relacionó al cuerpo con la maldad, con la represión. Y sus mujeres también sufrieron el oprobio. "En algunos momentos, las mujeres fueron determinantes en la actuación de los hombres en las labores represivas, ya que ellas también vivían en el teatro de operaciones y sufrieron en sus propias carnes el rechazo social al trabajo de sus maridos; miradas desafiantes, gestos de desprecio, malas palabras o la negativa de algunos tenderos a venderles sus productos". Era lo que había provocado un régimen, la podredumbre moral, la violencia, la represión y la generación de odio muchos años después de que finalizara el propio conflicto bélico, en 1939. 

Silencio, silencio durante décadas

Los documentos franquistas que maneja Arnau Fernández constatan algo que sigue sorprendiendo. La guerrilla era motivo de una enorme preocupación, y se deseaba acabar con ella empleando los recursos que fueran necesarios. Entre finales de los años 40 y principios de los 50 el régimen "gasta siete veces más en combatir a la guerrilla que el presupuesto, por ejemplo, que tenía el Ministerio de Agricultura", teniendo en cuenta el momento tan duro que vivía el país. Es decir, "era una auténtica prioridad".

Y hay sorpresas. "Hubo varios campos de concentración, uno de ellos el de Nanclares de Oca, donde se enviaba a familiares de guerrilleros, pese a que los tribunales militares los hubieron absuelto porque no podían alegar nada contra ellos, en el consejo de guerra". El horror, al leer las páginas del libro de Arnau Fernández, es total. 

Pero, ¿quién es el hombre, Manuel Sesé Mur, que aparece en las primeras páginas? El historiador da cuenta de ello al final, al explicar la historia de su propia familia. No hay explicaciones sobre su muerte. Manuel Sesé Mur es el bisabuelo de Arnau. Su abuela nunca contaba nada. Y lo que sucedió es que no murió por una supuesta discusión con agentes de la Guardia Civil. Es asesinado porque viabaja a Francia para recoger metralletas que bajaba hasta Barbastro, en Huesca. Repartía las armas entre los guerrilleros que resistían. Y, claro, en aplicación de la llamada 'ley de fugas', una manera de asesinar sin muchos miramientos, con la excusa de que un detenido no había hecho caso al darle el alto, Manuel Sesé Mur caía al suelo fulminado. 

"Es nuestra historia, y hay explicarla, teniendo en cuenta que hay pocos estudios desde esa perspectiva", señala el historiadore. ¿Han hablado los agentes que sobreviven? "No quieren, en la mayoría de casos, recordar aquello. El silencio se impuso durante décadas", precisa Arnau Fernández.