Los más ricos son vulnerables. Es una afirmación que puede ser arriesgada. Porque, ¿no se ha producido en las últimas décadas lo contrario? ¿No ha habido un proceso de empobrecimiento de las clases medias y bajas en el mundo occidental? Sí, pero hay que estar atentos a las explicaciones de los científicos sociales. “Si bien la pauperización del pueblo constituye en gran medida a las turbulencias sociales y políticas, la sobreproducción de élites es aún más peligrosa”. Lo señala Peter Turchin en su libro Final de partida, élites, contraélites y el camino a la desintegración política (Debate), un detallado informe sobre la evolución de las democracias occidentales, con datos económicos y sociales.
¿Se trata de un juego, de un argumento original para tratar de ofrecer un ángulo distinto sobre el deterioro de las democracias liberales? Turchin, que creció en la Unión Soviética, es doctor en Zoología por la Universidad de Duke. Y de ese estudio sobre los animales derivó hacia los humanos, hacia sus relaciones a lo largo de la historia. Es coordinador de CrisisDB, una enorme base de datos histórica de sociedades que entran en crisis y salen de ellas. Se trata de lo que él ha denominado como cliodinámica. Todo partió de un artículo en la revista Nature, en 2010, con el título de 2020 Visions, que convirtió a Turchin en una figura de reconocimiento internacional. La cuestión de fondo, que se ha ignorado en los últimos decenios, es que la Historia guarda secretos. No es una “puñetera cosa tras otra”, como señaló en tono jocoso el historiador británico Arnold Toynbee. Pero hay que saber leerla, interpretarla.
Turchin lo ha hecho, con un equipo de investigadores, que manejan cifras de todo tipo, sobre el crecimiento económico, sobre la evolución social, incluso sobre el consumo de vino de la aristocracia inglesa a lo largo de los siglos. Hay ciclos que suelen durar unos 150 o 200 años, a veces menos, en ocasiones algo más. Y tienen características. Se camina hacia la integración o hacia la disgregación. No hay azar en esos cambios. Turchin señala que siempre hay dos procesos en marcha: por abajo, los sectores sociales con menos recursos llegan a un límite. Por arriba, las élites se multiplican, y la colisión entre ellas lleva a la desintegración.
Hoy, en las primeras décadas del siglo XXI, estamos, a juicio de Turchin, en uno de esos procesos de desintegración, porque las élites luchan entre ellas, porque se han incorporado nuevas generaciones que, --estando en la parte más privilegiada—quieren ascender algo más e intentar el asalto al 0,1% de los más ricos. ¿Una barbaridad producto de la imaginación de este científico social? Aparece un país: Estados Unidos vive en estos momentos uno de esos periodos que nos enseña la cliodinámica, con nuevos actores, como los dueños de las empresas tecnológicas, empresarios como Elon Musk, que irrumpen en un entramado que desean dominar. Son élites que buscan la cúspide, y esa lucha provoca un desgaste en las instituciones, que no pueden ofrecer, o lo hacen de forma muy poco satisfactoria, oportunidades para las clases sociales inferiores. Ese caldo de cultivo es el que lleva a miembros de la élite a presentarse como solución al caos, asegurando que, precisamente, irán en contra de la élite, como es el caso de Donald Trump. El resultado es el desapego hacia una democracia liberal que va dejando de funcionar, que no cumple lo que prometió: cohesión social, cierta idea de justicia y de amparo.
El caso de Estados Unidos se disecciona en detalle. ¿Es una democracia, o hace tiempo que dejó de serlo para presentarse ya como una plutocracia? Turchin no lo duda. Es una plutocracia, donde las élites luchan entre sí, y generan un deterioro institucional cada vez más grande. “El grado en que las élites económicas dominan el Gobierno de Estados Unidos es excepcional en comparación con otras democracias occidentales. Países como Dinamarca y Austria tienen clases dirigentes que responden bastante bien a los deseos de su población. (…) Hasta hace poco, han resistido en gran medida la tendencia mundial al aumento de la desigualdad económica. En muchos indicadores de calidad de vida –esperanza de vida, igualdad, educación—Estados Unidos es un caso atípico en el mundo occidental”. La explicación se basa en la particular historia del país y en su geografía, según Turchin. Pero en lo que incide en el autor de Fin de partida es que esas luchas entre las élites suelen ser más nocivas para los países que la pauperización de las clases más bajas, dejando claro, además, que esas élites, en realidad, son más vulnerables, porque lo pueden perder todo en poco tiempo, o, por lo menos, una parte importante de ellas.
La historia muestra un toma y daca, una constante lucha en la que se gana y se pierde. No es una novedad. En lo que insiste Turchin, en cambio, es que hay cierta regularidad en ello, en función de la sobreproducción de elites. “Casi la mitad de los millonarios que prosperaron durante los felices años veinte (en Estados Unidos) fueron aniquilados por la Gran Depresión y las décadas siguientes, cuando los salarios de los trabajadores crecieron más deprisa que el PIB per cápita. El tamaño de las mayores fortunas de Estados Unidos disminuyó entre 1929 y 1982, tanto en términos reales como medido en múltiplos de los salarios medianos de los trabajadores”, asegura.
Sin embargo, todo eso cambia a partir de los años ochenta, cuando se impone una ideología larvada décadas antes, cuando triunfa la economía de la oferta, y las grandes fortunas vuelven a tener el campo abierto. Turchin incide en el consenso académico que se ha establecido, con una abrumadora evidencia de datos, sobre ese punto de inflexión en el que todavía vive el mundo occidental, es decir, las democracias liberales. Con datos sobre salarios medios, sobre capacidad adquisitiva, sobre el gasto, --en relación al salario--, que se hacía en vivienda, sobre salud o el precio de la educación, el proceso de pauperización es constante desde finales de los setenta y principios de los años ochenta. No se puede defender la economía de la oferta sin aceptar que ese proceso ha existido y que es producto de un descenso en los impuestos, y de una menor regulación en las empresas. “La presidencia de Ronald Reagan en los años ochenta fue el punto de inflexión en el que se abandonó la idea de la cooperación entre trabajadores y empresas. En su lugar, entramos en la era de ‘la codicia es buena’”, asevera Turchin.
En paralelo surgió un mandato, que defendió tanto la izquierda como la derecha. Y es que el mérito lo podía marcar todo. Con esfuerzo, el ascensor social podía ser real. Pero otros científicos sociales, como Michael Sandel, analizado también en Letra Global, han demostrado que eso podía ser una trampa. Dice Sandel, y lo cita el propio Turchin:
“Se anima a los ganadores a considerar que su éxito es obra suya y prueba de sus cualidades, y a despreciar a los menos afortunados que ellos. Los perdedores pueden quejarse de que el sistema está amañado, de que los ganadores se han servido de trampas e intrigas para llegar a la cima. O pueden albergar la idea deprimente de que son los únicos culpables de su fracaso, que carecen del talento y el empuje necesarios para triunfar”.
Eso ha provocado una polarización social enorme en países como Estados Unidos, donde la gran diferencia está en la educación, entre titulados y no titulados. Dejando a los que no lo logran como perdedores.
Los periodos de integración, de cohesión, y de disolución, con graves crisis sociales, existen, y, de alguna forma, no son del todo evitables. Forma parte de la humanidad. Las democracias liberales, sin embargo, sí pueden acompasar esos momentos, haciendo llevaderas las transiciones. Y es ese el acento que Turchin quiere ofrecer. La realidad, hoy, conduce al pesimismo. “Algo en lo que no suele repararse es que, aunque las instituciones democráticas son la mejor (o la menos mala) de todas las formas de gobierno de las sociedades, las democracias son especialmente vulnerables a que los plutócratas las manipulen en su provecho. (…) Los plutócratas pueden utilizar su riqueza para comprar medios de comunicación, financiar laboratorios de ideas y recompensar generosamente a las personas con influencia social que promueven sus mensajes”. Todo eso sucede, hoy, en Estados Unidos. Pero, ¿en todas las democracias también?
Ese es el punto en el que los propios países deben mirarse a sí mismos. Y el autor de Fin de partida considera que no está todo perdido. Lo que viene será de órdago. No es un periodo más. Hay cambios sustantivos, en todos los órdenes. Y dependerá de cada sociedad. Turchin indica que hay una enorme variedad en los datos, en función de las políticas que se ha adoptado. ¿Qué tenemos por delante? “En los próximos años, el cambio climático, las pandemias, las depresiones económicas, los conflictos interestatales y los flujos masivos de inmigración pondrán a prueba la resistencia de los países. ¿Los países que no han permitido que crecieran sus niveles de desigualdad serán más resistentes a todos esos impactos? Necesitamos saberlo”, señala Peter Turchin.
Las sociedades humanas necesitan élites, no hay que acabar con ellas. Al contrario. Esa es una de las lecciones del libro Fin de partida. Pero, ¿qué élites? “No se trata de deshacerse de ellas; el truco está en obligarlas a actuar en beneficio de todos”, concluye el doctor en Zoología.
Sin embargo, queda en el aire la propia capacidad de esas sociedades, las de los países que, todavía, gozan de una democracia liberal. ¿Están capacitadas, pueden cambiar la orientación de esas élites? ¿Han tomado conciencia de que lo deben intentar? La abundante y desbordante recopilación de datos, la evolución que podemos ver a lo largo de la historia, no puede responder hoy esas preguntas.