David Lizoain (Toronto, Canadá, 1982) es uno de los economistas de referencia de una izquierda que desea el progreso económico sin caer en fatalismos y que no cree en dogmas. Ha sido hasta ahora asesor en La Moncloa, y lo fue, también, en la Presidencia de la Generalitat, con José Montilla. Se formó como economista en dos instituciones de primera: Harvard y la London School of Economics. Se instaló en Barcelona, viajó a Madrid y ahora vuelve a la capital catalana. Tiene en su cabeza a España, porque entiende que es uno de los países más interesantes del mundo, por su enorme evolución en todos los ámbitos en los últimos 60 años, equiparable a los países más avanzados del planeta. Acaba de publicar Crimen Climático (Debate), donde refleja una enorme preocupación, la de que el cambio climático lo acabe pagando de forma cruel los que carecen de recursos. En esta entrevista con Letra Global señala: “El riesgo de un genocidio climático es real, con el sacrificio de los más vulnerables”.
Lizoain habla con precisión, con la emoción justa del científico social, del que presenta datos y huye de dogmatismos. Pero utiliza expresiones duras, con ganas de incitar un necesario debate. Hay información constante sobre el cambio climático, pero no se entra de lleno en las consecuencias y en quién las pagará. El concepto de genocidio climático aparece ya en las primeras páginas del libro, aunque el título es algo diferente, el de Crimen Climático. “Sí, es una expresión dura, que, en parte, es una continuación de una línea argumental que había desarrollado en mi primer libro, El fin del primer mundo. Pero, tras la pandemia, creo que era necesario ir por ese camino porque estamos hablando de políticas públicas, de la relevancia que tienen a la hora de abordar cuestiones que son de vida o muerte, de forma literal. De vida o de muerte a escala mundial. El cambio climático implica ese dilema”.
El economista entiende que la pandemia es un buen ejemplo, a partir de las decisiones que se habían tomado previamente. “Estamos hablando de que tienes un sistema sanitario más débil, por ejemplo, en Catalunya, si llevas años recortando los presupuestos. Se dijo en su momento que la austeridad mataba, y es cierto, y lo vimos en Grecia. Las políticas públicas tienen sus consecuencias, tienen impactos, que suelen ser desiguales. Y en este caso, con el proceso de cambio climático, es claro”, señala Lizoain.
Entonces, ¿se sugiere, o más bien se apunta con determinación que puede existir un cierto proceso de darwinismo social, a partir del calentamiento global? David Lizoain no elude la pregunta. “Sí, podríamos hablar de una disposición para sacrificar a los más necesitados. El riesgo de un genocidio climático es real, con el sacrificio de los más vulnerables. Si bien un genocidio se entiende en términos jurídicos, de lo que se trata es de un público concreto, los que puedan estar en peores condiciones. Lo chocante es un poco la indiferencia que existe hacia esas víctimas”.
Lo que introduce Lizoain es el componente social, entre el Norte global, que aplica medidas de contención sobre ese cambio climático, y el Sur que lo padece, pero también en el interior de esos países más ricos. En el libro lo define con crudeza, al señalar cómo se persiguen los beneficios económicos. “El rutinario funcionamiento de las estructuras políticas y económicas heredadas ya es suficiente para producir una devastación a gran escala. Y los estados, las empresas y los individuos tienen incentivos para perseguir implacablemente el crecimiento, buscar beneficios y acumular”.
Aparece, por tanto, la cuestión de la responsabilidad. Las sociedades han desarrollado en los últimos años un concepto, la eco-ansiedad, el temor a no hacer lo suficiente desde el punto de vista personal para paliar ese cambio climático, para consumir de forma distinta. Lizoain dedica un capítulo entero a esa cuestión, y habla de la “culpa”. Su reflexión es pertinente: “Dado que a los poderosos les interesa que todos se sientan culpables, aquí se trazará una línea clara. Los criminales del carbono, cuyas acciones están provocando muertes masivas, deben ser tratados de forma diferente a la gran mayoría de ciudadanos, que viven en un sistema injusto, lo cual les hace cómplices y les obliga a asumir responsabilidades y a actuar políticamente”.
Ahora bien, Lizoain se distingue por su rechazo al catastrofismo. Porque, ¿se camina en la buena dirección, con políticas concretas? “Yo creo que se están tomando medidas y que podemos ver un cierto punto de inflexión desde los acuerdos de París. La cuestión es que esos acuerdos no se van a cumplir tal y como deberían. Toca presionar más, y acelerar en las medidas que se toman. Los políticos responden ante la presión ciudadana y las empresas responden ante el poder político. Tenemos, por tanto, palancas de cambio, aunque no tanto como para cumplir los acuerdos ya firmados sobre la reducción de CO2, por ejemplo”.
El proceso de descarbonización está en marcha, y para Lizoain es importante la labor de Estados Unidos, con la influencia ahora del secretario de seguridad nacional, Jake Sullivan. “El ecologismo no es un tema de hippies, es un asunto de estado de primer nivel”, señala el economista.
Pero la clave es llevar a todos los estados a un terreno optimista, en el que el progreso económico vaya de la mano del proceso de descarbonización. “El norte global, el mundo atlántico, ha dado un giro relevante y no por motivos únicamente de justicia social o de humanismo, sino por interés propio y de competitividad económica. Los chinos no van a descarbonizar por benevolencia, lo harán por que les interesa estar en la vanguardia de la frontera tecnológica”.
La cuestión que se plantea, y es la que le interesa a Lizoain, es conseguir un nuevo pacto social, global, en el que la ecuación de la ecología tenga un papel primordial. Un nuevo pacto que tenga en cuenta a las poblaciones que se verán más afectadas por ese cambio climático. El peligro es que se produzca esa especie de selección natural, que sugiere este economista, pero el incentivo, desde el punto de vista de una izquierda progresista internacional, es que eso se pueda evitar. Si se traslada a la Unión Europea, Lizoain señala que se podría pasar de aquella Europa del acero y el carbón, que sirvió para una incipiente unión económica, a una Europa verde, que apueste “por las energías renovables con todo su potencial”.
Lizoain recoge también la mejor información sobre los procesos de descarbonización. Y cita al científico Vaclav Smil, y a su obra Cómo funciona el mundo (Debate). Smil deja constancia de que los combustibles fósiles no se podrán sustituir con celeridad. Que en el transporte aéreo, en barco, o por carretera, los derivados del petróleo tienen una densidad de energía muy superior a las energías renovables. Lo que está sobre la mesa es una “transición energética que será lenta, que no puede ser de hoy para mañana, pero que se debe mantener”, indica Lizoian.
El argumento central, sin embargo, es que ese proceso no debe asociarse a “decrecimiento”. Lo que se debe acelerar, a juicio de este economista español-canadiense es un proceso “ligado a crecimiento y tecnología” en el que ganen “todos”. Se debe producir “una alianza entre los diferentes actores, con un cierto optimismo tecnológico, una transición que sea una oportunidad para generar empleos de calidad”. Y en ese proceso, “medir el PIB como hasta ahora tampoco sería lo más recomendable. “Es un error convertir el PIB en un fetiche, como lo es también el llamado decrecimiento”, advierte Lizoain.
España, para Lizoain, tiene un gran futuro, con una especie de “socialismo solar”, que consistiría en exportar energía solar a toda Europa. “El turismo se considera como un elemento de exportación de España, y ahora le toca exportar sol, con placas solares, con un sistema que beneficiaría al conjunto de Europa”.
¿Catalunya? El economista aquí se explaya, porque lo conoce bien. Señala que se ha perdido una década, con Catalunya en la cola en el conjunto de España en cuanto al desarrollo de las energías renovables. “No nos vale la idea de que el proceso independentista ha congelado ese desarrollo de las renovables. Un país como Escocia, con un nacionalismo fuerte, con un partido nacionalista en el poder, es líder en energías renovables. Lo que ha pasado es que no ha habido voluntad política en tirar adelante ese plan energético”.
¿Y la superilla en Barcelona? “Me puedo imaginar a Xavier Trias, empeñado en deshacerse de toda la obra de Ada Colau, defendiendo en poco tiempo las superillas”, señala Lizoain, que deja otro pronóstico o deseo: “No es descabellado decir que nuestros ‘azules’ se harán verdes en poco tiempo”.