Estados Unidos siempre se ha llevado la palma en cuanto a crímenes horrendos de esos que propician ríos de tinta. El asesinato, en 1989, del ejecutivo discográfico cubano instalado en Los Ángeles José Menéndez y su esposa gringa Kitty a manos de sus hijos Lyle y Erik obsesionó a todo un país hasta que fue reemplazado en el morbo nacional por O.J. Simpson, jugador de fútbol americano y actor (estaba francamente gracioso en la saga The naked gun, aquí rebautizada como Agárralo como puedas) que se cargó a su mujer y al amante de ésta y se salió de rositas gracias a unos abogados, eso sí, que lo dejaron tieso de pasta.
Yo me enteraba de esas catástrofes morales leyendo en Vanity Fair las magníficas crónicas al respecto de Dominick Dunne (1925 – 2009), un escritor al que no le había ido muy bien ni en la literatura ni en el cine -como explica en su excelente memoir The way we lived then (Así vivíamos entonces, aunque no se ha traducido al español)-, pero que había alcanzado en su edad provecta un merecido prestigio como cronista criminal con mucho fundamento (su propia hija había perecido asesinada por un novio psicótico que también se salió bastante de rositas). Nathan Lane interpreta el papel de Dunne en la segunda temporada de la serie de Ryan Murphy Monsters, dedicada a los hermanos Menéndez y que está a la altura de la primera, consagrada al asesino en serie Jeffrey Dahmer.
Ryan Murphy (en compañía habitualmente de Brad Falchuk) es uno de los showrunners más trabajadores del mundo. Desde que lo conocimos en el 2003 con su serie Nip/Tuck, metáfora del horror contemporáneo a través de la cirugía plástica, no ha parado de ofrecer series (unas más logradas que otras) tan audaces como llamativas (y comerciales, como prueba que al hombre se lo rifen las principales plataformas de streaming: en estos momentos fluctúa entre Netflix y Disney).
Entre ellas se mantienen activas American Horror Story (que tiene algunas temporadas sensacionales), Feud (con sendos acercamientos al tándem Bette Davis/Joan Crawford y a Truman Capote y las señoronas del Upper East Side con las que cayó en desgracia por un relato publicado en Esquire) y Monsters, de la que Netflix colgó recientemente esa segunda entrega protagonizada por los desequilibrados hermanos Menéndez.
Sujeto turbio
Una noche del verano de 1989, Lyle y Erik Menéndez (Nicholas Alexander Chávez y Cooper Koch) asesinaron a balazos a sus padres, José (Javier Bardem) y Kitty (Chloe Sevigny). Chapuceros a más no poder, los hermanitos se dedicaron a despilfarrar el dinero de papá y a echarle la culpa del crimen a la mafia. No coló y acabaron condenados a cadena perpetua, pese a sus intentos de demostrar que habían sido víctimas de abusos sexuales por parte de sus desnaturalizados progenitores. Que es a lo que se está agarrando ahora la inefable Kim Kardashian (profesión, su culo) para intentar que se reabra el caso, pues se ha erigido en defensora de los hermanos de marras.
En la serie del señor Murphy (a medias esta vez con Ian Brennan, que ya colaboró con él en Glee y The politician) no quedan claros los supuestos abusos, pero sí que Menéndez Senior era un sujeto tirando a turbio (un chaval del grupo Menudo, donde crecieron Ricky Martin y Chayanne, lo acusó de haberse aprovechado de él). Lo que también queda clarísimo es que Lyle y Erik eran dos inútiles hijos de papá carentes de brújula moral y que mentían más que hablaban. El jurado no se creyó su versión de los hechos y llevan en el trullo desde principios de los 90. Y ahí seguirían indefinidamente de no ser por la serie que les han dedicado los señores Murphy y Brennan.
Tras tragarse los nueve episodios de la segunda temporada de Monsters, Kim Kardashian se ha propuesto sacar a los hermanitos de la cárcel, arguyendo que, en su momento, ni la justicia ni la sociedad se tomaban en serio los abusos cometidos a representantes del género masculino. De momento, parece que se va a reabrir el caso.
Inútiles malcriados
Los que hemos visto Monsters: the story of Lyle and Erik Menendez, de todas maneras, nos hemos quedado con la impresión de que los hermanitos no son de fiar. Sus padres tampoco. Pero caso de ser ciertos los abusos sexuales (lo cual está por ver), juraría que había otras maneras de atajarlos que no pasaran por la ejecución de los progenitores. Lyle y Erik no estaban bien de la cabeza: esa es la principal conclusión a la que se llega tras ver la miniserie.
Como con la primera temporada, cabe alabar la habilidad de sus creadores para abordar de una manera nueva historias ya explicadas. Y también su acierto a la hora de escoger el reparto: Bardem y Sevigny están tan bien como suelen, pero los noveles Chávez y Koch bordan sus papeles de inútiles malcriados que pueden haber sufrido abusos o no. A ver qué nos depara la tercera temporada de Monsters, dedicada a Ed Gein, uno de los serial killers más abyectos de todos los tiempos y que sirvió de modelo para el Buffalo Bill de la primera novela protagonizada por el refinado caníbal Hannibal Lecter.