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Las chaladuras de las sectas destructivas (¿las hay de otra clase?, me pregunto) suelen ser fuente de inspiración para ficciones o documentales audiovisuales. De hecho, las historias de sectas constituyen un subgénero en todas las plataformas de streaming. En el sector ficción, la secta en cuestión puede ser una pura invención, pero a menudo esa ficción tiene como punto de partida un sindiós real de esos en los que un gurú delirante (aunque movido generalmente por el ansia de poder y la pasión por el sexo y el dinero) se las apañó para conducir al desastre y la autodestrucción a un montón de seres humanos perdidos y enfrentados a la vida desde el más irrevocable estupor.

La serie francesa Antracita (Netflix, seis episodios de cincuenta minutos de duración cada uno, un exitazo en la mayoría de países en los que se ha colgado) se basa en un hecho real acaecido en 1994 en una gélida población de los Alpes suizos: la conocida como Orden del Templo Solar, controlada por dos iluminados (uno de ellos francés, el otro belga), puso en marcha un suicidio colectivo que hizo correr ríos de tinta en su momento,  alterando para siempre la apacible existencia de un pueblo llamado Levionna, que nunca levantó cabeza del todo ni consiguió volver a ser el tranquilo enclave consagrado a la práctica del esquí que había sido hasta entonces.

Drama sectario

Inspirándose (vagamente) en esa historia, los guionistas Fanny Robert y Maxime Berthemy han fabricado un curioso híbrido de drama sectario y folletín decimonónico que no funciona al cien por cien a causa de la acumulación de tramas (quien mucho abarca poco aprieta, como dice el refrán), pero consigue presentarse como una ficción amena (aunque un tanto liosa) que tal vez debería haberse centrado más en lo relativo a la secta destructiva de turno, aunque es justo reconocer que las tramas secundarias, aunque a veces alejen al espectado del foco central, tienen su gracia y, en bastantes ocasiones, sirven para enriquecer la historia principal que se nos cuenta.

Imagen de la serie 'Antracita'

Todo empieza con la desaparición de un periodista que investigó el caso original en 1994 (Jean Marc Barr) y que ha vuelto a los Alpes porque están sucediendo cosas extrañas que parecen guardar cierta relación con el drama sectario original (aunque el gurú de los 90 lleve años encerrado en un sanatorio de la zona junto a algunos de sus pupilos, sobre los que todavía parece ejercer su funesta influencia).

La nariz en la secta

Cuando el periodista desaparece, llega a Levionna su hija Ida (Noemie Schmidt), una friki dedicada a las investigaciones en Internet (donde es capaz de encontrar cualquier dato, cualquier cosa, cualquier persona, cualquier historia) que está dispuesta a todo para encontrarlo, aunque ello signifique meter peligrosamente la nariz en una secta que no está del todo muerta, como descubriremos hacia la segunda parte de la serie de un modo sobre el que no me puedo extender por si las moscas (o, mejor dicho, por si los spoilers).

Una imagen de la serie 'Antracita'

Ida no está sola en su misión investigativa, aunque en Levionna todo el mundo parece ir por su cuenta. Una oficial de la gendarmería local está obsesionada por la secta (teóricamente) desmantelada a mediados de los años 90.

Pegado a la pantalla

Un muchacho mestizo (el rapero francés Hatik) parece tener algo que ver con ciertos planes malignos para la continuidad de la secta, pues su difunta madre fue una favorita del encerrado gurú (al que le saldrá una alumna aventajada sobre la que no puedo extenderme por lo del spoiler). Sumemos a estos personajes algunos sujetos que pueden ser relevantes o ejercer de meros elementos confusos y tendremos que Antracita es una entretenida intriga con cierta tendencia al exceso de información que acaba llevando a una conclusión bastante más sencilla de lo que su sobrecargada estructura narrativa permitía intuir.

¿Vale la pena ver entera esta miniserie francesa o puede abandonarse tranquilamente a mitad del segundo episodio (algo que yo estuve a punto de hacer)? La verdad es que, pese a su tendencia a la confusión y el exceso de subtramas, Antracita tiene algo que te mantiene pegado a la pantalla del televisor hasta su conclusión. Y te puede arreglar un fin de semana. Puede que la olvides a los diez minutos de haberla terminado de ver, pero mientras dura, el viaje en esa peculiar montaña rusa consigue sus objetivos y puedes considerarte convenientemente entretenido. No le pidas más.