La prudencia y, al mismo tiempo, la contundencia en las aseveraciones, fruto de una investigación larga, de la consulta de innumerables fuentes historiográficas. Es la posición de Nicolás Sesma, historiador hispano-francés, profesor de Historia y civilización españolas en la Universidad Grenoble Alpes, autor de un libro que promete ser una referencia de largo alcance: Ni una, ni grande, ni libre, editado por Crítica, que dirige con maestría Carmen Esteban. La voluntad de la editora de renovar con historiadores jóvenes el relato histórico, con una mayor agilidad en los discursos, con el ritmo trepidante que aplican los anglosajones, ha casado con la idea de Sesma de interiorizar elementos audiovisuales, para que cada capítulo de un libro sea vibrante y capture la atención del lector. Sesma expone la complejidad de la dictadura franquista, con muchos recovecos. Su tesis es que se trató de una operación coral, colectiva, con muchos “franquistas perfectos” que querían que la dictadura fuera lo más larga posible. Se trataba de apartar a los ‘no afectos’ para no tener competencia, para ocupar cargos, para agarrarse al estado. Sesma rompe moldes, al señalar que hubo profesionales formados, “personas preparadas, cargos intermedios”, que fueron “inteligentes para leer siempre los tiempos que se iban acercando”. Y señala en esta entrevista con Letra Global que en la transición “hubo un empate, un empate meritorio, fuera de casa”, asumiendo el símil futbolístico. Ello le lleva a asegurar con claridad: "Me parece un error de la izquierda renunciar a su protagonismo en la transición y en la Constitucion". Pero con su libro Sesma desmonta muchos mitos, como el supuesto anhelo democratizador de los tecnócratas del Opus Dei que dirigieron los Planes de Estabilización de Franco a finales de los años 50: "Los tecnócratas de Franco querían un ciudadano consumidor sin derechos políticos".
El mensaje de Sesma es que no se puede hablar de ‘franquismo’, o no se debería, sino de “dictadura franquista”, con la certeza de que se trata de una gran obra colectiva. En el grueso volumen del historiador se señala que, a diferencia de otros dictadores, como Hitler o Mussolini, Franco nunca prescindió de estrechos colaboradores y presidió siempre un consejo de ministros, dejando que dirigieran sus ministerios con profesionales e innumerables cargos intermedios. Franco mediaba, claro, en caso de conflicto de intereses, pero establecía relaciones de confianza, porque sabía que el ideario era compartido. Inspirado por otro libro de suma importancia, No solo Hitler, del historiador Robert Gellately, Sesma se refiere a ese trabajo coral: “Quería realizar una interpretación global, a partir de los muchos estudios pormenorizados que ya existen. Y lo que parece evidente es que Franco no toma las decisiones. Hay una clase política que trabaja mucho para que la dictadura continue. Hay la tendencia en fijarse en la figura del dictador, pero es un trabajo colectivo, aunque para el gran público todavía perdure el Franco omnisciente. Se puede decir con claridad, un No solo Franco, siguiendo este título de No solo Hitler.
Ese ‘No sólo Franco’ es una amalgama de familias y sectores sociales, aunque todo parte de la victoria en la Guerra Civil, con un núcleo fascista, que bebe del contexto europeo, y de Italia en particular. La dictadura se alarga en el tiempo. Y cambia a lo largo de los años. Sesma admite la dificultad para una definición clara y contundente. Y denomina la dictadura como “fascismo asimétrico”. El historiador, al reflexionar sobre esa cuestión, señala el contexto de los años 30. “Los años 30 se caracterizan por un movimiento pendular. Hay un proceso de secularización, con un país católico, pero también con una parte que se ha despegado. Con una separación iglesia-estado que es difícil y que también tuvo una gran dificultad en otros países, como Francia. Después tenemos el tema del ejército, con pocas guerras exteriores. Hay problemas estructurales en la República que se saben que se deben resolver. Todo el mundo reconoce que debe haber una reforma agraria. Pero la democracia supone un aprendizaje difícil. Y la democracia en esos años no está de moda. Hay una reacción autoritaria y la dictadura acaba durando 40 años”.
¿Esa es la gran peculiaridad frente a otros países, la gran duración de una dictadura? “Es una dictadura que viene de una Guerra Civil, y la coalición que se ha formado, tras la experiencia de la guerra, es sólida. Es una coalición no ortodoxa, que recuerda la victoria en la guerra y que tiene como gran objetivo evitar que la izquierda llegue al poder, en torno a la figura de Franco. Y hay personajes que se van creando, los franquistas perfectos, que consiguen alargar la dictadura”.
La complejidad es lo que destaca Sesma en la conversación con Letra Global. Con la idea de que las clases medias que se forman durante el franquismo no pueden ser tildadas, sin más, de conformistas. El avance del régimen, que sabe adaptarse tras la II Guerra Mundial, olvidando o dejando a un lado los elementos más fascistizantes, lleva a una clase media con más instrumentos. “La idea de la clase media conformista con el régimen creo que no es adecuada, porque el reverso es el comportamiento de clases profesionales que hablan de democratización a partir de los años sesenta, pero sin violencia, sin ruptura, y a través del consenso. Entienden que el régimen está en tiempo de descuento, pero que va a durar hasta el final, y lo que hay de fondo es una voluntad de cambio importante”. Pero, ¿no hay un legado de esa forma de entender la vida política, un hilo conductor que nos lleve hasta la actualidad? El historiador entiende que la pregunta lleva a la cuestión sobre cómo es posible que se reivindique aquella época. Hay una corriente política, la que ha podido representar Vox en esos años, que viene a defender la forma de hacer de la dictadura. ¿Qué es lo que se defiende, en realidad?
Nicolás Sesma señala que ese fenómeno se ha dado en Italia, con los Hermanos de Italia, con Meloni. “Se ha reaccionado como una corriente que va en contra del antifascismo, de la coalición que representó ese antifascismo en Italia. Y en España me parece que asistimos a algo parecido. Es una corriente que va en contra del antifranquismo, aquella amalgama que representó el catolicismo de base, el obrerismo y otros elementos. La rehabilitación del franquismo es un antifranquismo”.
En el libro lo que se muestra, con todo detalle, es la enorme represión del régimen una vez ya ha ganado la guerra. Es lo que todavía hoy cuesta mucho de entender. Y que invalida que la dictadura se pueda calificar de “suave” como algunos analistas han interpretado. Sesma entiende que es inadmisible que eso se pueda decir, y cita nombres que hay que buscar en las páginas de citas, en concreto nombra a la periodista Victoria Prego. “El régimen aplica una represión feroz que le es muy útil, porque deja las cosas muy claras desde el inicio, y eso le servirá para todo el periodo”. La base es la Ley de Responsabilidades Políticas, de febrero de 1939, un armazón jurídico que aparta a los no afectos, que ofrece oportunidades a los que defienden a los vencedores, y establece el terreno de juego. Sesma insiste en ello: “Es una represión bestial, que lleva a muchos, por diferentes factores, a abrazar el régimen, sea por oportunismo, o por interés. Lo que consigue es hacer cómplice a mucha gente, al generar menos competencia por los cargos. La Ley de Responsabilidades Políticas hace cómplice a buena parte de la población”.
El historiador deja claro al interlocutor una cuestión clave para interpretar cualquier dictadura que se alarga en el tiempo: “A veces no se piensa, pero las dictaduras aprenden, van gestionando lo que tienen por delante, y rectifican o modulan”. El franquismo alababa el arte abstracto. ¿Qué hacía organizando exposiciones de arte en Venecia, París o Nueva York a finales de los años 50? Es lo que destaca Sesma para entender la naturaleza de un régimen que duró y duró. “Hay cargos intermedios, profesionales, gente preparada, que gestiona durante la dictadura. Se apuesta por el arte abstracto. Se dice que es para blanquear la dictadura, pero no me parece satisfactorio. En Italia se hace lo mismo. Lo que pasa en España es que el director de Bellas Artes ve lo que sucede en el mundo, ve que hay un interés por el arte vanguardista, por la moda, por el diseño, y se promociona al margen de la idea que pueda tener el dictador. En España se dan todos los fenómenos que en las distintas épocas se producen en Europa, pero en España eso lo gestiona una dictadura”, señala Sesma, machacando la idea de que España no ha sido un país diferente ni ajeno a lo que sucedía a su alrededor. Y tampoco respecto a la apertura del país, a partir de la segunda mitad de la década de los años 50.
Ese es uno de los mitos que le interesan desmontar al historiador hispano-francés (de padre aragonés y madre francesa), al señalar que hubo un “intento nacionalista de reescribir historias personales”, en referencia a los tecnócratas del Opus Dei, desde López Rodó a Navarro Rubio o Ullastres, como si hubieran querido salvar el país frente a la dictadura. “La apertura económica se defendía desde las instituciones internacionales, con el FMI y el Banco Mundial, y se quería que se aplicara en toda Europa. En España se hizo, pero el objetivo no era la democratización del país. Los tecnócratas de Franco querían un ciudadano consumidor sin derechos políticos”, afirma Sesma, con la voluntad de esclarecer ese momento clave en la historia de España: “Franco confía en sus colaboradores, porque sabe que están unidos en el ideario de la victoria. Se habla de los tecnócratas como ajenos, pero es que estuvieron totalmente vinculados al régimen, conectados con la Guerra Civil, y la mayoría lo que quiere es que el régimen se mantenga. Pasa en todos los ámbitos, en la televisión, o en la economía. Son profesionales que quieren alargar la dictadura”.
Algunos nombres del régimen son clave. Si Franco y Carrero Blanco controlaban el campo interno, de cara al exterior, en posiciones de combate o como “refugiados en las embajadas”, la dictadura contaba con Alberto Martín-Artajo, José Ibáñez Martín, Fernando María Castiella, José María de Areilza o Joaquín Ruiz-Giménez.
Pero la pregunta vuelve de nuevo, como algo que todavía no se ha podido esclarecer por completo. ¿Por qué la dictadura duró tanto? ¿Por qué el contexto internacional no lo impidió? “Dura mucho, es verdad. Es una anomalía, con un dictador que tiene un origen fascista. Lo que sucede es que España es considerado un país periférico. Estados Unidos no muestra demasiado interés. En los años sesenta se podía haber pensado en presionar más, pero la alternativa no estaba cohesionada. Cuando llega el eurocomunismo se podía haber hecho algo más, pero pensemos en otros países, en Italia, por ejemplo, muy controlado por la Democracia Cristiana”.
Llega la transición. ¿Se le dio la vuelta al régimen como un calcetín, como señaló Javier Cercas en su Anatomía de un instante? Sesma coge aire, y entiende que hubo “un empate a domicilio”. Se trató, a su juicio, como en un partido de fútbol, de un “empate meritorio, fuera de casa”, al entender que el régimen llegaba con todos sus jugadores titulares. Pero para el historiador lo importante llegó con la Constitución. “Se fue capaz de abrir un proceso constituyente. No fue una reforma de las leyes de la dictadura. Eso nos parece extraño o poca cosa, pero miremos a Chile. El país no consigue desembarazarse de la Constitución de Pinochet”.
Con ese hilo conductor, Sesma entiende que las interpretaciones sobre la transición en los últimos años han podido ser erróneas. “Me parece un error por parte de la izquierda renunciar a hacer suyo el protagonismo en la transición y en la Constitución, que fue muy importante”.