Historiador del presente, del pasado reciente. El periodista debe estar en los sitios. Y el historiador debe conocer el contexto. Timothy Garton Ash une las dos condiciones. En los últimos cuarenta años ha conocido a los grandes personajes, y también a los ciudadanos de a pie, a estudiantes y soldados que han vivido de primera mano las transformaciones mundiales en Europa. Y sabe de dónde venimos. No olvida a su padre, el capitán británico John Garton Ash, que desembarcó en Normandía el día D, en la mañana del 6 de junio de 1944, con la “primera oleada de ataque del regimiento Green Howard en el sector King de Gold Beach”. Su máxima es contundente. “Es difícil imaginar lo que era Europa en 1945, pero hay que recordarlo de forma continua. Era el infierno en la tierra, y eso lo deben saber los más jóvenes”. Eso dio pie a un proyecto de construcción europeo. “Europa debe recordar por qué se unió: nunca más, nunca más, al infierno de la guerra”, señala, en alusión a la II Guerra Mundial y la Unión Europea. Ese recuerdo debe servir para que la Unión Europea avance.
Garton Ash, (Londres, 1955) uno de los analistas más respetados, con el adjetivo preciso, con las lecciones de la Historia siempre en sus cuadernos, ha escrito un libro de una belleza poco común. “Se trata de un libro de Historia, con ilustraciones personales, con vivencias propias”, asegura, en un diálogo en el Círculo de Economía, con preguntas de los asistentes y conducido por la periodista y analista del CIDOB, Carme Colomina. Y así lo titula: Europa, una historia personal (Taurus), y en catalán, con el mismo título, editado por Arcàdia.
Porque, ¿qué es Europa?, ¿qué representa?, ¿qué nos une? Son preguntas que se responden de forma diferente en función de la patria de cada uno. Un inglés, como Garton Ash, nunca verá en Europa el espacio de libertad que siempre ha representado para un español. Los británicos se consideran los portadores de la libertad, mientras que Europa la vieron, primero, como sinónimo de Francia, el país de la Revolución de 1789, los valores que Edmund Burke, adalid del conservadurismo liberal inglés, quiso combatir con su libro Reflexiones sobre la Revolución francesa. Y, después, la asociaron a Alemania, el Reich de Hitler al que vencieron en la II Guerra Mundial.En todo caso, los británicos saben que son Europa. “Hay valores que compartimos, y, por ello, Canadá podría ser perfectamente Europa, pero no hay unas fronteras claras, salvo si pensamos que al norte tenemos el Ártico. Sí sabemos que Europa ejerce un enorme polo de atracción por sus valores blandos, como democracias liberales”, señala el analista Garton Ash.
Pero, ¿qué busca el historiador y periodista? El libro habla: “En el trayecto en coche desde el campo de críquet de Westen hasta el bosque de Barne, Jan y yo hablamos de nuestros padres. El suyo sirvió en las Waffen-SS, el cuerpo de combate de las temibles SS nazis. Más tarde Hartmund Osmers apenas hablaba de la guerra, salvo para decir que ‘fue una época dura’. Aborrecía a los británicos, que después de 1945 lo habían tenido más de dos años encerrado en un campo de prisioneros donde no lo trataron bien”. Garton Ash se pregunta si su padre tuvo algo que ver en el encierro del padre de Jan. Visita las zonas de guerra, el pueblo donde estuvo su padre. Revive ese pasado, y busca señales. Todo lo que se ha querido hacer desde 1945 es un intento de superar la guerra, de no volver a caer en el “infierno”, pero ha habido más desastres desde entonces. “Si cogemos un tren desde un pueblo en la frontera de Polonia hacia Kiev, en una hora volvemos a 1945”, señala, en alusión a la guerra en Ucrania.
En Europa, el momento “cero” ha sido recurrente. Todos los países tienen uno. En España fue durante la transición, en 1977, tras una dictadura de cuarenta años. En los países del Este de Europa ese momento llega en 1989, con la caída del muro de Berlín. Y en Sarajevo, en Bosnia-Hezergovina, fue en 1995. ¿Cuándo será en Ucrania?: “Dependerá de nosotros, de los europeos, puede que la guerra acabe en 2024, o en 2025 o en 2026, pero dependerá de la capacidad de Europa, de la ayuda que preste a Ucrania”.
La cuestión es que el propio respecto que se sienta por Europa guarda relación ahora con dos guerras, la de Ucrania y la que se libra en Gaza, entre Israel y Hamas. “Fortalecer Europa, respetar los valores europeos, supone que debemos ayudar a Ucrania. En la medida que lo dejemos de hacer, seremos menos Europa”.
Respecto a Gaza, las dos ideas se deben defender sin concesiones: “Hamas empezó esta guerra, no lo podemos olvidar, con un ‘pogromo’, con una matanza, pero hay que preguntar a Israel también qué espera del final de la guerra, con Netanyahu, que es el peor dirigente, un pésimo dirigente”, indica el historiador y periodista.
Europa es una idea, es un proyecto de defensa, son valores, son unas fronteras más o menos extensas, pero que nunca ha dejado de tener dictadores. Es una realidad que no se puede obviar y que un inglés como Garton Ash quiere que se tenga en cuenta. Y que, periódicamente, no ha podido evitar conflictos y guerras. En el libro explica la anécdota que también recordó en el Círculo de Economía. Tras indicar que en 1989 acabó la guerra para muchos europeos, los que vivían bajo la órbita soviética, se desató un nuevo desastre:
“Apenas habíamos dicho ‘adiós a todo eso’ cuando todo volvió con fuerza en la antigua Yugoslavia. Guerra. Limpieza étnica. La violación empleada como arma. Campos de concentración. Terror y mentiras. Nunca olvidaré una reunión que tuve en 1995 en Sarajevo con el director de una revista que habló largo y tendido sobre ‘después de la guerra’ mientras de vez en cuando iba a echar pedazos de muebles viejos serrados a una estufa rudimentaria. Por un instante pensé que se refería a después de 1945; luego comprendí que para él ‘después de la guerra’ significaba después de 1995”.
Esa Europa, que es un faro que atrae a muchas personas fuera de las fronteras, --con una cifra que se debe recordar cada día: hay 850 millones de personas de menos de 25 años que viven en África— ha buscado enamorar al mundo con valores democráticos y liberales sin pensar en los propios ciudadanos europeos. “No ha habido una redistribución del respeto”, dice Garton Ash, al entender que la apuesta por la educación superior, por los valores liberales cosmopolitas, dejó a muchas personas abandonadas en el camino, y que han sido el objeto de deseo de los populistas, que les han levantado los ánimos con falsas promesas y discursos extremistas. Esa Europa, inclinada hacia el liberalismo económico y político, debe ahora corregir sus excesos.
También debe ser consciente, apunta Garton Ash, de que se han producido perversiones en el corazón de Europa. Es el caso de Viktor Orbán, en Hungría. “Desde su victoria en 2010 ha ido desmontado la democracia en Hungría, y lo ha hecho dentro de Europa, beneficiándose de millones de euros de la Unión Europea”. ¿Cómo puede ser?
Esas contradicciones son las que hacen daño a los países europeos, que miran por encima del hombro al resto del mundo, a pesar de que la población europea va perdiendo peso en relación al mundo. Si a principios del siglo XX suponía el 25%, en los años sesenta era el 6%, y en 2016 se reducía al 4%. Lo que propone Garton Ash es que la inmigración, que será necesaria, “sea legal y ordenada”, y que cuando esos inmigrantes estén en Europa “se sientan integrados y respetados”. Precisamente los mensajes que han aludido a la necesidad de “controlar” la inmigración, dando a entender que estaba “descontrolada” son los que han tenido éxito, ya fuera en el Reino Unido o en Alemania.
Valores blandos, sí, democracia y respeto, claro, pero también determinación, con una inversión mayor en defensa, con la necesidad de “autodefendernos”. Eso debe ser Europa en el presente y en el futuro. Es la voz de Garton Ash, que recuerda sus entrevistas con Helmut Kohl, “el ser humano más grande físicamente que he visto nunca”, o con Bronislaw Geremek, el que fuera ministro de Exteriores de Polonia, el niño que huyó del gueto de Varsovia y se subió a un tranvía, temeroso de que le reconocieran como al judío huido en la Varsovia ocupada por los nazis. O con Václav Havel, “mi héroe europeo”. En ese momento se estremeció en el auditorio del Círculo de Economía la escritora y traductora checa Monika Zgustová, autora de la traducción al catalán de la maravillosa Les aventures del bon soldat Svejk, de Jaroslav Hasek.
Porque de lo que se trata es de no repetir nunca más la experiencia del infierno. Europa fue un infierno, un desastre. Y si las nuevas generaciones lo olvidan, se podría repetir. Las críticas a la construcción europea deben ser ponderadas, porque “todo lo que se ha hecho desde 1945 ha tratado de superar aquel infierno, ha sido para que no se repitan nunca más, ‘never again’”.
El libro lleva al lector de un rincón a otro de Europa, de un conflicto al siguiente, del horror, pero también a la esperanza, sabiendo lo que ocurrió, con el deseo de no volver jamás a oler “el hedor de la carne putrefacta”.
Lo que se ha conseguido es "un hogar, el sentimiento de que se está en casa", concluye Garton Ash, que nunca deja de lado su condición de inglés, consciente de que los ingleses han recelado y recelan del "continente". Pero la realidad es que hay una Europa que se siente propia en el momento en el que se ha vivido en sus diferentes países. Son las experiencias las que cuentan. Lo cuenta en las páginas del libro, al recordar cómo a lo largo de los años los europeos han podido viajar y compartir sensaciones entre ellos mismos. "He estado en Madrid, en Barcelona, hace unos días en Atenas, en Estocolmo, o en Berlín o París. En todos esos lugares estoy en el extranjero, pero me siento en casa, soy europeo".