Guerra en Ucrania, guerra en Gaza. Los tiempos invitan a la reflexión, pero antes hay que actuar. Europa se moviliza, Estados Unidos está, pero cada vez con más dudas. Los pacifistas proliferan, pero, ¿qué dicen los expertos militares? Las consecuencias de una batalla perdida pueden prolongarse en el tiempo. Y resulta que hay “pecados capitales” en la táctica militar.
“El fracaso militar se convierte en el punto de arranque de un análisis más político que conduce, por ejemplo, a denunciar las disfunciones de una sociedad. De este modo, la derrota puede ser vista como la consecuencia inevitable del fracaso de un sistema de preparación, de decisión, e incluso como el resultado de una perversión de los fundamentos morales y políticos de una nación. En este sentido, los desastres militares ofrecen un campo especialmente amplio de investigación y análisis al historiador”. Lo señalan dos militares, el coronel Gilles Haberey, y el teniente coronel Hugues Perot, los dos de nacionalidad francesa, diplomados por la Escuela de Guerra y con responsabilidades en diferentes misiones, --en Kosovo, Costa de Marfil o Afganistán-- al considerar que las batallas, y las guerras perdidas, dejan huella en las naciones, y, con posterioridad, se extraen lecciones, incluso, de carácter moral.
Haberey y Perot se explayan en el libro Los siete pecados capitales del jefe militar (Malpaso), que deja al lector hipnotizado con tácticas militares y con reflexiones sobre cómo vencer o cómo fracasar en un campo de batalla.
¿Nos repele la crudeza, el análisis frío? La geopolítica manda en estos momentos. Y es mejor conocer y avanzarse ante posibles conflictos. A los responsables militares, en un país como España, no se les conoce. Hubo una tarea metódica del primer gobierno de Felipe González, tras su victoria en 1982, para transformar el Ejército, con el ministro de Defensa Narcís Serra. Las misiones internacionales, en el seno de la OTAN, dieron lustre a muchos militares, y la profesionalización llenó de orgullo a buena parte de la sociedad española, después de tantos años de dictadura. Pero, ¿ya no queremos saber nada de tácticas militares? ¿Qué pasó en la batalla de Las Navas de Tolosa? ¿Demasiado lejano?
Con maestría, gráficos y perfiles de los principales protagonistas en cada batalla, los dos militares franceses tienen claro que los jefes militares son determinantes. Hay muchos otros factores, pero siempre hay un máximo responsable, para lo bueno y para lo malo. En tiempos de paz es complicado asimilar esa importancia: “Lo difícil para una nación es identificar en tiempo de paz a las élites militares y políticas que permitirán superar los momentos de crisis…”
El repaso es exhaustivo, aunque se echan a faltar algunas batallas históricas, como las de Alesia, Agincourt, Waterloo, Stalingrado o Dien Bien Phu. Pero sí están Balaclava, en la guerra de Crimea, Las Navas de Tolosa –en lo que sería España Península-- o Cao Bang, en Indochina. Los ‘pecados’, desde una óptica militar, asombran al lector: Entablar combate careciendo de información; permitir que el enemigo imponga el campo de batalla; seguir el ritmo del adversario; subestimar al enemigo; carecer de audacia; obstinarse inútilmente y dejarse llevar por el pánico. Son los “siete pacados capitales” que un jefe militar no puede cometer si quiere evitar una derrota en toda regla.
Para cada uno de esos ‘pecados’, los dos militares franceses analizan entre dos y tres guerras históricas. Hay causas objetivas que explican la derrota táctica. Los autores entienden que todas ellas se pueden englobar en tres grandes familias, a menudo vinculadas: la ausencia de conocimiento o de dominio del arte militar, las deficiencias en materia de capacidad y organización y la distorsión humana en la percepción de la realidad. Y, claro, el jefe está en la cúspide, pero también juega un factor crucial el entrenamiento de sus soldados. ¿Era un genio Napoleón –al margen de lo que ha contado la película Napoleón, de Ridley Scott, criticada por muchos historiadores? “El éxito de las campañas de Federico II en 1757, como la de Napoleón en Francia en 1814, se explican tanto por el genio táctico de estos grandes capitanes como por el alto nivel de entrenamiento de sus unidades, capaces de marchar durante semanas y entablar combate reorganizándose en un tiempo mínimo”, señalan Haberey y Perot.
Hay ocasiones en que lo ilógico triunfa, precisamente, porque nadie espera una reacción que escapa al orden militar. Y eso atañe a los pobladores de la Península Ibérica, a los descendientes de unos atrevidos, o inconscientes guerreros. Porque, ¿qué pasó en la guerra de Las Navas de Tolosa? Es uno de los ejemplos del “pecado capital” basado en el pánico.
“A primera vista, la derrota del califa Mohamed an-Nasir era impensable a tenor de las condiciones con las que se planteó la batalla del 16 de julio de 1212”. Y es que los reyes cristianos lograron un imposible, una victoria que escapaba a la lógica. Las tropas del califa eran mucho más numerosas que las que dirigía Alfonso VIII de Castilla. Pero el bando más débil fue el que inició el ataque, con la carga de caballería de los tres reyes, el ya citado y Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra. Acompañada de las tropas a pie, esa carga de caballería provocó una desorientación total de las tropas musulmanas. El pánico hizo acto de presencia. “Sólo el miedo generado por el efecto psicológico de la carga así como el riesgo de ser cercados pueden explicar el desmoronamiento de las tropas del califa. El fenómeno del pánico, por su propia naturaleza irracional, encontró aquí su ejemplo más impactante”
¿Arrojo, locura? El jefe militar toma decisiones. ¿Qué reclamaba el sentido común, ese que, tal vez, en el campo de batalla a veces no funciona? “El sentido común aconsejaría una retirada hacia el norte de cara a reconstruir el potencial de combate de los ejércitos cristianos, pero fue precisamente la aparente falta de lógica del movimiento enemigo lo que desestabilizó al vencedor anunciado y provocó el pánico”. Al final, “los combatientes musulmanes cedieron y huyeron, con la excepción de la guardia personal del califa”.
En la batalla de Caporetto, el pánico también fue decisivo, cuando las tropas italianas, en 1917, sucumbieron frente a las tropas austriacas. “El impacto psicológico fue brutal para un país que descubrió con estupor el estado real de sus fuerzas”, señalan los dos militares franceses. Un país que cambió de bando en mitad del conflicto. No es poca cosa.
Hay muchas otras batallas. Todas ellas mantienen la tensión, constatan esos “pecados capitales”, factores humanos, estrategias sobre el terreno, con el enemigo en el cogote. En tiempos de paz y de guerra, en una Europa extraña, confusa, el libro es oportuno. Sí, se puede amar la táctica militar, dado que nadie puede asegurar que las guerras sean algo más propio de otros tiempos, menos civilizados. No, hay guerra hoy a pocas horas de vuelo de Barcelona o de Madrid.