Manel Alías (Berga, 1977) ha querido entender algo que sigue fascinando a buena parte de la humanidad. Los pueblos tienen señas de identidad, formas de comportarse, hechos culturales, que se repiten a lo largo de la Historia. En algunos casos esas identidades son más acusadas. El pueblo ruso es objeto de respeto y fascinación, de admiración y de extrañeza. Manel Alías, periodista y escritor, fue corresponsal de TV3 y Catalunya Ràdio entre 2015 y 2022, y el resultado de sus pesquisas, de querer ir más allá de su trabajo diario, es Historias alucinantes de Rusia, editado en Arpa. Son crónicas que definen un país. Desde la niña de cinco años que contempló pasmada, mientras plantaba patatas, el aterrizaje de Yuri Gagarin, el primer cosmonauta de la humanidad, hasta la mujer de la limpieza que se convirtió en la primera alcaldesa de una pequeña localidad. Hay mil relatos sobre un país gigantesco que nunca ha conocido la democracia, que atesora una cultura muy valiosa, con escritores y músicos universales y que es el protagonista de una guerra, con el ataque de Putin a Ucrania, que ha recordado en Europa los horrores de su pasado reciente. En esta entrevista con Letra Global, Alías rechaza el fatalismo. Quiere romper la idea de que Rusia esté condenada a regímenes que desprecian los derechos humanos. "Los rusos están preparados para la democracia si llega un cambio después de Putin", asegura Alías.
Los relatos de Alías son un canto al periodismo: historias bien narradas con todos los ingredientes, y siempre con el contexto necesario para que el lector lo entienda. Y, claro, también se incluyen reflexiones oportunas. En una de las historias, el periodista escribe: “El ingrediente fundamental con el que Kremlin cocina el amor a la patria es la guerra. Considera que lo más grande que ha hecho el país es ganar una guerra. Y si la gran Rusia existe, si no ha sido despedazada, es porque está armada hasta los dientes y siempre a punto para defenderse. Si el país baja la guardia, harán con él Kaixa (Gachas, el desayuno nacional ruso) para desayunar. Las armas se glorifican con la persistencia de un maratoniano que tiene fuerzas reservadas para esprintar en momentos puntuales”. (…) “Rusia es una potencia mundial en la medida en que puede asustar a la comunidad internacional. Dar miedo tiene premio. Y las cabezas nucleares que acumula la elevan a un nivel en el que solo Estados Unidos podrían plantarle cara”.
Esa es la cara y la cruz de Rusia, que se plasma ahora con la guerra en Ucrania. Alías admite el punto de partida, el que cuestiona un país que se ha sometido al régimen de Putin, sin grandes protestas por el ataque a Ucrania, y sin perspectivas claras de que pueda evolucionar hacia un estado con características similares a las de un país democrático occidental. Lo que escribe Alías son “historias muy bestias, cosas extraordinarias que no extrañan a los propios rusos, porque las interiorizan como algo normal”. Y cuenta que el proceso independentista catalán, que él lo vivió desde Moscú, fue motivo de un comentario muy elocuente. "La idea de que los líderes independentistas pudieran acabar en la cárcel se comentó en una clase de ruso, en la que participaba, y la profesora hizo un comentario sobre ello. Era una mujer de unos sesenta años, muy normal, que aseguró que a la cárcel también iría ella, porque las prisiones españolas seguro que serían como los hoteles de cinco estrellas rusos. Y es que los ciudadanos rusos ironizan sobre su situación, saben que viven en condiciones duras e idealizan, igual más de la cuenta, el mundo occidental”.
El ciudadano ruso se parapeta “en el silencio”, según Alías, que lo justifica por la “enorme propaganda a la que está sometido, y al control policial”. Pero, a su juicio, y por sus experiencias, con conversaciones constantes con ciudadanos de todo el territorio ruso –viajó mucho en su periplo como corresponsal-- los rusos son conscientes de lo que viven y tienen acceso a la información necesaria para saber cómo funciona el mundo. “La prueba es muy clara y es que nadie de los que viajan fuera se acaban comprando segundas residencias en Corea del Norte, o en China, o en la India, que son socios de Rusia. Vienen a Occidente, están a gusto en la costa española, o en Francia, o en el Reino Unido”, asegura Alías.
Entonces, ¿existe una posibilidad de cambio a medio plazo? El periodista muestra un optimismo vital, el que precisa para contar sus historias, para empatizar con la sociedad rusa. "Los rusos están preparados para la democracia si llega un cambio después de Putin. Las cosas podrían cambiar rápido en el caso, por ejemplo, de que durante unos pocos meses recibieran información contrastada, de que tuvieran acceso a televisiones y radios libres. Pero lo que no veo es una revuelta de los oligarcas. El cambio puede llegar de otra manera, tal vez con la muerte física de Putin, o con una retirada que ahora no vemos. Puede llegar con la confluencia de varios factores. Lo que tengo claro es que los rusos están preparados para ello, no se puede decir que estén condenados a regímenes no democráticos. De la misma manera, hay que tener claro que después de Putin puede llegar algo mucho peor. Dependerá todo de la confluencia de factores diversos, de actores distintos. Insisto en que los rusos, con dos meses de acceso a medios de comunicación libres cambiarían mucho, de la misma forma que he visto cómo la propaganda de Putin ha llevado a muchos rusos a asumir la expresión de que era necesario desnazificar Ucrania, algo que no había escuchado nunca antes”.
El periodista ‘alucina’ con el carácter ruso, con la asunción de las penalidades. Es algo que se constata también en otros libros que han inspirado a Alías, como El fin del Homo sovieticus, de Svetlana Aleksiévich. El ex corresponal en Moscú hace referencia al accidente de un avión de Metrojet, que viajaba de Sharm el Sheikh, en Egipto, a San Petersburgo. A la media hora del despegue explotó, causando la muerte de las 224 personas que iban a bordo. “La noticia conmocionó, sí, pero coincidió en el tiempo con los asesinatos islamistas en la discoteca Bataclan, en París. Los rusos quedaron consternados, iban todos a dejar velas en la embajada de Francia, con muestas de consuelo que no se habían producido con el accidente del avión. Mi conclusión particular es que los rusos asumen que les pasan cosas malas, pero que eso no podía suceder en París. Aceptan sus desgracias, porque han tenido muchas, porque han formado parte de sus vidas”, afirma Alías.
Sin embargo, de la misma manera que Alías ha visto cómo se asumen las fatalidades, el periodista también quiere romper un tópico. “No es cierto que los rusos no se rían, no disfruten, no busquen una comicidad espontánea. Ríen con ganas, saben bromear, a veces con un toque ácido, sarcástico, pero las mujeres y hombres rusos saben reírse, y saben recitar poemas y recordar frases literarias que te dejan muy sorprendido”, señala Alías, al destacar el grado de educación y cultura de una parte sustancial de la sociedad rusa. La cuestión es que el control policial es enorme, que el régimen de Putin ha llegado a cotas inquietantes: “En muchas conversaciones telefónicas, se rechazaba seguir hablando: ‘eso no lo puedo comentar por teléfono’, te decían muchas personas”.
Entonces, ¿qué pasa por las cabezas de tantos ciudadanos rusos? “Viven en un estado extraño, les avergüenza no poder decir lo que sienten, y prefieren el silencio, el llevar la situación como se pueda, teniendo claro que viven bajo una dictadura, por muchos calificativos distintos que se le puedan poner. En Occidente hemos llegado a ese concepto de democracia ‘iliberal’, pero sencillamente estamos hablando de una dictadura”; concluye Manel Alías.
¿Qué es Rusia? Las historias de Alías, con muchos personajes distintos, ilustrarán al lector. Pero el periodista deja claro que a él no le parece que sea un país capitalista. Tiene señales evidentes, en Moscú, con el dinero como gran señor, pero las cosas son más complejas. El control político impide que la meritocracia o las leyes del mercado puedan reinar con todo su poderío. Y, aunque pueda ser retórica, hay elementos omnipresentes:
“Lenin todavía es el rey del nomenclátor ruso, el nombre que identifica más kilómetros de calles y la estatua que se alza con más frecuencia en las plazas céntricas”.