¿Les suena la historia de Anastasia, aquella mujer que decía ser la hija menor de los zares que habría sobrevivido al fusilamiento de la familia por los bolcheviques? Un siglo antes también hubo varios delfines, impostores que aseguraban ser el hijo de María Antonieta y Luis XVI, que supuestamente habría logrado escapar de la prisión en la que murió tras dos agónicos años sometido a un trato bárbaro. Son dos de los casos más célebres de embaucadores que pretendieron ser quienes no eran. El motivo más obvio para perpetrar el engaño sería la búsqueda de un rédito económico, pero no siempre esto lo explica todo. Hay también otras razones: la enfermedad mental, la búsqueda de notoriedad… Uno de los casos más escandalosos -y fascinantes- de impostura contemporánea es el que protagonizó el barcelonés Enric Marco.
En los albores del siglo XXI ya no era viable reinventarse como supuesto heredero dinástico y Marco decidió hacerse pasar nada menos que por superviviente republicano de un campo de exterminio nazi, concretamente del de Flössenburg. Con su patraña llegó a ser presidente de la Asociación Amical de Mauthaussen y Otros Campos, dio charlas en colegios sobre los horrores presuntamente vividos, se le condecoró con una Creu de Sant Jordi, habló ante una comisión del Congreso de los Diputados (provocando las sentidas lágrimas de la fallecida Carme Chacón) y estuvo a punto de generar un incidente diplomático cuando debía tomar la palabra en la conmemoración de la liberación de Mauthaussen a la que había conseguido que acudiera el entonces presidente Rodríguez Zapatero.
Poco antes de celebrarse ese acto en Austria, se destapó que todo lo que había contado era mentira. Que jamás estuvo en un campo de concentración ni fue un exiliado republicado. Sí había estado en Alemania durante la guerra, pero como parte de un contingente de trabajadores voluntarios enviado por el franquismo, y allí fue detenido por la Gestapo bajo sospecha de repartir propaganda comunista, pasó una semana en una cárcel, fue absuelto y devuelto a España.
El misterio sobre este personaje crece si se husmea un poco más en su historia: años antes se había presentado como aguerrido militante antifranquista, lo cual le sirvió en tiempos de la Transición para intentar medrar en la CNT, pero también hay serias dudas sobre la veracidad de sus heroicidades contra la dictadura. Y resulta que en el terreno personal también se reinventó: su esposa e hija descubrieron que había tenido otra familia anterior a la que abandonó y de la que nunca supieron nada. Pero lo más desconcertante es que, una vez descubierta su patraña con el Holocausto, el tipo siguió dando la tabarra en programas de televisión; reivindicando que, aunque había dicho una mentirijilla, había hecho una gran labor divulgativa -si algo tenía era labia- y conseguido fondos y notoriedad para el Amical Mauthaussen.
¿Qué buscaba con su engaño? ¿Dinero? No, algo más intangible: reconocimiento, una vida interesante frente a su anodina realidad. Como es obvio, una peripecia tan disparatada había que contarla. Los primeros en hacerlo fueron Santi Fillol y Lucas Vermal en el documental Ich bin Enric Marco (pueden verlo en Filmin). Después Javier Cercas convirtió al tipo en el protagonista de El impostor, una ambiciosa novela de no ficción sobre el arte del engaño, escrita a partir de haber conocido en persona al farsante. Llega ahora a los cines Marco, que cuenta de nuevo la historia de la mano de los cineastas vascos Aitor Aregui y Jon Garaño, más José Mari Goenaga aquí solo en labores de guionista.
Este trío tiene ya a sus espaldas una solvente trayectoria en la que se intercambian papeles como directores y guionistas. Suyas son Loreak, Handia, La trinchera infinita y la serie de Disney + Cristóbal Balenciaga. A lo largo de su carrea han mostrado especial interés por los temas históricos basados en personajes reales y sus obras se caracterizan por una sólida narración de corte clásico y una factura visual impecable. Cine de calidad sin florituras ni grandes experimentos formales.
En Marco se centran en explorar la enigmática personalidad de su protagonista, en tratar de entender qué le llevó a inventarse semejante engañifa y por qué una vez descubierto, en lugar de desaparecer abochornado, siguió empeñado en mantenerse en el foco público reivindicando de forma peregrina lo que había hecho. Lo consiguen, con un planteamiento menos elucubrativo y elaborado que el de Cercas en el El impostor, y el resultado es el retrato de un pobre diablo empecinado en no ser un don nadie.
En el buen desempeño de la película tiene un peso decisivo el actor elegido para interpretar a Marco, el camaleónico Eduard Fernández, que antes fue el espía Paesa en El hombre de las mil caras y el autobusero charnego en El 47, y también dio vida al disparatado exorcista y boxeador padre Vergara de la serie 30 monedas de Alex de la Iglesia. Construye al personaje mediante una suma de sutiles matices y gestos que logran hacer creíble que un tipo tan anodino lograse urdir un plan tan osado y engañar a todos durante años. También hay que destacar la presencia en el reparto, en el papel de un auténtico superviviente de los campos, del histórico Fermí Reixach, que falleció poco después de terminar el rodaje.
Aunquelos directores son poco dados a las piruetas formales, en este largometraje sobre la mentira, con un protagonista dado a fantasear, se permiten un par de inteligentes guiños. En el arranque vemos la claqueta y oímos el “¡acción!” que da inicio al rodaje de la primera escena, es decir que la ficción fílmica se hace evidente pese a que lo que vamos a ver es una historia real. Y hay otro momento estupendo hacia el final, en el que Enric Marco trata de boicotear una presentación del libro de Cercas en Olot, porque considera que el autor lo ha utilizado.
La escena sucedió en la realidad y los cineastas combinan las imágenes grabadas entonces del auténtico Cercas en ese acto con los contraplanos del falso Marco interpretado por Eduard Fernández, al que expulsan de la sala. Incluso diría que la voz que allí se escucha es la del auténtico Enric Marco. Realidad y ficción, ejes de la vida del personaje, se traslada en forma de ingenioso guiño a la pantalla.
Un aspecto interesante de la película es que más allá de construir todas las aristas del enigmático protagonista, presta atención a cómo sus actos impactan en su entorno más próximo: la esposa e hija que no dan crédito a lo que descubren y ven cómo les va a caer encima el bochorno social, y los miembros engañados y perplejos de la asociación, que gracias a la labia y afán de protagonismo del embaucador han logrado visibilidad en los medios de comunicación y en el ámbito político.
Enric Marco es un gran fabulador. Un mentiroso que dio al público aquello que quería oír: el relato épico y trágico de una víctima catalana del nazismo que tenía la impagable virtud de saber contar sus sufrimientos con mucho dramatismo y salero. Por eso todos escuchaban embelesados, sin preocuparse por las incoherencias y lagunas que parecía haber en su relato. Engañados dispuestos a dejarse engañar. Hasta que un historiador especializado en víctimas españolas del nazismo -Benito Bermejo, que aparece en la cinta como personaje- empieza a husmear y descubre el engaño.
Bermejo es la némesis de Enric Marco, el detective infatibable frente al artero timador. Las escenas en que el historiador lo llama con insistencia y el impostor trata de esquivarlo con excusas y dilaciones están entre las mejores de la película por su bien manejada tensión. Y al final se produce un giro pasmoso: desvelado el engaño, colocado Marco en la picota pública, tiene el cuajo de abordar a su acusador y pedirle que escriba su biografía reivindicando lo que hizo. Acaso fue lo que pretendió que hiciera Cercas cuando habló con él, pero quedó descontento con el resultado. Por eso lo increpa en esa escena prodigiosa en la que se mezclan ficción y realidad.