Ganan mucho dinero con apuestas sobre la salud de la economía mundial. ¿Subirán los tipos de interés? No, lo mejor es jugar con ingentes cantidades de dinero, en monedas distintas, a favor de que los tipos de interés sigan muy bajos, lo que implica que la economía está deprimida y que necesita un estímulo por parte de los bancos centrales. Gary Stevenson lo hizo, con “libros” –así se repartía en Citibank—diferentes en cada momento de su carrera: el libro del dólar neozelandés, o del franco suizo o el libro del euro o del “aburrido” yen japonés. Eso implicaba la responsabilidad sobre esa moneda, con el objetivo de hacer ganar para el banco la máxima cantidad de dinero posible. Es el trabajo de los traders, profesionales que pueden surgir desde diferentes disciplinas: ingenieros, matemáticos o, ‘incluso’, economistas como Stevenson que estudió en la London School of Economics, que ha relatado su experiencia en El juego del dinero (Península), con un propósito: hacer ver que el gran problema que no se quiere abordar, o que se señala de forma tímida sin medidas paliativas serias, es la creciente desigualdad en todos los países, y, en especial, en Occidente.
Stevenson se hizo de oro en los años posteriores a la crisis financiera y económica de 2008. En 2011 y 2012, el joven del este de Londres, que se crió en un barrio pobre, que llegó a vender droga en el instituto “medio pijo” en el que estudiaba, ganó enormes sumas de dinero mientras el mundo se despeñaba, en una situación sólo comparable al crack de 1929. Citibank, que se había salvado después de la caída de Lehman Brothers, porque los gobiernos mundiales entendieron que era mejor salvar el sistema financiero después de dejar caer a un banco histórico –hay que ver una y otra vez la película Margin Call, con el cínico Jeremy Irons en el papel del gran jefe—no dejó de ganar dinero trabajando con los márgenes en las operaciones de compra-venta de tipos de interés a corto plazo, el llamado departamento de STIRT (Short Term Interest Rates Trading). ¿Qué ganaba el joven Gary, con 22 o 23 años?
El sueldo del trader, --en sus primeros años— no es elevado: unas 33.000 libras esterlinas en su caso –unos 38.000 euros de aquellos años. Pero, en función de lo que había ganado para el banco, al final del año, --más de diez millones de libras—el bonus que se entregaba en enero podía alcanzar las 400.000 libras y elevarse a los 2,5 millones de libras. Gary Stevenson se convirtió en el mejor trader de Citibank, y el problema llegó cuando se dio cuenta de que no podía más, de que quería salir de un infierno de llamadas a brokers, de tensión permanente, de comidas y cenas que no se acababan nunca, y de un ecosistema que jugaba, en realidad, a que el mundo se hundiera, con una distancia sideral entre los ricos traders y los jefes del banco –La Babosa, o La Rana—y el mundo real, el de sus propios padres, o el de sus amigos de Ilford, un barrio del municipio de Redbridge, al noreste de Londres, una realidad en la que las familias perdían sus casas y sus trabajos.
El sector financiero tiene una vida propia, ajena, aunque conectada al mismo tiempo con el sistema económico. Los grandes bancos, y eso lo explica de forma magistral Stevenson, captan a jóvenes con talento para las operaciones matemáticas. A él mismo lo aconseja para que haga unas pruebas –un juego de cartas para entrenar a potenciales traders—un estudiante de tercer curso de la London School of Economics, cuando Gary estaba en segundo curso. Lo que sucede es que en esos departamentos se mezclan veteranos –a vueltas de todo, que ya no saben el dinero que han alcanzado—con jóvenes con ambición. Y todos se ven sometidos a una rueda de la que es difícil escapar. Gary Stevenson no pide ningún consuelo –se ha ganado bien la vida, y después de poder salir de Citibank, con un importante sufrimiento, eso sí—se ha dedicado a explicar qué ha sucedido realmente en la economía mundial, y a qué se deberían dedicar los economistas que deseen algún equilibrio social.
La idea que sostiene Stevenson es que las clases medias han sido despojadas, que la élite financiera y empresarial ha logrado ganar cada vez más, polarizando la sociedad. Sucede en Estados Unidos, pero también en los países europeos. Las tasas impositivas han bajado en los tramos más altos, y las rentas del trabajo se gravan mucho más que las rentas del capital. Es un proceso que se ha intensificado en las últimas décadas. El posible nuevo mundo que iba a nacer después de la crisis de 2008, la refundación del capitalismo, en palabras de Sarkozy, el presidente francés del momento, no ha aparecido. Stevenson insiste en que “poco ha cambiado o nada”, e incide, también, en las ingentes cantidades de dinero que los gobiernos ofrecieron durante la crisis de la pandemia del Covid, sin que se sepa muy bien a quién ha beneficiado.
El economista de la LSE, que después de ejercer de trader estudió también en Oxford, pone sobre una mesa algo que admiten también otros expertos, como Branko Milanovic o Martin Wolf. Milanovic acaba de publicar Miradas sobre la desigualdad, (Taurus), una obra en la que repasa cómo distintos pensadores han abordado esa cuestión, que ha sido olvidada en los últimos decenios. Hay un regreso al propio concepto, porque la crisis financiera y económica provocó una revuelta política de la que todavía no se conoce el resultado. Wolf lo explica en La crisis del capitalismo democrático (Deusto), con la advertencia de que será la propia democracia liberal la que se verá seriamente erosionada por populismos y amantes de las autocracias.
La experiencia de un trader puede ser imprescindible para ser un economista razonable. Gary Stevenson aterriza el balón al suelo con una conversación con su asistente junior en Tokio. Se trata de Arthur Kapowski, un australiano hijo de un magnate “minero o cirujano plástico famoso o potentado de los medios de comunicación o algo por el estilo”. Vamos, Arthur es alguien cubierto, con una familia muy adinerada. Gary le pregunta si deberían hacer algo por la economía, desde el despacho de Citibank en Tokio. Arthur no lo entiende bien. Hacer algo es “ganar dinero” y lo estaban haciendo. Gary insiste en preguntarle por qué “se va la mierda” la economía. Y se va por la “desigualdad creciente”, y el modo en el que los mercados juegan a partir de esa realidad. De hecho, les va bien si eso se produce. ¿Cómo?
“Sí, Arthur, la desigualdad. Los ricos se quedan con los activos, los pobres con la deuda, y los pobres acaban pagándole todo su salario a los ricos cada año solo para poder vivir en una casa. Los ricos utilizan ese dinero para comprar el resto de los activos de la clase media y el problema se hace más grande año tras año. La clase media desaparece, el poder adquisitivo desaparece para siempre de la economía, los ricos se hacen cada vez más asquerosamente ricos, y los pobres, bueno, supongo que se mueren”.
¿Va demasiado lejos Stevenson con ese comentario reflejado en el libro? Su obsesión ahora es explicar en su canal de youtube cómo recuperar un sistema impositivo que fue mucho más justo en el pasado. Y tratar de hacer ver cómo el sistema financiero influye en los tipos de interés, cómo presiona para que los bancos de inversión puedan seguir haciendo negocio. Y cómo funciona todo ese engranaje para que, en realidad, no se produzca ningún cambio. En lo que incide Stevenson es en la necesidad del cambio, mientras que todo está encaminado a “reproducir” lo que ya existe, con algunos matices.
Existe un consenso académico elevado. Martin Wolf ha sido el paladín del liberalismo económico desde su responsabilidad periodística en The FInancial Times. Milanovic es un economista al que se disputan todos los foros económicos para que explique una y otra vez su famosa curva del elefante, en la que precisa --hasta 2008, cuando estalló la crisis-- cómo en los últimos decenios han ganado poder adquisitivo las clases medias no occidentales –chinos e indios principalmente— y, mucho más que nadie, el porcentaje de fortunas que ya están en la élite. Haciendo subir y subir esa trompa del paquidermo. Sin embargo, no hay visos de que haya directrices políticas que quieran reducir esa desigualdad, o que apliquen un sistema impositivo más ambicioso para personas físicas o para grandes empresas.
El relato de Stevenson provoca sentimientos encontrados en el lector. La relación con otros traders, con sus jefes, con sus novias o compañeras sorprende por completo. Es un joven economista que se ve inmerso en algo gigantesco, desde su propia personalidad, a veces cercana a la de un autista, que tiene ambición y que quiere demostrar algo bien comprensible: “todos somos iguales”. Él ha llegado desde una posición muy humilde, desde la asunción de que el talento está muy repartido, nace en cualquier parte, aunque luego hay que tener grandes dosis de suerte para poder alcanzar las mismas metas que otros mejor posicionados desde la cuna. Es lo que le hace resistir y luchar: quiere ser el mejor. Sin embargo, y aunque ganó la batalla frente a Citibank –le dejaron ir, pagándole todo lo que le debían, los bonos en diferido—Stevenson entiende que no puede considerarse un ganador. Ganó, como otros traders, a costa de toda la sociedad, a costa de las clases trabajadoras, como sus propios padres.
Es el sistema. ¿De verdad hay alguien que lo quiere cambiar? ¿Cómo?