Ana Carrasco-Conde, filósofa y profesora de filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, no quiere que se desdibuje la figura que se ha labrado, la de la 'filósofa del mal'. Sus investigaciones sobre el “lado oscuro” de la realidad, con obras como Decir el mal (Galaxia Gutenberg) así lo acreditan. Pero toma un tono distinto, con una voz calmada, enamorada de lo bello, aunque duela, cuando se refiere a su último trabajo, La muerte en común (Galaxia Gutenberg) que le ha proporcionado el II Premio de Ensayo Eugenio Trías. En esta entrevista con Letra Global, Carrasco-Conde se adentra en cómo nos hemos relacionado con la muerte, con una crítica clara hacia un modelo económico y social que ha derivado en un alejamiento constante del acto social de la muerte. “¿Por qué lloramos, si ya está muerto?, nos dicen, sin entender que necesitamos un proceso, para que no se confunda la pérdida con lo perdido con esa persona a la que hemos querido tanto”, señala. Su idea, que va formulando a lo largo de la entrevista, es contundente: “Tenemos que combatir el sufrimiento, pero el dolor está, forma parte de la existencia”.
Con ello, la filósofa entiende que, en realidad, ha escrito un libro “sobre la vida”. Porque lo que está en juego es que podamos recordar todo lo vivido con un ser que muere. El vivirlo en relación con esa persona implica que siempre viva con nosotros. Pero no nos ofrecen tiempo para ello. Las despedidas en comunidad son cosa de otros tiempos. Impera la despedida rápida, “la muerte se ha convertido también en un negocio”, señala, y “con dos días de permiso en el trabajo ya es suficiente”. No hay proceso de pérdida, por tanto. No nos dejan, entiende Ana Carrasco-Conde.
Habla en voz baja la filósofa, y explica lo que ha intentado, que es, nada menos, que un largo viaje, para rescatar a los clásicos, para dar voz al mundo griego y romano. Siguen dando lecciones para actualizarlas en tiempos más complicados. Hay dolor en la vida. ¿Lo rechazamos? “La vida sigue desarticulada. Estamos sin sentido, nos atomizamos demasiado, y rechazamos aquello que nos duele. No tenemos capacidad para el dolor, pero la vida es también dolor. Y hay dolores bonitos, como echar de menos a alguien. Eso quiere decir que lo quieres. Algo que es bonito a veces duele, duele esa intensidad, pero es también un dolor placentero. Tenemos demasiado miedo al dolor. Tenemos que combatir el sufrimiento, sí, pero el dolor está, forma parte de la existencia”, casi susurra la autora de La muerte en común.
El libro está formulado como un largo canto, al reivindicar el vínculo entre la filosofía y la música: “Sócrates decía que la filosofía es la música más alta”. El resultado es un gran alegato a favor de la vida. La muerte provoca temor, pero eso es, para Carrasco-Conde, en realidad, “un miedo a vivir”. ¿Cómo? “Es una reflexión sobre la muerte, que es, en realidad, una reflexión sobre la vida. Lo que da miedo es el daño y el dolor, y perder a alguien. Pero eso es vivir. No hay que confundir, y eso es central en el libro, la pérdida con lo perdido. Sería injusto con la persona, pensar que todo lo vivido se va con ella. No, hay que quedarse con lo que se ha vivido”.
Ser productivos todo el tiempo
Los clásicos siempre ayudan. La filósofa recuerda las palabras de Séneca, en Sobre la muerte del hermano para entender esa diferencia entre dolor y sufrimiento. “El esfuerzo que hay que hacer es tener presente lo que has hecho con esa persona querida y reconstruir ese dolor, para que no se convierta en sufrimiento. Séneca dice que, si tu hermano te quiso, no querría ser para ti un motivo de tormento, y si lo quisiera, entonces no te quería realmente, y no merece ese dolor. Son palabras realmente bellas”, pronuncia Ana Carrasco-Conde, con una voz suave y reconfortante.
Porque, ¿qué necesita el género humano? Es la pregunta latente en todo el libro. La autora señala la importancia de la despedida, de irnos de este mundo en comunidad. Pero ya no se puede. Esos tiempos han pasado. Ya sea en el mundo rural o en las grandes ciudades. Carrasco-Conde recuerda la novela de Delibes, Cinco horas con Mario, que identificamos con la obra de teatro, con Lola Herrera “cantándole las cuarenta a Mario”, en el velatorio. Se despide, recordando toda su vida. Pero, ¿qué ha pasado en los últimos decenios? ¿Cómo se ha transformado la sociedad?
“Creo que el abandono de la comunidad ha tenido un efecto colateral. Vivimos tiempos frenéticos, donde debemos ser productivos todo el tiempo. Incluso en el tiempo de ocio nos auto-explotamos haciendo muchas cosas. Parece el tiempo de un sistema, no el tiempo humano. Y debemos recordar que somos un ser biológico, que necesitamos ciertos procesos orgánicos, un tiempo para asimilar, para razonar, pasa saber qué estamos sintiendo, para aprender a pensar. Y todo eso se iba manteniendo, se acompañaba a la familia. Pero se ha impuesto el tiempo de la máquina y el duelo no es rentable, de hecho, se ha convertido en un negocio, se considera una pérdida de tiempo. De qué vale que llore si ya está muerto. No se entiende que si tengo ese proceso de acompañamiento tengo la ganancia".
Llega en la conversación un momento muy político. Carrasco-Conde toma aire, pero mantiene la cadencia de su voz. ¿Cómo se puede entender que Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, señalara que los ancianos de las residencias se iban “a morir igual”, para justificar que no fuesen atendidos, durante la pandemia del Covid? “No sé qué tenía Ayuso en la cabeza cuando dijo semejante barbaridad, pero me gustaría que se diera cuenta de esa barbaridad. No es lo mismo morir con sufrimiento, sin los que más te quieren. Se puede hablar de factores políticos, de impunidad, de justicia. Esperas un gesto de disculpa. Y te encuentras un tono soberbio, que genera más dolor y mayor maltrato”.
Carrasco-Conde va más allá, al entender que lo sucedido durante la pandemia ha provocado cambios importantes, y ha generado “una herida terrible”. Porque “es imprescindible que los seres queridos sean despedidos, que se reconozca el elemento valioso de cada ser humano. Hay dos relaciones, la intersubjetiva y la intrasubjetiva, dentro de una comunidad y entre las personas. Y lo que vemos es que ha aumentado la ira, el enfado, la depresión y la desesperanza. El miedo se combate con la confianza. Creo que hay que reivindicar la confianza, porque supone que se cree en las capacidades que ya tenemos. Y ahora lo que pasa es que no sabemos gestionar afectos. Estamos muy movidos por un dolor que no ha sido tratado y se ha convertido en sufrimiento, y cuando sufres haces cosas que no harías”.
La trascendencia en la inmanencia
La filósofa no entra en creencias religiosas, convencida de que debe atener “lo más acá y no lo más allá” de la muerte. Pero está convencida de que las religiones, los Dioses únicos, han sido sustituidos por otros Dioses, como la tecnología o el dinero. Se exclama con lo que se vivió durante la pandemia. “Se dijo libertad o seguridad. Cuando lo contrario de la libertad es la esclavitud, y lo contrario de la seguridad es el peligro. Todo eso ha sido dañino. Se han ensalzado Dioses de peor calidad. Y no negamos algo importante: el ser humano necesita trascendencia”.
¿Cuál? La autora de La muerte en común invita a utilizar los términos filosóficos pertinentes. “Inmanencia o trascendencia”. Lo que pasa es que en la “inmanencia aparece la trascendencia”. ¿Dónde? “En una conversación entre amigos el tiempo puede desaparecer, transcurren horas y se ha abierto una especie de eternidad, con un vínculo de comunidad. También lo experimentas con una pieza musical, o con una obra de arte. Se abre el alma. Tiene que ver con cómo nos vinculamos. El yo está en la comunidad, podemos sentir una trascendencia. Y hay una comunidad en nosotros”.