El tercer hombre cumple 75 años
- Se cumplen 75 años del estreno de 'El tercer hombre', monumento del cine tan anclado en su tiempo que, paradójicamente, éste no pasa por ella
- 'Sabiduría Welles', las conversaciones entre el autor de 'Citizen Kane y Pete Bogdanovich
El tercer hombre. A Ramón de España le gusta mucho, y cita con gusto, una sentencia de Orson Welles que dice “con una, basta”. Ahora bien, hay talentos prolíficos, que se van sacando de la chistera una obra magistral tras otra, y hay otros menos fértiles, que sólo aciertan al pleno una vez. Éstos también son envidiables.
La frase citada la cuenta Peter Bogdanovich –el director de Luna de papel y de The Last Picture Show en un documental que acompaña el video de esta, su primera y formidable película, en la que se nota la influencia precisamente de Welles.
Bogdanovich tuvo la suerte de hacerse amigo suyo. Welles fue quien le convenció de que rodase esa película en blanco y negro. Entre otras anécdotas de su amistad, Bogdanovich cuenta que una vez, hablado de Greta Garbo, por quien Welles tenía debilidad, cosa que a Bogdanocich le extrañaba, éste le hizo notar que “después de todo, en la extensa filmografía de Garbo sólo hay dos o tres películas realmente buenas”. Orson marcó una pausa y luego, mirándole muy seriamente, le respondió:
-You only need one.
O sea, “sólo necesitas una”, o “basta con una”, o, implícitamente, si somos mal pensados: “tú, listillo, procura hacer una buena, a ver si eres capaz”.
Viena luminosa
Bueno, Bogdanovich hizo una, que fue precisamente The Last Picture Show. Con eso ya es inmortal (relativamente, claro).
Anoche recordé esta anécdota mientras volvía a ver, y deben de ir ya diez o quince, El tercer hombre, de Carol Reed, con Joseph Cotten y Orson Welles como protagonistas. Una vez la vi incluso en un cine del Ring, en la actual apastelada Viena. Salí del espectáculo donde vemos la ciudad miserable y en ruinas, sometida a las potencias vencedoras –franceses, ingleses, rusos y americanos, cada uno señoreando una de las cuatro zonas-- después de la segunda guerra mundial, y la Viena luminosa e impecable del mundo real parecía un simulacro... La auténtica ciudad era la otra, la de ficción.
Se cumplen 75 años de su estreno, en 1949. Esta película se mantiene siempre en las listas de las mejores de todos los tiempos, punto arriba punto abajo. Ahora me permitiré decir algo banal, pero cierto: es tremendo ver un espectáculo tan vivo y vigoroso y pensar que todos los que allí comparecen están muertos.
Cine o novela
Anoche constaté que se aguanta como el primer día, gracias a un guión de hierro (firmado por el novelista Graham Greene), a la cámara expresionista y oblicua del director, Carol Reed, que había sido muy influido por Ciudadano Kane de Orson, al carisma extraordinario de este actor y director encarnando al malo de la historia y, claro, a la hipnótica cítara de Anton Karas.
He leído también la novela que Greene escribió adrede para la ocasión, para a partir de ella redactar el guión propiamente dicho –discutiéndolo minuciosamente con Reed--. Era la manera de Greene de hacer guiones para el cine: no podía escribir el guión así, sin más; sin una novela en que basarlos era incapaz de “ver” mentalmente la historia. Cabe decir que la película es mejor que la novela, como él mismo admite de buen grado.
Sé bastantes curiosidades sobre El tercer hombre, de tanto verla y de tanto leer sobre ella, y me gustaría sintetizarlo todo en unos pocos párrafos, pero de eso sólo es capaz Mauricio Bach. Así pues me limitaré a contar un par de cosas sobre el trabajo de Greene.
Columnas robustas
Cuando Reed, con quien ya había trabajado, le pide un guión, el novelista británico sólo tenía en el cajón un relato a medias, que empezaba con la frase “Un año después de la muerte de Harry Lime lo vi pasar por la acera de enfrente en el Strand…” (o algo parecido). El cuento estaba ambientado en Londres.
Reed convenció a Greene de trasladarlo a Viena, de donde le venía la financiación de la película. Tras unos días en la capital austriaca, Greene, habiéndose enterado de la operística red de alcantarillado y del tráfico clandestino de penicilina adulterada, supo que ya tenía las robustas columnas de la historia.
Nadie olvida la larga, última escena, filmada en el cementerio, en la que Aída Valli camina desde el “fondo” de la pantalla hacia la cámara, hacia Cotten (que ha traicionado a su amigo, y novio de ella, para evitar que siga cometiendo crímenes atroces) y pasa de largo junto a él sin dirigirle una sola mirada. De los árboles desnudos caen las últimas hojas, anunciando también el otoño de la vida de ambos. Cotten enciende un cigarrillo y, consciente de que a pesar de haber actuado como moralmente debía ha fracasado en el amor, arroja con disgusto al suelo la cerilla.
Pyle, como Lyme
Este final intensamente melancólico y precioso lo defendió Reed contra las presiones del productor y del guionista: Greene pensaba que una historia de crímenes, un guión “ligero” como el que él había escrito, no podía acabar con un final desdichado, pues el público se sentiría decepcionado. Pero Reed opinaba que si acababa con un beso entre Valli y Cotten, sería como bendecir la traición de la amistad entre éste y Welles. ¿Traicionas a tu amigo, aunque sea por una buena causa, y te quedas con su chica? Quedaría cínico.
Al final Graham Greene –en el prólogo que escribió para la novela El tercer hombre cuando, a rebufo del éxito de la película, decidió publicarla— dio la razón a Reed. Aquel final tan triste, y no otro, era el que correspondía a la historia.
Pero en su mente se rebelaba contra él. Siempre me ha llamado la atención que años después Greene escribiese El americano impasible, ambientada en Vietnam, donde se repite un trío semejante. Parece que había algo así como una pauta en su mente. El protagonista, el periodista Fowler, “vende” a su amigo, agente encubierto de la CIA, para evitar que siga poniendo bombas en los mercados, y… se queda con su novia.
Me parece curioso que el “malo” de El americano impasible se llame Pyle, muy parecido al Lyme de El tercer hombre.