Escándalos continuos. Los Jesuitas de Catalunya se han visto forzados a elaborar un informe en el que incluyen los nombres de hasta 14 agresores sexuales de menores. Recibieron 145 denuncias por abusos en los últimos siete decenios, pero no ha habido ningún recorrido penal. O los agresores ya están muertos o los delitos han prescrito. Distintas órdenes religiosas en los últimos años han reaccionado de la misma forma, obligados por la presión de la sociedad y de los medios de comunicación. 

Son sacerdotes que cometieron delitos sexuales, que fueron enviados a países terceros sin ser castigados por la Iglesia Católica y hay curas que siguen abusando de menores, sin que, hoy, puedan ser sospechosos. ¿Homosexuales, la mayoría? ¿Es la Iglesia Católica un club de gays? ¿Se han sentido impunes y han podido hacer y deshacer a su antojo? Hay ciencia para discernir lo que sucede en esa estructura milenaria. Es lo que ha intentado ofrecer el sociólogo Marco Marzano, al entender que “en los sacerdotes católicos hay una obsesión por el sexo como mera satisfacción sexual”.

¿Va más lejos de lo necesario Marzano? Profesor titular de Sociología de la Universidad de Bérgamo, con muchas publicaciones a sus espaldas sobre el catolicismo, ha publicado La casta de los castos, los curas, el sexo y el amor, editado en España por Malpaso, con la traducción del italiano a cargo de Manuel Manzano. Su investigación, con entrevistas en profundidad con sacerdotes, a sus parejas heterosexuales u homosexuales, a los que ha podido y han querido participar dentro de la jerarquía eclesiástica, y con toda la bibliografía sobre el tema a su alcance, le lleva a una clara conclusión: no son tan culpables los sujetos, los individuos, como manzanas podridas en el cesto, como la propia organización, la Iglesia Católica, que cierra los ojos ante determinadas prácticas. El sexo dentro de la Iglesia no se penaliza. Lo que se castiga es que se pueda saber, que trascienda, en un acto de hipocresía colosal.

Portada del libro de Marco Marzano

Todo se centra en los seminarios. ¿Qué sucede en su seno? Los jóvenes que se acercan presentan una característica: son personas “poco maduras”. Marzano quiere saber, no busca la crítica fácil, ni la descalificación.

¿Por qué tantos abusos sexuales?, ¿Por qué la mayoría de los sacerdotes son gays? El sexo, ¿es el problema real, o lo es que se sepa lo que pasa en esas estructuras?

“Sin el gimnasio de abusos que a veces representa el seminario, habría menos necesidad de reproducirlos fuera de él. Sin la invitación a ver el sexo exclusivamente como una necesidad dolorosa, habría más capacidad de los sacerdotes para reconocer las emociones propias y ajenas, las necesidades afectivas propias y apenas. Sin la pesadilla del secreto, de los escándalos, sin la obsesión por el sexo como mera satisfacción bestial de los impulsos personales, y sin la convicción de tener todo el derecho y ningún deber, de estar llamados a responder solo ante los superiores y nunca ante los más débiles y frágiles, sería más fácil reconocer que también existen los demás, que hacer el amor tiene consecuencias psicológicas y emocionales para uno mismo y para sus parejas, y que no se trata solo de ‘salir del atolladero’ lo antes posible y sin que te pillen”, señala Marzano.

Lluís Tó, antiguo rector de la escuela Jesuïtes Sarrià-Sant Ignasi de Barcelona, acumuló denuncias por abusos sexuales

Lo que el sociólogo italiano explica en su libro es que es la institución la que ha propiciado esos abusos, la que ampara y la que conduce, de hecho, esos actos, preocupada, únicamente, de que todo quede bien oculto. “Si los sacerdotes no dependieran totalmente de la institución, no pensarían que pueden hacer todo tipo de travesuras porque la Santa Madre Iglesia intervendrá para limitar los daños y proteger a los culpables”. Y es eso lo que sucede en la práctica. Los medios de comunicación han sacado a la luz muchos casos en los últimos años. ¿Consecuencias? Ninguna.  

Marzano va al grano. Considera, tras su investigación, con reflexiones de los propios sacerdotes, que la Iglesia Católica no puede permanecer por más tiempo cruzada de brazos. Entiende que debe afrontar esa disyuntiva sobre el sexo. Los sacerdotes son como todas las personas. Tienen deseos sexuales, sin embargo, los satisfacen de mala manera, en la oscuridad, en saunas de gays, o con prácticas mucho más arriesgas y raras, como el 'cruising'.

En el relato de Marzano se expone que 'el padre Andrea', una vez salió del seminario, tuvo más libertad para satisfacer sus gustos, y era un asiduo de saunas para homosexuales. Su padre espiritual le aconsejó que fuera a visitar a un "pez gordo de la diócesis, que ahora es obispo", para corregir esas prácticas. Pero no le hizo caso, porque había visto a ese cura que le quería encauzar "bajarse de un coche en una zona de 'crusing', así que no solo era gay, ¡sino que se metía en cosas peores que yo!". Y esclarece lo que es el 'cruising': "es la práctica de buscar una pareja sexual caminando o conduciendo por un lugar público, por lo general de forma anónima, ocasional y para una sola vez".

¿Qué sucede, entonces? Marzano quiere ser prudente. No categoriza. Ha querido hacer ciencia, buscar una posible explicación a todos esos delitos sexuales, que no son casos aislados. Es estrutural. "Los relativos al sexo y la afectividad del clero son los grandes secretos de la Iglesia, los tabúes sobre lo que la institución no desea que se arroje luz. La convicción implícita (y muy realista) de muchos miembros del clero es que la revelación de la verdad conduciría al hundimiento de la reputación institucional de la organización eclesiástica, a la deslegitimación de gran parte de su autoridad y prestigio"

Factores estructurales

Hay una crítica latente sobre el libro de Marzano, que han expresado lúcidos analistas como Emilio de Miguel de Calabia, en el ABC. ¿Esas encuestas son representativas? ¿Hay un 70% de gays en los seminarios de Italia? Marzano se refiere a su país, pero lo que sucede en Italia no puede ser muy distante a otro país católico como España o Francia, en buena medida. Al margen de esa representatividad, lo que este sociólogo aporta es la necesidad de que exista una reacción contundente. 

El perfil de esos seminaristas obedece a una persona frágil, muy dependiente de la figura de la madre. Personas que lo pasan muy mal cuando salen al exterior. La Iglesia Católica ha perdurado por construir una estructura poco permeable, que obliga a la reiteración y repetición de hábitos. Pero eso ha provocado, con su insistencia en la castidad, una comunidad en gran parte de homosexuales, que entienden el sexo como algo doloroso, que deben satisfacer sin que ello deba comportar una relación afectiva. 

La crítica es contundente. Marzon expone su propósito: "Mi investigación no tiene objetivos políticos, ni pretende reformar el funcionamiento de una institución milenaria como la Iglesia católica. La cuestión es que las mentiras que rodean la vida de los funcionarios católicos ya no son sostenibles ni culturalmente aceptables. La verdad y la transparencia también se han hecho necesarias en el discurso público en torno a la Iglesia Católica y su futuro". 

En cualquier caso, Marzano aporta una investigación, que puede ser limitada, pero es indicativa de que los casos de agresiones sexuales no pueden ser el producto únicamente de algunas acciones individuales. Hay factores estructurales que el propio Vaticano debería atender.