La banalidad del bien (Páginas de Espuma) es el último ensayo del escritor Jorge Freire, autor también de títulos como Hazte quien eres. Un código de conductas y Agitación, la obra con la que ganó el XI Premio Málaga de Ensayo. En este nuevo libro, Freire reflexiona sobre cómo los valores han devenido en bienes de mercado o la palabrería de los discursos mercantilistas que tienen como objetivo vender cualquier cosa. De lo que se trata –señala Freire– es de halagar al consumidor. Vivimos –sostiene el autor– en un momento en el que todo debe ser exteriorizado y mostrado. Freire reivindica la necesidad de volver a una vida oculta, donde términos como mérito, exigencia, jerarquía o conflicto no sean desterrados en nombre de valores buenistas. 

El título de su ensayo es La banalidad del bien, pero en la segunda página nos advierte de que el bien es un concepto que nunca puede ser banal

Efectivamente: no puede serlo. De hecho, quizás cabría hablar  trivialidad del bien, pero quería hacer un juego de palabras con el concepto de Hannah Arendt de la banalidad del mal. El gran capital que tenemos los escritores es el lenguaje y debemos jugar con él. Me interesa la etimología de banal, que entronca con la palabra bando. Con esta moral del señoritismo y del ordeno y del mando. Lo que hace la banalidad es reducir el mundo a útiles y utensilios y reducir el bien a los bienes. No se trata de que el bien se haya trivializado, sino de que se ha disgregado en bienes al peso que se comercializan. Los departamentos de marketing se han dado cuenta de que la mejor forma de fidelizar a los clientes es halagar su buena conciencia. Por eso el bien se ha convertido en una marca.

Quizás habría que comenzar preguntándose qué es el bien.

Es difícil de decir. En el libro intento no definirlo; solamente lo hago en un momento en el que digo que existen muchas vidas buenas precisamente porque el marco pluralista en el que vivimos las ampara. Decía Aristóteles que el Ser se dice de muchas maneras. El bien también se dice de muchas maneras. Todos convendremos en qué es el mal y qué es la trivialidad del bien. Me gusta esa frase de Adorno que dice que una vida errónea no puede ser vivida correctamente. Actualmente hay una serie de cuestiones materiales que dificultan vivir una vida buena.

Jorge Freire

¿Qué es la vida buena para usted?

La vida buena, como el bien, se puede definir de muchas maneras. Diría que exige estabilidad, un proyecto vital a largo plazo, cosas materiales que se nos están negando. Cuando la vida buena parece inalcanzable, solo nos queda el buenismo.

Volvamos a los bienes materiales. Usted plantea la transformación del bien en bienes, tanto materiales como abstractos.

La relación con las cosas no se agota en el mero hecho de tener: yo tengo en casa un balón de reglamento y eso no me convierte en un futbolista. Uno puede tener una madre, pero en realidad es ella quien te tuvo. Uno puede tener patria, pero la patria te posee como sio fueras parte de su patrimonio. La obsesión por tener cosas desvirtúa su función como bienes. Hay teorías supuestamente buenas  que no son más que buenismo. Pienso en el altruismo eficaz, una nueva versión del utilitarismo. Este concepto es a útil lo mismo que carterista es a una cartera: el utilitarista lo que hace es reducir todas las cosas a bienes instrumentales.

Usted observa cómo el buenismo se ha infiltrado en los discursos del mundo laboral y del consumo. Lo que se venden son valores, incluso a la hora de ofrecer un puesto de trabajo.

El bien es una marca. Hace que las zapatillas que te compras en un comercio justo y  hechas con materiales reutilizados de vertederos te cuesten 30 euros más que las que han hecho unos niños en Bangladesh. Estos valores se han convertido en valor añadido. Si esta retórica ha cundido entre las empresas es porque les renta. Sacan beneficio. En mi opinión, los únicos valores son los bursátiles. Los valores en abstracto no valen nada porque no te exigen nada ni te obligan a nada. Los principios te  obligan a renunciar y a actuar de una determinada manera. Los principios te comprometen. Los valores, no. Son cosas que puedes colgarte en la pechera como si fueran emblemas para lucirlos.

Cuando las empresas defienden una ética de los valores incurren en contradicciones. Celebro que abracen la causa medioambiental y animalista, pero me parece una enorme contradicción que la cadena de hamburgueserías que ha dado matarile a centenares de millones de vacas y cerdos abra una sucursal en el centro de Madrid forradita de flores, verde, en la que se presentan como punta de lanza del movimiento animalista. ¿Qué quieres que te diga? Es obsceno.  Por no hablar de los bancos que vendieron preferentes a gente mayor que no se enteraban de nada y que ahora nos invitan y nos dicen que son nuestros amigos. Me parece abyecto.

'La banalidad del bien' PÁGINAS DE ESPUMA

Se promueve todo un discurso de valores pero las lógicas laborales y empresariales siguen siendo las mismas. Todo continúa igual.

Efectivamente. El nuevo espíritu del capitalismo, por así llamarlo, no tiene nada que ver con el esquema weberiano ni con esa idea del capitalismo entendido como una construcción puritana sustenta en el ahorro y en la represión de las emociones. Hoy las emociones ya no se reprimen, se exprimen. Lo que nos dice el capitalismo es que te tienes que afirmar, mostrar tu personalidad. De ahí que ahora los productos busquen a la fidelización. Ya lo señaló Agustín García Calvo hace cuarenta años cuando hablaba de la importancia de los deícticos: la publicidad empieza a llamarte de tú, pero te ofrece lo mismo que a los demás, aunque tú pienses que esn un trato personalizado. Saben mucho de nosotros. La nueva explotación es mucho más sutil, pero…

Sigue siendo explotación.

Efectivamente, solo que ahora el jefe ya no se presenta como una figura jerárquica en un marco de trabajo fordista. Ahora es alguien que un sábado por la mañana te pide que vayas a jugar al pádel con él e, incluso, que eches unas cuantas horas extra  porque al final –te dice– sois colegas. Esto es lo que detesto; lo veo en amigos que se dedican a profesiones liberales, en las que en nombre del entusiasmo, como dice Remedios Zafra, se dan todos estos abusos. Como tú te dedicas a algo porque es tu profesión, ¿qué problema hay en que cobres en likes o en aplausos? Ya no hace falta que nos pongan la argolla al cuello:  nos volvemos esclavos de forma voluntaria.

Pienso en cuando pretenden pagarte con visibilidad.

Weber sostenía que ser consiste en ser percibido. Hoy no existes si no estás en las redes. Si das una charla o presentas un libro y no lo publicitas no sirve de nada. Es un dislate. Deberíamos aprender a vivir ocultos, tal y como dice Epicuro y como propuso también Ovidio. Vive bien aquel que vive oculto. Hay que renunciar a toda esta farsa del exhibicionismo moral de las redes sociales.

¿El único conflicto que aceptamos es el que sucede en las redes?

En las redes no hay conflicto, por mucho que se diga. Hay pellizcos de monja. La gente se insulta, pero amaga sin dar. En los peores conflictos una de las dos partes es un perfil anónimo. La gente se resguarda y se sitúa detrás del burladero. Ninguno acaban tocándose la carita. Tiene que ver con cómo se amplifican ciertas batallitas en la sociedad sin conflicto. La abolición del conflicto es un mito con el que ha echado los dientes nuestra generación. Tiene sus raíces en esa idea de que se puede expulsar negatividad, pero no es así.

Obviamente, el conflicto, en una cultura del rendimiento, es una pérdida de tiempo porque de lo que se trata es de estar produciendo constantemente. Sin embargo, la mejor amistad es la de los conflictos. No puede haber amistad cuando solo hay identidad de pensamiento. Tú no puedes relacionarte solo con aquellos que piensan como tú. Se habla mucho de las cámaras de eco y del filtro burbuja, pero solo tienen sentido si lo que tú quieres es reforzarte en tus prejuicios. La amistad es otra cosa. A mí me gusta mucho la palabra reencuentro porque tiene en su seno la palabra contra: Uno siempre está buscando a su contrario y termina hermanándose en los postres. Si estás en una comida con tu cuñado y estás discutiendo de política, cuando llegan los postres todo se ha disuelto como un azucarillo en el café.

'Hazte quien eres' DEUSTO

No siempre en así

En las redes sociales no, entre otras cosas porque lo virtual es lo opuesto de lo real. Pero en la vida real la gente es más razonable de lo que pensamos. Se ha puesto de moda, entre los creadores de contenido y los youtubers, el concepto de crossover, que usan para hablar de esa tertulia en la que se junta dos personas opuestas, un facha y un rojo, un putinófilo y un ucranionófilo… Lo ven como un choque de titanes, pero en la vida real eso sucede todos los días. A todos nos ha pasado tener un abuelo conservador y otro progresista y tener un amigo que piensa distinto…. Lo que sucede es que tenemos una nueva generación aculturada en las redes sociales y en esta polarización artificial inducida por los partidos políticos para movilizar a sus votantes. Estamos inmersos en conflictos que no son tales, sino batallitas absolutamente estériles; por otro lado estamos negando la naturaleza del conflicto.

¿El conflicto nos define?

Sin duda. Todos libramos uno. Todos tenemos una pelea interna; unos lo llevan mejor y otros, peor. Parte del error de creer que un conflicto puede ser abolido. Yo respeto a la gente cuya educación sentimental se ha forjado en Disneylandia, pero  que todos, hermanados, cantemos el Cumbayá es absurdo. Es propio de una retórica redentorista. Me sorprende ver los columnistas quejarse de que en el Congreso hay desunión, fragmentación y disenso. Podemos criticar los malos modos de algunos políticos, que sean procaces y maleducados, pero no podemos criticar que haya conflicto, porque es la esencia del parlamentarismo.

Lo que se lamenta también es la falta de debate intelectual, incluso en las universidades.

Hay un chantaje en la universidad y en casi todos los lugares de pensamiento: el chantaje del consenso. El consenso supone que existen una serie de cuestiones en las que ya hemos llegado a un acuerdo y conviene no menear. Por tanto, las dejamos debajo de la alfombra y ahí se quedan. A mí esto no me gusta porque muchas veces el consenso adopta la forma de una espiral de silencio. Pippa Norris habla en un artículo de los resultados de una encuesta realizada a dos millares de académicos en los diferentes países. La mayoría reconoce que se cohíben y que hay ciertos temas de los que no pueden hablar. ¡Si en los lugares de instrucción y de investigación no se puede hablar de ciertos temas, apaga y vámonos!

La situación de los escritores es ligeramente diferente porque están atrapados en la precarización más absoluta. Conocemos los estragos que causa esa precariedad, sobre cuando ya tienes una edad y quieres seguir dedicándote a aquello que es tu vocación. Esta precariedad es la que hace que la gente no se atreva a disentir ni a atacar a ciertos popes por iedo de las represalias o de que se cierren puertas. Si tú te dedicas exclusivamente a la escritura y piensas que una vaca sagrada te va a vetar y te van a dejar de salir bolos o conferencias, optas por permanecer calladito. Es lógico. 

La universidad pública también es un lugar de precarización. Proliferan los contratos basura y hay profesores con excesivas cargas docentes.

En Hazte quien eres, mi anterior libro, que no tenía voluntad categórica y estaba escrito con humor, daba un consejo que provocó muchas críticas. El consejo era: 'Huye de la academia'. Yo lo recomiendo a todo el mundo porque la academia, que, debería ser un almácigo de vocaciones hoy es todo lo contrario. Una trituradora del talento. Platón fundó la academia cerca de la tumba de Academo para que fuera un lugar en el que se brotaran las vocaciones. Hoy no brota ninguna. No puede ser que en las universidades paguen esos los sueldos de miseria que se convierten en un instrumento de chantaje porque si quieres seguir dedicándote a la universidad debes asumir que vas a cobrar esta miseria durante mucho tiempo. Me parece una vergüenza.

'Agitación' PÁGINAS DE ESPUMA

Usted es profesor de secundaria. Se lo digo por las reflexiones que realiza en torno a la meritocracia

El mérito debería ser un ascensor social, pero cuando formarte ya no te abre puertas no funciona.Yo critico esta enmienda a la totalidad que hace que mucha gente diga que la meritocracia es falsa y que conviene buscar una alternativa. Por desgracia, la alternativa a la meritocracia es el clientelismo y el nepotismo. La meritocracia tiene algo en común con la democracia: es el menos malo de los sistemas existentes. El problema es que es ingenua. Esa idea de que se tiene que valorar el talento y no la cuna  está muy bien, pero se trata de una idea que te infunde ánimos para huir de una sociedad estamental en la que lo importante es en qué familia naces. Hasta aquí, perfecto, pero hay desigualdades naturales. No todos tenemos el mismo talento. Y desigualdades estructurales: el lugar en el que naces te condiciona. Si tú eres una persona talentosa pero tienes un determinado código postal,es evidente que no vas a ganar tanto como otra persona que puede ser un zote, pero que ha nacido en una cuna esguardada. Pasar por alto esto me parece perjudicial y negligente cuando lo hacen los defensores de la meritocracia.

Usted defiende la meritocracia reconociendo los enormes límites que tiene.

Exacto. Defender una meritocracia en abstracto cuando hay una desigualdad importante... La solución no es cargarse la meritocracia por completo, porque implica cargarse también el concepto de exigencia.

¿Estamos en un momento de poca exigencia?

No le hacemos ningún favor a nuestros hijos si los educamos en una burbuja.¿Qué le vamos a hacer si la realidad tiene aristas afiladas yen cualquier momento puede pincharse? Entonces vienen los lloros y nos encontraremos con personas que no van a estar preparadas. Los niños tienen que estar expuestos a los sinsabores de la vida. Una de las formas que tenemos de crecer es hacernos fuertes. Es una negligencia educar a los niños en la sobreprotección, que se da la mano con la falta de aceptación de la jerarquía.

A los docentes ya no se les reconoce la autoridad.

Hay gente que cree que la jerarquía se puede restituir, pero lo veo difícil. El profesor se ha convertido en un gatekeeper, alguien que abre las puertas a la información y ya está. Se considera que el docente es el que explica cómo entrar en Internet, donde se presupone que está todo. Eso es mentira. Lo que hace un docente es ofrecer un modelo de conducta, vital. Importa lo que dice, pero importa más lo que hace y cómo se comporta. Antes se solía decir que el docente era alguien que enderezaba a los alumnos como si fueran una vid. Me gusta esta idea y que gusta que la palabra tutor aluda también al fulcro en el que se apoyan las flores. Si el profesor es una especie de mercader que tiene que avenirse a los deseos de los alumnos entonces ya no es un profesor.