'Homenot' Lucía Bosé / FARRUQO

'Homenot' Lucía Bosé / FARRUQO

Cine & Teatro

La segunda muerte de Lucía Bosé

La actriz italiana deslumbró en su juventud como una de las estrellas del neorrealismo italiano y el cine español de resistencia, pero decidió vivir al margen de los focos

1 abril, 2020 00:00

Rodeadas por un halo de misterio, ignorantes de su poder de fascinación; ajenas, empujadas por el recuerdo luminoso de un amante puntual en un país remoto. Así son las mujeres en las historias de la escritora y cineasta Marguerite Duras. Es el caso de Nathalie Granger, íntima y mínima; la película más durasiana de Duras, en la que Jean Moreau y Lucía Bosé muestran la belleza de dos mujeres que expresan el dolor en los pliegues de su piel y viven atentas al sortilegio de la música como arma para enderezar el mundo. Combaten su duro presente con la luz de un pasado de efímera felicidad amatoria. Expresan la responsabilidad esclava de la madre, producto del desapego del padre, mientras todo se desenvuelve en torno a Nathalie, una joven inadaptada y expulsada de la escuela que encontrará su salvación en el piano. La relación entre Moreau y Bosé es lenta y patética porque ambas sufren. Y algo más: lo que ofrece Duras, sin explicitarlo, es un telón de fondo irónico, menos denso que burlesco.

Nathalie Granger es la demostración palmaria de que Duras buscó siempre el camino más difícil. Y revela también que Bosé, siendo una actriz de cualidades descollantes, no quiso entregar la totalidad de su vida a sus innatas dotes dramáticas. Lo contó ella misma en sus espectaculares comienzos: “Al celuloide le daré el 50%, pero mi otra mitad la guardaré para mi vida”. Fue la envidiable declaración de guerra de una mujer vitalista, que jamás aceptó convertirse en muñeca.

Lucía Bosé / E.E

Lucía Bosé / E.E

Lucía Bosé, fallecida estos días, a los 89 años, a causa de la pandemia del coronavirus, cumplió esta promesa hasta el punto de que el enigma de su trayectoria como actriz (lo dejó pese a los consejos entusiásticos de maestros, como Rosellini o Visconti) se engarza con el de su vida como esposa junto al gran torero Luis Miguel Dominguín, y a su hijo, Miguel: “Él ha sido  mi creación, lo he impulsado desde la sombra”.El día de la muerte de Lucía Miguel Bosé rompió su norma de no hacer concesiones a sus sentimientos en público para brindar un homenaje a su madre con una versión de su canción Te amaré. Lo hizo desde México, a través de las redes sociales, casi al momento de recibir la noticia de la desaparición de Lucía, madre adorada hasta la extenuación, pero también distanciada. Habían estado muchos años sin hablarse. 

Bosé rodó medio centenar de películas; tuvo su oportunidad en la cumbre del neorrealismo italiano –con Antonioni y De Sentís– y tocó el cielo del cine español de los años difíciles, con Juan Antonio Bardem en la inolvidable Muerte de un ciclista (1955), premio de la crítica en Cannes. Esta cinta consolidó a Bardem en la trilogía dorada que formó con Luis García Berlanga y Manuel Gutiérrez Aragón. Pero a la censura de la época no le gustó el argumento de la cinta y obligó al guionista a programar la muerte de la protagonista, la amante infiel (Bosé), a modo de expiación de la culpa ante la España pacata de los cincuenta.

Su pareja de rodaje, Alberto Closas, pronto se cansó del medio pelo cultural de posguerra y se fue a Buenos Aires en la etapa final de Juan Domingo Perón; se hizo amigo de Evita, del financiero catalán Jaime Castell y del famoso casanova dominicano Porfirio Rubirosa, un hombre que dejó para la historia la impronta de su prominente verga, hasta el punto de que en los restaurantes franceses de la época, a los poderosos molinillos cilíndricos que se usan para salpimentar la carne, se les llamaba rubirosas.

Para entonces, Bosé había rodado La señora sin camelias a las órdenes de Antonioni, especialmente reconocido por su trilogía sobre la modernidad  –La aventura, la noche y El eclipse– cuyos juegos de humor encriptados comenzaron a verse ya en el filme protagonizado por Bosé. La película arranca con la clásica relación de pareja conflictiva, típica del director italiano, que utilizó de base para el guión la novela Dama sin camelias de Dumas para traspasarlo al ambiente claustrofóbico de un matrimonio sin amor y volcar finalmente la frustración de sus personajes sobre el mundo oscuro de Cinecittà. La meca del cine italiano queda retratada como una secta de maltratadores ante la determinación de una joven que aspira a ser una gran actriz. Fue casi una ópera prima de Antonioni, destacable por la maestría del director y la actuación competente Bosé; y también por el hecho de que, paradójicamente, el mismo Antonioni no se había sumergido todavía en el mundo figurativo de los espacios de la modernidad, que tanto le obsesionaron y a la postre lo elevaron al cielo del celuloide. 

Un poco antes, Bosé había terminado el que quizá fue su mejor trabajo, No hay paz bajo los olivos, su primer papel principal en manos de Giuseppe De Santis. Una cinta en blanco y negro con el clásico andamiaje de posguerra y junto a Raf Vallone. En ella aparece al desnudo el potencial artístico de la actriz italiana que empezó a ser adorada por los grandes desde ese momento. Su trinchera femenina es la misma que exhibieron algunas mujeres destacadas de su tiempo, historias que se perdieron en los campos nazis, en los bombardeos de la Luftwaffe o en los pobres hogares de un tiempo difícil, muy bien reflejado en los trabajos de Ettore Scola

Bosé había nacido, tal vez, para ocupar el papel de esposa de Una jornatta particolare, un papel finalmente encomendado a la entonces naciente Sofía Loren. No podemos saber si lo hubiese conseguido, pero si sabemos que Lucía se negó a sí misma en aquellos comienzos tan duros. Sea por necesidad o por hacer de la necesidad virtud, brilló en el blanco y negro, como lo hicieron las descollantes Joan Crawford, y Lauren Bacall, pero su corta carrera le impidió medirse con ellas.

Después de De Santis, a Bosé le tocó el momento Luis Buñuel con Así es la aurora, un drama aparentemente sórdido, donde hacía el papel de Ángela, la esposa de un médico rural, el doctor Valerio, en una pequeña localidad de Córcega. No cabe duda de que el vanguardista director español salido de la Residencia de Estudiantes y Lucía Bosé encajaron, pero la rapidez de los rodajes y compromisos aplazaron un dúo artístico que podría haber superado en intensidad a Catherine Deneuve, en Tristana y Belle de jour, antes del vendaval de la francesa con Roman Polanski, en Repulsión.  

El día del fallecimiento de la actriz italiana se produjo un desfile de mensajes íntimos pero muy explícitos. El director de cine turco italiano Ferzan Ozpetek, que dirigió a Bosé en 1999 en la cinta Harem Suare, recordó que cuando la contactó ella dijo que había cerrado su etapa en el cine, pero cuando le mandé el guión le llamó para decirle: “No veo el momento de conocerte”. La Bienal de Venecia ha recordado a la actriz con dos imágenes del Festival de Cine de Venecia de 1956, una de las múltiples ediciones en las que participó Lucía Bosé y también año en el que nació su hijo Miguel. 

Los medios retomaron aquel día la conocida historia del encuentro entre Visconti y Bosé. La joven Lucía trabajaba como dependienta en la mítica pastelería Galli de Milán, con 16 años, cuando un día entró en el establecimiento el maestro del neorrealismo italiano y le pidió una caja de castañas confitadas. Mientras ella la preparaba, él descubrió su talento interpretativo y la convirtió en su musa. Empezaba un momento fulgurante para el cine de la Europa meridional que tocaría todos los cielos. “Fue como un hermano, un amante. Le di a Visconti lo que he dado a pocos hombres, un amor verdadero”, evocó la actriz en la presentación de sus memorias en la Fiesta del Cine de Roma. 

La teatralidad siempre puede mas que las alfombras rojas. El cine no tiene dueño, solo tiene duende cuando lo ofrece. Es un arte caprichoso que confunde al mundo; es el hábitat de mujeres cargadas de fuerza que un día perdieron aquel halo que escondía Margaret Duras y que seguramente señaló con exactitud Simon Weil en sus Cuadernos, escritos en un tiempo record, quizás presintiendo el fin, tras pedir miles de veces que la lanzaran en paracaídas detrás de las líneas de la Wehrmacht.