La libertad. Una caña de cerveza. Sí, tal vez. Pero, ¿qué se necesita previamente para tomarla? La libertad es no depender de un empleador, es autoorganización, es autoconciencia. Y Alex Gourevitch, profesor de Teoría Política en la Universidad de Brown (Estados Unidos) tiene claro que esa libertad fue una conquista de la izquierda, de los movimientos obreros en el siglo XIX, de los Knights of Labor (Los caballeros del Trabajo), una experiencia que explica en su libro La República cooperativista, editado en Capitán Swing. Su obra seduce. Habla de Estados Unidos, el país que acogió a millones de europeos, que tenían el sueño de poder emanciparse. ¿Lo cumplieron? ¿Cómo?
Gourevitch habla español, salpicado con expresiones en inglés. Sus orígenes familiares explican muchos de sus objetivos como investigador. En su familia paterna encontramos a judíos rusos socialistas, que se exiliaron durante la II Guerra Mundial. En el caso de la familia materna, el abuelo formó parte de las Brigadas Internacionales que combatieron contra el fascismo en la Guerra Civil española. Y mirando siempre a España, y al conjunto de Europa, Gourevitch deja la cerveza y se centra en el fondo del asunto: "La izquierda debe recuperar la libertad como una de sus conquistas". Así lo señala en esta entrevista con Letra Global, en Barcelona, donde acudió el investigador para presentar su libro.
La idea está presente en toda la conversación. La experiencia que explica Alex Gourevitch se centra en Estados Unidos, donde un conjunto de trabajadores luchó para autoorganizarse y convertirse en un ejemplo, aunque con dificultades, y con el obstáculo que representaba la propia procedencia de muchos de ellos, del sur de Europa, de China, afroamericanos o anglosajones. Lo que reivindica Gourevitch es que la libertad es un concepto que ha manejado la izquierda a lo largo del siglo XIX, como algo emancipador, y que en el siglo XX “ha acabado en manos de la derecha”.
“Una razón para escribir este libro es la de recuperar la libertad como un concepto de la izquierda. La idea de que es algo propio de la derecha es reciente, y eso es indicativo de la derrota de la izquierda. La historia del siglo XX es la de una reacción conservadora para tomar la libertad, para reescribir las instituciones de dominación. Pensamos que esa libertad la garantiza la derecha, pero para nada es así”, asegura.
Contra los trabajadores
¿Qué sucedió? Las experiencias concretas pueden servir para explicar el sustrato de lo que ya existía. Para Gourevitch los ‘socialismos’ en Europa, las ideas de alguien olvidado como Proudhon, de socialistas franceses o italianos, se vieron ahogados, de alguna manera ‘asesinados’ por el socialismo estatalista que se acaba implantando en Rusia y que da pie a la Unión Soviética. El propio Marx, para este investigador no es el defensor de un socialismo que reclama todo el poder para el estado. “La idea de la planificación central y dictatorial no es marxista, viene de las luchas del siglo XX, pero no es Marx quien lo defiende”. La cuestión en la que incide este autor es que, al no triunfar el socialismo en los países desarrollados, como había pensado Marx, da origen a un socialismo distinto, donde el énfasis se sitúa en la necesidad del desarrollo industrial en países pobres, como fue el caso de Rusia. “Entonces surge la planificación no democrática, porque no hay base social para gobernarse a sí mismo, que era el socialismo que se iba gestando en el siglo XIX”, remacha Gourevitch.
Lo que expone Gourevitch en su obra es esclarecedor, porque muestra la evolución de la legislación laboral en Estados Unidos, y los intentos históricos por agrupar a trabajadores de procedencias muy distintas, al ser un país de inmigrantes, pero también al contar con una población que salía con muchos esfuerzos de la esclavitud.
El inicio del libro lo deja bien claro:
“A finales de 1887 la mayor organización de trabajadores del siglo XIX en Estados Unidos, los Caballeros del Trabajo, intentó organizar a los trabajadores de caña de azúcar de Thibodaux (Luisiana) y sus alrededores. A los trabajadores mayoritariamente negros de las plantaciones de les pagaba una miseria y trabajaban noche y día en condiciones brutales. Pero aún: muchos de ellos trabajaban para las mismas personas que pocas décadas atrás habían sido sus amos cuando todavía eran esclavos. Aunque ahora los empleadores tenían que firmar contratos de trabajo con sus antiguos esclavos, estos amos-jefes estaban todavía acostumbrados a ejercer un control incontestable sobre su fuerza de trabajo”.
Es decir, la experiencia de esa organización, con la necesidad de organizar un movimiento obrero solidario, intercultural, que pusiera por encima de todo la “libertad” para autoorganizarse, lleva a una reflexión sobre el país que querían construir realmente los padres fundadores. ¿Querían poner en pie una democracia justa, solidaria? Gourevitch piensa unos instantes. Sabe que esa es una de las grandes contradicciones de Estados Unidos: la teoría y los propios intereses materiales de una clase social que lideró, ¿lidera todavía?, el gigantesco país. “Lo interesante es que no se puede contestar esa pregunta sin apelar a la contradicción. Los padres fundadores querían la libertad y el poder de dominar. Hay que pensar, por ejemplo, en Jefferson. Defiende los derechos humanos universales, la idea de la igualdad de los seres humanos, pero fue dueño de esclavos y violador de esclavos. No hizo nada para dejar de lado esa situación. La verdad es una contradicción: hay un republicanismo y una dominación social. La base social de esos padres fundadores no tuvo la capacidad de unir la libertad con esa igualdad por la que abogaban. Y preservaron su poder privado para dominar a otros”.
La conversación vuelve a girar sobre los conceptos, la izquierda y la derecha frente a la libertad. “Hoy la visión de la izquierda presupone el hecho de incidir en la propiedad privada, y la derecha ve el problema en el Estado. Pero la libertad no es un concepto para defender el Estado, sino una idea por la cual es posible autoorganizarse. El Estado puede tener unos poderes, pero no se trata de que lo tome todo. Pensamos ahora que el conflicto está entre defender el estado o la libertad, sin tener en cuenta un tercer factor: la autoorganización, el impulso de las cooperativas”.
El debate de fondo atiende más a la propia consideración de la sociedad, a cómo puede funcionar, a la revolución en las mentes de todos los ciudadanos. Para Gourevitch ha triunfado la derecha en su discurso, al situar como “libertad económica” la coerción de derechos laborales. La legislación en Estados Unidos es muy restrictiva en comparación con Europa. Hay toda una industria jurídica que se ha creado para impedir sindicatos en las empresas, para complicar la elección de representantes sindicales, para impedir mejoras salariales de los trabajadores. “Se dice, por ejemplo, el derecho a trabajar, y eso suena bien. Se vende bien el ataque a los sindicatos. Hay muchas leyes que impiden ese desarrollo sindical. Pero no son leyes populares”, argumenta el autor de La República cooperativista. Lo que señala engarza con la situación actual en Estados Unidos, y con la evolución de aquellos esclavos negros que se convirtieron en trabajadores explotados, y que, con mucha lentitud, fueron mejorando sus condiciones.
Las propinas, "un forma de dominar"
¿Qué es hoy Estados Unidos? “En Estados Unidos no tenemos un sistema democrático. Hay elecciones, tenemos una estructura de gobierno suficientemente democrática y que lleva a decir que tiene alguna legitimidad, pero el proceso es más formal que real. Todos tienen voto, pero el poder del voto no es igual. Hay más representación por parte de las regiones y territorios que de las personas. Los distritos electorales se dibujan de forma aleatoria, interesada”, responde Gourevitch.
¿Y qué pasa con las leyes sobre los sindicatos? “Prima lo que se llama la libertad de los propietarios. Los sindicatos son muy populares, pero es difícil crearlos. Las leyes que existen no están bien implementadas, y muchas veces cuesta menos violar las leyes y pagar las multas. Todo antes que aumentar los salarios”.
Cuando un europeo viaja a Estados Unidos se encuentra con las propias en los restaurantes y en muchos otros servicios. Una propina que es obligada, y que tiene antecedentes históricos. A los negros que viajaban al norte para tener alguna oportunidad no se les contrataba por ser, precisamente, negros. Y se creó la posibilidad de que cobraran, como único sueldo, las propinas de los clientes. Gourevitch tiene claro ese origen, aunque todo se haya diluido. “Las propinas son una forma de dominar a los que trabajan. No es un obstáculo racial o ideológico, pero es hoy una imagen de la derrota de los movimientos obreros”, señala, al llevar la cuestión a muchos otros ámbitos, no solo de la restauración o del sector de servicios.
Mover conciencias
La propuesta es intelectual, pero para que pueda traducirse en algo práctico. Gourevitch apela a una experiencia colectiva de trabajadores norteamericanos en el siglo XIX, que bebía de experiencias similares en Europa. Y golpea a las conciencias. ¿Todo lo que se vive ahora es algo natural y aquello una mera experiencia del pasado que nunca volverá? ¿Por qué no se cuestiona qué quiere decir realmente la libertad?
Hay una idea “republicana” sobre esa libertad, y un legado. Gourevitch recupera las dos cuestiones y las deja sobre la mesa.