LA SELECCIÓN DE CARLOS MÁRMOL
Cruel Country. Wilco (dBpm Records).
La música de Wilco siempre es un valor seguro. La inteligente mezcla entre la vanguardia y la tradición norteamericana ha caracterizado toda su carrera, de larga trayectoria y celebrada con discos excepcionales –Yankee Hotel Foxtrot, Ghost is Born, Sky, Blue Sky– que dialoga con los divertimentos en solitario de Jeff Tweedy, su líder y principal compositor. Cruel Country es su duocécima grabación de estudio, un retorno a la semilla de los orígenes, una obra hermosa de alt-country en la que la banda de Chicago apuesta por la sencillez y la relajación, el infalible calor de lo acústico, después de algunos discos previos llenos de una admirable voluntad de búsqueda y experimentación.
El disco, en un generoso formato doble, está grabado en tomas interpretadas en directo con todos los músicos juntos. Un directo (verdadero) cocinado en su estudio tras lo peor de la pandemia. Bello, fluido, equilibrado. Una gloria sensorial que te reconcilia con la vida tras haber atisbado el rostro del horror. Una veintena de canciones naturales e inolvidables que certifican –¿hace falta decirlo a estas alturas?– la maestría de una banda que juega (sin darse más importancia de la necesaria) en la misma división que The Band. Pocas bromas.
World Record. Neil Young & Crazy Horse (Reprise Records).
La inagotable carrera de Neil Young, uno de los patriarcas del rock norteamericano (incluyendo sus abundantes incursiones en otros géneros), tiene algo de resistencia contra el paso del tiempo. De voluntad de supervivencia y vitalismo. Por muchos años que pasen, sus canciones suenan actuales sin perder su vínculo con la gran estirpe sonora que le antecede. Temas naturales y, en muchos casos, perfectos. Su cuadragésimo segundo album de estudio –se dice pronto–, firmado junto a Crazy Horse, su banda de acompañamiento, salió el mes pasado con un single de presentación: Love Earth.
Fiel a su carácter underground, el músico canadiense, obsesionado con la calidad del sonido real frente a la dictadura de lo digital, realizó la grabación en formato analógico en el estudio en Malibú de Rick Rubin, que fima su producción. En la cubierta aparece una foto de su padre –el periodista Scott Young– y la fecha de su nacimiento. Dentro hace lo propio con imágenes de su madre y sus hermanos. Neil Young explora sus asuntos preferidos, como la ecología, o la filosofía del automóvil –véase los quince minutos de Chevrolet–, a través de un ropaje musical mucho más acústico y melódico que guitarrero. Una obra de factura artesanal –al estilo de la antigua escuela– que confirma la tesis de que los grandes maestros, incluso en sus etapas menos ambiciosas, rara vez decepcionan. Es que (de momento) no tienen rivales.
The Mocambo 1977. The Rolling Stones (The Rolling Stones Records)
Los grandes dinosaurios del rock atesoran en su catálogo, además de un baúl secreto con obras no editadas (todavía), grabaciones que hacen palidecer los productos (comerciales) con los que nos castigan los algoritmos de las plataformas de streaming. Bob Dylan sigue explotando –a sus ochena años– sus Bootlegs Series, que este enero verá editarse su toma decimoséptima; Neil Young nos ha ofrecido varias joyas de sus Archives; la industria oldie de The Beatles ha visto este año una reedición de Revolver, el disco del viraje definitivo del grupo británico desde lo comercial a la experimentación y The Rolling Stones, tras la pérdida de Charlie Watts, nos deleitan con las grabaciones de sus conciertos en el club The Mocambo de Toronto en 1977.
Después de siete meses de descanso, Jagger y Richards deciden ensayar en Canadá –fieles a su costumbre– y convocan a Ronnie Wood (recién llegado a la banda tras la marcha de Mick Taylor) y a Billy Preston, su pianista de siempre, para unas descargas íntimas. Trescientas personas son convocadas con un señuelo falso –The Cockroaches– y, al entrar en el local, se topan con la mejor banda de rock de la historia. En estas grabaciones la máquina diabólica de los Stones está en su momento cumbre, sobre todo sobre el escenario. Nada de concesiones ni tonterías: blues salvajes, energía, desvergüenza y el mismo afán de impertinencia de sus inicios. Talento, oficio y rebeldía. Un disco doble espectacular
I lie to you. Micah P. Hinson (Ponderosa Music & Art).
El músico de Memphis (Tennessee), criado en Abilene (Texas), retornó este 2022 al estudio con el mismo estilo sobrio y elegante de sus mejores grabaciones anteriores, como The Gospel Of Progress a The Red Empire Orchesta. En este sentido, I lie to you no supone ninguna novedad de registro. Todo está exactamente en el mismo sitio. Y, sin embargo, ahí reside su excelencia: la calidad, la singularidad y el talento de Hinson, que hace tiempo que dejó de ser un extraño niño prodigio para convertirse en una referencia ineludible de la galaxia sonora contemporánea, se mantiene incólume. Música conmovedora, sentida y sensible donde se oyen ecos del mejor Dylan y de Roy Orbison.
Un canto a la melancolía de un mundo en extinción. Grave, deslumbrante, exacto. Así es el último trabajo del músico norteamericano, que en apenas cinco días, junto a una banda de acompañamiento italiana, ha facturado este disco desgarrador donde se canta la pérdida, la amargura o el desconcierto vital. Una joya del indie de un autor madurísimo, al que no se le conocen desmayos y que transita por la senda los grandes clásicos, los únicos capaces de hacerte reír y llorar al mismo tiempo con un acorde, un gesto, una dicción. Una obra (casi) maestra.
LA SELECCIÓN DE FRANCISCO CAMERO
Everything was beautiful. Spiritualized (Fat Possum Records).
Un cuarto de siglo después de publicar la obra maestra Ladies & gentlemen we are floating in space, no hay nada nuevo bajo el sol en esta nueva entrega de la banda británica, pero no alcanzamos a ver dónde estaría el problema. Hipnótico, lleno de crescendos eléctricos y remansos de paz enroscados los unos a los otros, entre capas y capas de melodías y coros gospel marca de la casa, texturas psicodélicas y guitarras deudoras tanto de The Stooges como del clasicismo stoniano, con arreglos que remiten al soul y al jazz más free, este álbum nos vuelve a recordar por qué al incombustible Jason Pierce hay que tratarlo siempre de usted. Space rock de fino linaje, para recostarse y echar a volar.
Tercer cielo. Rocío Márquez & Bronquio (Universal).
Todo se ha dicho ya sobre este deslumbrante disco que parte de la sensibilidad y el acervo flamencos para fundirse en la música electrónica, un prodigio que suena asombrosamente orgánico, como si Rocío Márquez y Bronquio se hubiesen limitado a atrapar algo que estaba en el ambiente desde hacía mucho, y que nunca se había concretado en una obra con tamañas plenitud, naturalidad, verdad y alma. El paso del tiempo suele corregirnos a todos, pero no parece muy aventurado afirmar que Tercer cielo es un hito llamado a perdurar como tal.
Watch my moves. Kurt Vile (Verve Records)
Más hogareño que nunca, más cantautor que nunca, más prolífico que nunca (lo que ya es decir), Kurt Vile ofrece un disco per-fec-to para dejar vagar el pensamiento en largas caminatas y nada apto para impacientes (good for him: su callada revolución empieza en casa), con un planteamiento ambicioso y extremadamente humilde a la vez (muchas de estas canciones casi parecen demos, ideas atrapadas al levantarse del sofá o al volver de pasear por el campo con sus hijas), repleto de ideas e hipnótico en su apuesta redoblada por el loop y el reverb. Su gusto por el country-rock, el folk, las guitarras cósmico-ensoñadoras, el pop de The Beatles, el soft-rock à la Springsteen (bellísima la versión que se marca de Wages of sin, una canción semiescondida en el vasto repertorio del Boss) e incluso los sintes bladerunnerescos se concretan aquí en el que probablemente sea su trabajo más clásico, y a la vez el más juguetón.
Cheat Codes. Danger Mouse & Black Thought (BMG).
Con exquisito sonido añejo y junto a uno de los más grandes MCs más allá de su discreto relieve mediático (su querido Tariq Trotter, de sus adorados The Roots), Danger Mouse entrega un álbum que fía todo su encanto al viejo y noble arte del sampleo. Épica western, psicodelia, jazz, soul, funk…, viejos vinilos de los años 60 y 70 para crear un delicioso colchón sonoro que arropa las rimas old school de Black Thought y las colaboraciones estelares (el recientemente fallecido MF Doom, Raekwon, Michael Kiwanuka, Joey Badass), en un disco que no llega a ser la obra redondísima que podría haber sido (se desinfla un tanto en su tramo final), pero que aun así es exquisito y añadiríamos que ineludible para los amantes del mejor rap de sabor noventero (clásico, o sea).
Bordeaux Concert. Keith Jarrett (ECM).
Nadie podía saberlo cuando ofreció este concierto en Burdeos en 2016, pero hoy este directo tiene un sabor a despedida después del anuncio de Jarrett, gigante del piano, genio de la improvisación, creador soberbio siempre un poco en tierra de nadie, de que dos derrames cerebrales sufridos en 2018 le impedirán volver a tocar. Aquí la cosa empieza algo durita, en terrenos atonales, pero conforme avanza esta suite dividida en trece partes se va deslizando hacia formas diáfanas, ya sean las melodías que remiten a la música del romanticismo, los ecos de la angulosidad be-bop, la exactitud del contrapunto barroco o la sencillez melódica de las canciones tradicionales. Emocionante e íntimo, el disco transmite comunión y estremecimiento, belleza en estado puro, y no pocos de los aleteos de sus dedos y de esos emocionantes momentos en los que el músico murmura y se jalea a sí mismo, como si tratase de empujar así hacia las teclas la música que está soñando, evocan inevitablemente el vuelo en estado de gracia de aquel estratosférico Köln Concert de 1975 que sigue siendo el disco de piano solo más vendido de todos los tiempos.
LA SELECCIÓN DE ANDREU JAUME
Quinta sinfonía. Sibelius. Dirigida por Sergiu Celibidache (Müncher Philarmoniker)
Este disco, una grabación de 1985, permite volver a una de las grandes sinfonías del compositor finlandés y descubrir un mundo oculto gracias a la batuta inigualable de Celibidache, el mago del sonido. En el disco hay también un Pájaro de fuego de Stravinsky extraordinario.