No sé si a ustedes les pasa algo parecido, pero yo tengo la curiosa costumbre de tragarme todas las películas de cineastas que siempre me defraudan, solo porque, años atrás, hubo una de sus obras que me llegó al alma. Me ocurre, entre otros, con el norteamericano Todd Haynes (Los Ángeles, 1961), figura señera del (llamado) Queer Cinema de los años 90 cuya especialidad, en mi opinión, consiste en apuntar casi siempre muy bien y luego fallar el tiro estrepitosamente, ya sea porque se pierde por el camino o porque, como suele, siempre barre para casa, cargando las tintas en asuntos relacionados con esa agenda gay que el hombre parece seguir a rajatabla.
Todd Haynes tiene, para mí, una gran película, Safe (la segunda que rodó, en 1995, y con la que iniciaría una larga colaboración profesional con la espléndida Julianne Moore), que es la historia de una mujer literalmente alérgica al siglo XX para la que existir equivale a acaparar una serie de dolencias reales e imaginarias que hacen de su existencia una experiencia aterradora y, sobre todo, angustiosa.
Víctima propiciatoria de charlatanes, cantamañanas o santones de la new age, su búsqueda permanente de una solución a una ansiedad tan interminable como variopinta la convierte, en la historia que narra Safe, en el ejemplo perfecto de ese ser humano contemporáneo enfrentado a un difuso malestar que crece a diario en distintas direcciones y que, yendo al fondo de la cuestión, solo se puede achacar a la vida moderna y a sus falsas promesas de felicidad al alcance de cualquiera.
Felicidad obligatoria
Safe era una tragedia en la que el humor jugaba un papel muy importante: las angustias del personaje de Moore se prestaban con frecuencia a la chufla, aunque el espectador tuviera plena conciencia de que las estaba pasando canutas.
La película era una enmienda a la totalidad de esa felicidad obligatoria que se nos está intentando vender por tierra, mar y aire y que cada día nos cuesta más identificar a todos, aunque no lleguemos a los extremos de lúcida insania que alcanza la protagonista de Safe, una película que nos deja con mal sabor de boca, pero también con algunas sonrisitas crueles almacenadas en las comisuras y, sobre todo, con la convicción de que su autor es un tipo muy lúcido que no ha tenido miedo a enfrentarse a las facetas más discutibles de la vida moderna. Pero Safe también es, lamentablemente, la única obra perfecta del señor Haynes.
Hace unas noches, me tragué en Amazon Prime su último largometraje, Secretos de un escándalo (May, december, 2023), y volví a comprobar su ininterrumpida tendencia a apuntar casi siempre muy bien y luego errar el tiro de forma irremediable.
Cineastas gays
Secretos de un escándalo tiene un buen punto de partida: ¿qué fue de Gracie, la profesora de instituto que sedujo a un alumno de trece años de origen coreano por el que abandonó a su marido y a sus hijos y con el que creó una nueva familia, imponiéndose (más o menos) al inevitable escándalo de tono pedófilo?
Gracie (Julianne Moore) es abordada por una actriz, Elizabeth (Natalie Portman), que la va a interpretar en una película que se está preparando sobre su historia, surgiendo entre ambas una relación muy especial que da origen a una historia muy alnodovariana que se resiente de esa obsesión tan extendida entre los cineastas homosexuales por creer que entienden a las mujeres mejor que nadie (solo Fassbinder, entre los directores más recientes, ha mostrado cabalmente esa comprensión: ni Almodóvar ni Haynes han ido más allá de unas intuiciones tirando a discutibles).
Llegué al final de May, december sin entender qué quería explicarme el señor Haynes. Llegué a mis propias conclusiones, eso sí (Gracie es una pedófila siniestra que le hundió la vida al crío que, según ella, la sedujo), pero no sé si coinciden con las de Haynes. Todo es de un difuso y un confuso tales que la cosa va más allá de la lógica aspiración intelectual de no dárselo todo bien masticadito al espectador. Conclusión: llegas al final de la proyección y no sabes qué es exactamente lo que te han pretendido contar.
Otras veces, las películas del señor Haynes se van a pique por su militancia gay. Es el caso de Velvet Goldmine (1998), visión totalmente equivocada del glam rock (convertido en revolución homosexual, algo que nunca fue), con una historia de amor entre los alter ego de Iggy Pop y David Bowie que resultaba casi ridícula.
Un pequeño milagro
O del documental sobre The Velvet Underground de 2021 (escorado cicateramente hacia la homosexualidad de Lou Reed, asunto que nunca fue el centro de gravedad permanente de la banda apadrinada por Andy Warhol). Far from heaven (Lejos del cielo, 2002) se salvaba por las actuaciones de Moore y Dennis Quaid, la excelente ambientación años 50 y, sobre todo, la reconstrucción del look de los melodramas de Douglas Sirk, pero no dejaba de ser una nueva llorera sobre el sufrimiento del colectivo gay a lo largo de la historia.
Supongo que insistir en que la homosexualidad militante es, en cierta medida, un lastre para el señor Haynes es como quejarse de que el Papa es demasiado católico, pero me temo que condena a un tipo con talento a trabajar desde y para un gueto.
Sé que a un cineasta heterosexual nunca se le acusaría de algo así, pero como espectador binario, uno llega hasta donde llega. Por eso no he hecho ningún esfuerzo por ver los primeros cortos de Haynes, Assasins: a film concerning Rimbaud (1985, sobre la relación entre los poetas franceses Verlaine y Rimbaud) y Superstar: The Karen Carpenter story (1987, sobre la baterista del almibarado dúo de los años 60 Carpenters, rodada con muñecas Barbie).
Y si me tragué I´m not there (2017, un delirio acerca de Bob Dylan con Cate Blanchett entre los cuatro o cinco intérpretes que dan vida al bardo de Minnesota en diferentes momentos de su vida), supongo que fue por una mezcla de mis tendencias completistas y de mi interés por Dylan, pero me la podría haber ahorrado, como hice con Carol, estrenada en 2015 y basada en una novela de Patricia Highsmith de temática sáfica que era un prodigio de cursilería.
Diga lo que diga, sé que me voy a seguir tragando las películas de Todd Haynes. Esperando, tal vez, que se repita el pequeño milagro que fue Safe. O porque, en su caso (y sin que sirva de precedente), apuntar bien, aunque luego se falle el tiro, es algo que merece ser tenido en cuenta.