Algo (malo) pasa con Lovecraft
El racismo contra la población negra en Estados Unidos es un tema muy serio para mezclarlo alegremente con un supuesto homenaje a Howard Phillips Lovecraft
11 septiembre, 2020 23:47Caso de que el cine negro contara con un subgénero que podría llamarse, de manera algo redundante, black noir, su inspirador sería el eficaz Jordan Peele, autor de dos películas (Déjame salir y Nosotros) que maridan hábilmente la crítica social antirracista con las ficciones de misterio y/o terror. Por eso no es de extrañar que el señor Peele sea uno de los principales productores ejecutivos-junto a ese trabajador infatigable y ubicuo que es J.J. Abrams, un hombre capaz de pasar de Star Wars a Misión Imposible sin despeinarse- de la nueva serie de HBO Territorio Lovecraft (Lovecraft Country), basada en la novela homónima de Matt Ruff, un blanco de origen alemán nacido en el barrio neoyorquino de Queens, y lanzada a bombo y platillo.
Como en los brillantes largometrajes de Peele, Territorio Lovecraft mezcla la denuncia del racismo estadounidense con tramas fantásticas, pero, a diferencia de Let me out y, sobre todo, la muy inquietante Us, aquí hay algo que chirría y que se revela forzado, constituyendo en sus peores momentos una indigesta mezcla de sermón a lo Malcolm X y las aventuras espeluznantemente humorísticas de Scooby Doo y su pandilla de la destartalada furgoneta Volkswagen.
El racismo sufrido por la población negra de los Estados Unidos, que se mantiene a día de hoy, como demuestran las ejecuciones policiales de las últimas semanas, es un tema muy serio para mezclarlo alegremente con un supuesto homenaje a Howard Phillips Lovecraft. No he leído la novela original, pero la serie resulta de una frivolidad y una incoherencia notables al mezclar peras con manzanas con una alegría digna de mejor causa. Y no es lo suficientemente divertida como para perdonarle el cóctel imposible que se ha intentado fabricar y que se te atraganta tras los dos primeros sorbos/episodios.
La trama, ambientada a finales de los años 50 y confusa a más no poder, gira en torno a las aventuras paranormales y antirracistas de Atticus Freeman (Jonathan Majors), que acaba de volver de la guerra de Corea, su amiga Letitia (Junee Smollett) y su tío George, que combinan la búsqueda del desparecido padre de Atticus con un poco de trabajo de campo para unas guías que edita el tío George con datos fundamentales para evitar que los negros sean linchados por los blancos en sus desplazamientos por los Estados Unidos. Por el camino aparecen, juntos y revueltos, policías racistas y monstruos del averno recién llegados de Ctulhu, así como una rubia misteriosa llamada Christina Braithwaite (Abbey Lee), que dirige a medias con su no menos rubio hermano una asociación secreta llamada Los Hijos de Adán, cuyas actividades no quedan muy claras, aunque parecen moverse en el mundo de las ciencias ocultas.
Visualmente, la serie está muy lograda, lo cual no tiene un mérito excesivo cuando el presupuesto permite, como es el caso, una brillante ambientación y unos efectos especiales muy dignos, pero conceptualmente es una mezcla de géneros y de ideas que la convierten en un genuino disparate audiovisual que no sabes muy bien a donde pretende ir a parar.
Como historia de fantasía y terror, roza la idiocia con excesiva frecuencia; como defensa de la negritud, aporta una colección de tópicos archisabidos más acordes con la corrección política que acaba de incorporar la Academia de Hollywood a las normas que deben cumplir las películas que aspiren a ganar un Oscar que con el ingenio y las vueltas de tuerca que distinguían los excelentes largometrajes del señor Peele. Quien realmente corta aquí el bacalao, el showrunner Misha Green, no parece saber qué es lo que nos está contando exactamente, y sus intentos de mezclar el género fantástico con la crítica social resultan inevitablemente fallidos, tanto a un nivel creativo como meramente pensado para el entretenimiento.
Una lástima, ya que, sobre el papel, la premisa de Lovecraft Country parecía prometedora. El resultado, lamentablemente, es una memez con pretensiones y un presupuesto holgado que podría haberse invertido en algo más estimulante que esta serie a un paso de la blaxploitation de los años 70, un subgénero que, por lo menos, carecía de pretensiones supuestamente justicieras y empoderadoras (con perdón por tan lamentable palabro).