Los tiempos están cambiando. Sí, lo decía Bob Dylan. La cuestión es que ya han cambiado, y de forma clara respecto al discurso político, en relación a las democracias liberales que se rigen por parámetros muy distintos a los que se implantaron tras la II Guerra Mundial. Los consensos desaparecen y la polarización es la norma, en España, en Estados Unidos, en el Reino Unido, en Italia... ¿Qué ha sucedido? El editor y periodista Ramón González Férriz ha buscado respuestas. Su tesis la expone en Los años peligrosos, por qué la política se ha vuelto radical (Debate), un viaje que recorre los últimos quince años, desde la crisis financiera y económica de finales de los 2000, que ha tenido muchas más consecuencias de lo que se ha querido asumir. González Férriz, en esta entrevista con Letra Global, cree que lo principal es asumir la realidad. “No vamos a volver a lo anterior”, señala, y advierte: "El peligro es que decidas no ir a un restaurante porque el dueño no piensa como tú", asegura, con la idea de que se produzcan "segregaciones ideológicas, porque hay una aversión al rival político".
González Férriz tiene los pies en el suelo. Ha comprobado el cambio en el discurso político siguiendo el día a día, como periodista y editor. Publicó, fruto también de su experiencia generacional, el libro La trampa del optimismo, cómo los años noventa explican el mundo actual (2020). Una de las lecciones que ahora debemos asumir, a su juicio, es que el mundo occidental, --el europeo principalmente—operaba con unas reglas económicas que ya no se podrán recuperar. En Europa primó el ordoliberalismo, un capitalismo propio a la alemana, que lideró Ludwig Eucken. En Los años peligrosos asistimos a la evolución de ese ordoliberalismo, que ya no puede imponerse con la nueva crisis que provocó la pandemia del Covid.
La corriente económica era, también, una escuela moral y filosófica. Había normas que no se podían saltar, reglas que se debían cumplir. González Férriz constata en qué consistía cuando da cuenta de la cumbre del G20 en Cannes, en noviembre de 2011. Con la presión de Obama y Sarkozy, que responsabilizaban a la cancillera alemana Angela Merkel de la extrema severidad de las reglas Europeas, ésta se puso a llorar. Una mandataria con enorme poder estallaba en lágrimas, y sus palabras en aquel momento son importantes. Aseguró que las acusaciones que recibía eran "injustas" y que habían sido los ejércitos aliados quienes, seis décadas antes, habían “impuesto” la Constitución alemana a un enemigo de guerra. Es decir, si Alemania había seguido unas reglas era algo que las potencias que ganaron la II Guerra Mundial sabían de sobras.
El caso es que se impuso una filosofía moral: si se gasta mucho, eso es algo inmoral. La deuda es inmoral. Y los países del sur pagaron las consecuencias, entre ellos España, aunque tampoco parecía muy loable el prestar dinero sin preguntar demasiado, que es lo que hicieron los bancos alemanes. Todo ello lo que comportó es un cambio en el discurso político, con un lenguaje radical, con la aparición de los “insurgentes”, de izquierdas y de derechas, Podemos en España, o el Tea Party en Estados Unidos, que ha logrado la victoria con Trump como su gran representante, además de conseguir otras complicidades.
Y hoy el consenso ha desaparecido en la mayoría de países occidentales, aunque se han aprendido algunas lecciones. Para el autor de Los años peligrosos, los dirigentes políticos han entendido que se pueden aplicar políticas radicales, pero siempre que se defiendan a partir de “rostros moderados”. ¿Cómo? “Biden en Estados Unidos es un ejemplo, con un programa económico expansivo, de enormes dimensiones, que si lo hubiera impulsado Bernie Sanders se hubiera tildado de socialista o de comunista”, sostiene González Férriz. Es decir, importa el quién, más que el qué. Sin embargo, esas reacciones políticas no han logrado apaciguar el malestar social.
“Se pensó, tras las reacciones sociales que estallaron por la crisis financiera y económica de 2008, una vez aparecieron las fuerzas políticas insurgentes, que se podía llegar a una especie de síntesis, a una nueva ortodoxia: deshacer, en parte, la globalización, restringir la inmigración, poner más acento en lo rural, en lo local y patriótico, pero todo ello no ha proporcionado consensos, el malestar se mantiene”, señala el periodista y editor.
¿Entonces, qué hacer? El ordoliberalismo ya no volverá, los consensos son cosa del pasado, la política es más radical, ¿Soluciones? González Férriz no es optimista. Considera que habrá que hacer un esfuerzo por convivir con nuevas formas de hacer política. “Habrá que seguir apostando por líderes que por sí mismos ofrezcan moderación, pero teniendo en cuenta que las políticas radicales, de uno u otro signo, se mantendrán. El lenguaje ha cambiado, y hay que asumirlo, no pensar que se puede revertir”, insiste.
¿El problema de fondo, que se percibe también en España? “Hay una cuestión que me parece evidente, y es que las sociedades polarizadas no son mejores, son peores. Se vive peor en un entorno de polarización. Y vamos hacia sistemas más autoritarios, donde los ejecutivos chocan contra otros poderes, como el judicial –caso en estos momentos de España—, donde habrá más controles, con una sociedad más vigilada”.
Sin embargo, esa polarización se da entre los dirigentes políticos. ¿Puede dar el salto hacia la sociedad? Es lo que más teme González Férriz, que ofrece un ejemplo: “El peligro es que decidas no ir a un restaurante porque el dueño no piensa como tú, porque no quieres confrontar tu ideario. El peligro es que se produzcan segregaciones ideológicas, porque hay una aversión al adversario político”. ¿Estamos ya ahí? “Hay señales de que eso puede pasar, de la misma forma que en Estados Unidos las encuestas muestran que ha subido de forma enorme el porcentaje de padres que no quieren que sus hijos o hijas tengan parejas que simpaticen con el partido político al que odian, sea el republicano o el demócrata. Eso es una realidad hoy en Estados Unidos”.
Porque, ¿qué ha pasado en España? González Férriz repasa el recorrido de fuerzas políticas como Podemos o Vox, e incluye, también, entre los “insurgentes” a los independentistas catalanes. El periodista no tiene dudas: “La brecha salvaje en la política española la crea el proceso independentista”, porque, para él, ese fenómeno en Catalunya tiene una enorme repercusión en toda España, con el ascenso de Vox, que, entre otras muchas cosas, es una reacción contra el independentismo catalán a partir de otro nacionalismo que se confronta: el español.
Para González Férriz, Pedro Sánchez ha tenido “una enorme habilidad” al confrontar esa polarización, entre él o un gobierno de extrema derecha, con la presencia de Vox. Esa identificación –que puede no tener el mismo efecto en unos años—hoy le sirve para gobernar. “Sánchez ha entendido muy bien la naturaleza de la polarización”.
Lo que sucede en España es lo contrario a lo que debería suceder si habláramos de una democracia “sana”. A juicio del autor de Los años peligrosos, “se puede llegar a acuerdos en cuestiones pequeñas, pero no en las grandes cuestiones que nos afectan a todos. Y las democracias sanas operan al revés. No hay consensos sobre el sistema constitucional. Hay una visión identitaria de las cosas”.
Tras un combate entre la izquierda y la derecha, entre las políticas de identidad de la izquierda, y las más localistas de la derecha, González Férriz entiende que las democracias caminan hacia un mundo donde la derecha podrá imponer de una forma más clara sus tesis. Puede haber un nuevo consenso, pero éste girará hacia un orden distinto del que hemos conocido: “Tenemos unas pocas certezas, algunas dudas y una única pregunta relevante: ¿será el nuevo mundo que está surgiendo necesariamente más autoritario, menos libre, más controlado y menos plural? Mi respuesta tentativa es que sí. Se lo debemos a estos años peligrosos”, concluye Ramón González Férriz.