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Netflix es un mundo asombroso y carente de criterio en el que puedes encontrar de todo, desde birrias imperdonables a productos de una extrema sensibilidad capaces de situarte al borde de las lágrimas. Es una plataforma de streaming que funciona por acumulación y en la que prima la cantidad sobre la calidad, hasta el punto de que es prácticamente imposible no encontrar en ella algo que te solucione la noche. Da igual buscar una película o una serie decentes que lo más cutre que te pida el cuerpo esa noche: busques lo que busques, lo encontrarás. Es muy probable que, con cierta frecuencia, te pongas a ver algo que no sabes muy bien a donde te va a llevar, pero hasta eso tiene fácil solución: si la cosa te engancha, te la tragas hasta el final: si es un fistro diodenal, como diría el llorado Chiquito de la Calzada, lo quitas y santas pascuas.

Hace unas noches, cuando me tragué el documental noruego La singular vida de Ibelin, dirigido por Benjamin Ree (Oslo, 1989), de quien ya conocíamos el largometraje La pintora y el ladrón (2020), centrado en la extraña relación entre una artista y el sujeto que le roba dos de sus piezas, y en cómo se crea una relación casi sentimental entre dos personajes que lo tienen francamente mal para hacer amistad.

El mundo de la brujería

Con La pintora y el ladrón, ya vimos que al señor Ree le atraían las historias extrañas y tirando a extravagantes. Extraña y extravagante es, asimismo, la del joven Mats Steen, muerto en 2014 a los veinticinco años a causa de una espantosa enfermedad degenerativa (DMD:  Distrofia Muscular de Duchesne), parecida a la ELA, que contrajo en la infancia y que lo fue deteriorando durante su adolescencia y primera juventud hasta convertirlo en un inválido atado a una silla de ruedas que tuvo que inventarse una vida paralela, inevitablemente falsa, como participante del videojuego World of warcraft (Mundo de la guerra), donde se convirtió en Ibelin, su avatar elegido, y pasó todas las horas posibles porque, según él mismo declaró, “Dejo este mundo y paso la mayor parte de mi tiempo en un mundo lejano llamado Azaroth…Allí mis cadenas se rompen y puedo ser quien quiera ser”.

Imagen del documental noruego 'La singular vida de Ibelin' NETFLIX

Los padres de Mats nunca supieron nada de su vida virtual, y lo único que hicieron antes de la muerte del muchacho fue compadecerle, lamentar que no tuviese una vida digna de tal nombre, que nunca llegase a conocer la amistad, el amor y una actividad profesional satisfactoria. Lo veían enganchado a la pantalla todo el día, metido en el mundo de la brujería, y pensaban que algo tenía que hacer el pobre para entretenerse, con el asco de existencia que le había caído en suerte. Sí, sabían que también escribía un blog, pero nunca manifestaron un gran interés en leerlo.

Los padres de Mats Steen habían arrojado la toalla antes que el propio enfermo. Pese a su genuino dolor y a toda su buena intención, nunca supieron hacer nada más que tratar a su hijo como a un tullido imposibilitado para una auténtica vida.

Imagen real y dibujos animados

Tuvo que morirse Mats para que sus progenitores se dieran cuenta de que, a su peculiar manera, había tenido una vida. Falsa (en parte), alternativa, lo que ustedes quieran, pero una vida, a fin de cuentas, aunque fuese gracias a un simple videojuego. Menos mal que los señores Steen tuvieron la idea de informar a los lectores del blog de Mats del fallecimiento de éste (algunos amigos virtuales ya habían notado su ausencia en World of warcraft), momento en el que empezaron a llegar cientos de mensajes que demostraban que el difunto había sido bastante más que un tullido carente de una auténtica vida para todos los amigos que había hecho Ibelin, su avatar (inspirado físicamente en el actor Orlando Bloom).

Imagen del documental 'La singular vida de Ibelin' NETFLIX

Fue así como sus padres se dieron cuenta de que el pobre Mats, a su manera, había tenido una vida en la que había conocido la amistad y hasta el amor. Imposibilitado para el mundo real, Mats se había instalado en uno virtual y le había sacado todo el jugo posible. A su entierro acudieron amigos de su país y del extranjero que le habían cogido un gran afecto en ese mundo lejano llamado Azaroth y en los textos que colgaba en su blog. Amigos que no lo habían visto nunca al natural, que no conocían a Mats Steen, pero a los que les había bastado con el humano y bondadoso Ibelin para experimentar afecto y respeto. En resumen, un triunfo de la virtualidad sobre la realidad. O de una realidad alternativa (Mats pasó más de 20.000 horas en Azaroth) más amable que la oficial.

La singular vida de Ibelin es una de las historias más conmovedoras que uno haya visto en los últimos tiempos. Narrada en imagen real y con unos dibujos animados inspirados en los de World of Warcraft, este emotivo documental obtuvo sendos premios en los festivales de Toronto y Sundance, y supongo que lo normal sería habérselo encontrado en Filmin, pero ha acabado en Netflix, donde es muy posible que pase desapercibido, ya que se ha dejado caer de cualquier manera, confiando (o no) en que alguien lo descubra y lo sepa disfrutar. Por cierto, los que teman enfrentarse a una experiencia cinematográfica deprimente, que pierdan el miedo: entre el director y el protagonista, La singular vida de Ibelin constituye una extraña y eficaz llamada a la esperanza humana.