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Dicen que el conflicto israelí-palestino no tiene solución ni final. Lo que sí tuvo fue un origen. El periodo en el que se gestó es el telón de fondo de la historia de amor imposible que narra Michael Winterbottom (Blackburn, Lancanshire, 1961) en Las sombras del poder. Este es el absurdo título español del original Shoshana, que es el nombre de la protagonista. La película se ha estrenado directamente en la plataforma Movistar+, sin paso previo por salas. 

La acción se sitúa entre finales de los años treinta y principios de los cuarenta del pasado siglo, durante el Mandato británico en Palestina. Tras el desmoronamiento en la Primera Guerra Mundial del Imperio Otomano al que había pertenecido el territorio, los nuevos gobernantes trataron de mantener el equilibrio entre la comunidad árabe allí asentada y la creciente población judía. A partir de los años veinte se incrementó el número de inmigrantes, alentados por el movimiento sionista que desde finales del XIX soñaba con un Estado propio. La Declaración de Balfour de 1917 les prometía en Palestina, con calculada ambigüedad, un “hogar nacional”, sin delimitar fronteras ni hablar de forma explícita de Estado. Lo acabarían proclamando en 1948, tras la retirada de los británicos, cargados de razones por el horror del Holocausto y el apoyo a los nazis durante la guerra del Gran Muftí de Jerusalén. 

'Shoshana'

Los protagonistas del largometraje de Winterbottom son todos reales: Shoshana Borochov, que es quien narra la historia, era una joven sionista que trabajaba en un periódico de la moderna y vibrante Tel Aviv. Era hija del más relevante de los fundadores del socialismo sionista, el ucraniano Dov Borochov, fallecido de neumonía en 1917, mientras combatía con las brigadas judías del Ejército Rojo que él mismo había organizado. En la época en que se sitúa la película, Shoshana mantenía una relación sentimental con el policía y oficial de inteligencia británico Thomas Wilkin, un amor semiclandestino y complicado porque estaban en trincheras diferentes.

Wilkin se había integrado en la región, conocía bien el terreno que pisaba, estaba aprendiendo hebreo y era partidario de hacer la vista gorda con respecto a la ilegal acumulación de armamento en los kibutz por parte de la Haganá -las milicias paramilitares judías de autodefensa, a las que pertenecía Shoshana-, porque no se mostraban hostiles con los británicos. Todo lo contrario que el Irgún, otro grupo paramilitar cuyos métodos eran terroristas.

A este último movimiento pertenecía el poeta y patriota de origen polaco Abraham Stern, fundador de la Leji (Luchadores por la Libertad de Israel), también conocida como la banda de Stern, que llevaba a cabo asesinatos de miembros de la policía y atentados indiscriminados contra la población árabe. Para combatir a Stern, el alto comisionado puso al frente del cuerpo policial de Tel Aviv a Geoffrey J. Morton, un oficial de gatillo fácil y métodos expeditivos, que había ganado prestigio aplastando sin contemplaciones la resistencia armada árabe en Jenin. Morton, que tras abandonar Palestina siguió su carrera en otras posesiones coloniales, acumulaba un historial de muertes en circunstancias poco claras, una de las cuales es clave en la película. 

'Shoshana'

Estos cuatro personajes son los protagonistas y representan cada uno una posición confrontada en el tenso contexto marcado por la violencia. Winterbottom articula la trama a partir de la relación sentimental entre Shoshana y Wilkin, contemplada con suspicacia o abierta hostilidad por todos los sectores enfrentados en el drama político. El cineasta tiene ya de entrada el mérito de hacer comprensible para el espectador no bregado en el tema una realidad enrevesada por la cantidad de facciones enfrentadas. Eso sí, su propuesta no gustará a los forofos de ninguno de los bandos, lo cual diría que es otro mérito, porque indica que logra mantener un difícil equilibrio. 

Los partidarios de la causa palestina se quejarán de que la cinta se centra en los británicos y los judíos, mientras que los palestinos son meros secundarios o comparsas. Es cierto, pero es que lo que se narra es una historia concreta protagonizada por un inglés y una sionista, con lo cual es inevitable que la población árabe aparezca en segundo plano (aunque hay una extensa escena que muestra los métodos contundentes de Morton en la represión de los árabes armados de Jenin, y otras dos dedicadas a los atentados que sufren).

En cuanto a los partidarios de Israel, podrán quejarse de que el director muestra con crudeza los resultados de las bombas de la banda de Stern contra los palestinos -en la escena de la bomba en un mercado-, pero no es tan explícito con los ataques de los palestinos contra los judíos, que son mencionados, pero no mostrados. Además, antes de esta película, Winterbottom realizó el documental Eleven Days in May, sobre los bombardeos israelíes de 2021 en la franja de Gaza, codirigido con el palestino Mohammad Sawaf, al que algunos han vinculado con Hamás. 

Es obvio que abordar un tema peliagudo como el conflicto israelí-palestino, aunque sea durante el mandato británico, es meterse en un campo de minas y arriesgarse a recibir ráfagas desde ambos lados. Por eso tiene especial mérito la ponderación del cineasta, que se mantiene en todo momento alejado del alegato y el panfleto. Consigue perfilar la situación a través de unos seres humanos cuyas vidas íntimas son devoradas por la Historia en mayúsculas Y aquí se suma otro mérito a añadir: del mismo modo que elude lo panfletario, también esquiva cualquier atisbo de ramplonería romántica o sentimentalismo excesivo en el desarrollo de la historia de amor, plasmada con sobriedad y anclada siempre en la realidad que retrata. 

'Shoshana'

Este largometraje es un proyecto largamente acariciado por Winterbottom, que llevaba quince años empeñado en sacarlo adelante. El notable resultado se consigue gracias a la suma de varias virtudes. Por un lado, el sólido guion coescrito por Winterbottom con Laurence Coriat (que ya colaboró con él en dos de sus obras mayores: Wonderland y Génova) y Paul Viragh (que había escrito para él la menos lograda El rostro de un ángel, sobre el caso Amanda Knox). Destaca también la excelencia del diseño de producción, que consigue recrear el moderno Tel Aviv de edificios estilo Bauhaus pese a que la película se rodó en la Apulia italiana. También hay que mencionar a los entregados actores, entre los que brilla la rusa Irina Starshembaum -quizá la recuerden por Leto de Kirill Serebrennikov-, que aprendió hebreo para interpretar los diálogos en esta lengua que en ciertos momentos mantiene Shoshana. 

Y sobre todo resplandece el firme pulso narrativo del prolífico Winterbottom que, pese a las irregularidades de su carrera, rara vez decepciona en este apartado. Además, siempre ha impreso convicción a sus aproximaciones a personajes reales, como demostró en 24 Hour Party People, sobre Tony Wilson, el fundador de Factory Records, y The Look of Love, sobre Paul Raymond, el rey de los clubs de striptease del Soho londinense de los años sesenta, ambos personajes interpretados por su actor fetiche, Steve Coogan. También abordó de forma muy competente el gobierno de Boris Johnson -al que daba vida Kenneth Branagh- durante la pandemia en la serie This England. Las sombras del poder forma parte de esta línea virtuosa y es el proyecto más arriesgado por lo sensible del tema que aborda. 

Logra la cuadratura del círculo: plasmar un momento histórico y narrar una historia de amor de forma sensible y emocionante. Como sucedía en El doctor Zhivago, pero sin tanta épica y tanto romanticismo. David Lean, autor de la adaptación al cine la novela de Pasternak, también aplicó estos ingredientes al mundo colonial en Lawrence de Arabia y Pasaje a la India. La mirada de Winterbottom sobre la Palestina del mandato británico hurga sin miramientos en las actitudes prepotentes y erráticas de sus compatriotas. Ya no quedan resquicios para la épica y el romanticismo de Kipling y de Lean en la evocación del pasado colonial. En su lugar asoman el fatalismo de un amor imposible y el germen de un conflicto irresoluble.