May Pang (Nueva York, 1950) no tuvo una infancia muy agradable. Su estricto padre, un emigrante chino, no quería una hembra, así que adoptó a un niño y le dedicó todos sus cuidados mientras pasaba como de la peste de su hija biológica. La familia vivía en el Harlem hispano, donde la pequeña May se sentía ligeramente desplazada entre negros y puertorriqueños. La banda sonora del barrio la ponían Tito Puente y James Brown, pero la niña se encaprichó de los Beatles y podríamos decir, como de la protagonista de la canción de Lou Reed, que su vida fue salvada por el rock & roll. A los veinte años, se presentó en las oficinas neoyorquinas de Apple Records, la compañía de los Fab Four, se hizo con un empleo de secretaria y poco después, Yoko Ono en persona la eligió para que se encargara de los asuntos de John Lennon y de los suyos propios, convirtiéndose en una mezcla de asistente personal y chica para todo que servía para un barrido y para un fregado. Cuando Yoko detectó cierta tendencia a la infidelidad en su marido (lo pilló beneficiándose a otra al volver a su apartamento en el Dakota), decidió encauzarla reciclando a May en la amante fija de John, con la clara intención de tener la situación controlada.
Así empieza el documental de Movistar The lost weekend: a love story (aquí traducido, en un derroche de originalidad, como El otro amor de John Lennon, prescindiendo del homenaje que rinde el título original al clásico de Billy Wilder del mismo título, que aquí se tradujo -esta vez, brillantemente- como Días sin huella, en mi opinión, la mejor película de borrachos jamás rodada, junto a, tal vez, Días de vino y rosas, de Blake Edwards), producido y dirigido por Eva Brandstein, Richard Kaufman y Stuart Samuels. Se había hablado mucho del Lost weekend (Fin de semana perdido) de John Lennon, de su estancia en Los Ángeles, de sus borracheras con Harry Nilssson o Alice Cooper, atribuyéndolo a una especie de cese temporal a cargo de Yoko que lo habría hundido en la miseria y la depresión. Pero las cosas no fueron exactamente así. Con este documental tenemos una visión nueva de los famosos días sin huella de Lennon, compartidos con la protagonista de la historia, May Pang, dispuesta a explicar eso que en los programas de telerrealidad definen como “su verdad”.
Si hemos de hacer caso a May Pang, la cosa empezó como un apaño de Yoko Ono, habituada a controlar a su brillante marido, que aquí muestra cierta tendencia a ejercer de calzonazos, para librarse una temporada de él, pero conservándolo a cierta distancia, aunque fuese llamando por teléfono a May entre quince y veinte veces diarias para saber cómo iban las cosas. Pero ya se sabe que el roce hace el cariño y John y May acabaron enamorándose, para desesperación (callada) de Yoko, quien veía que las cosas no estaban saliendo según lo previsto: el inmenso colectivo de fans de los Beatles que detestan a Yoko Ono se lo pasarán en grande con The lost weekend, pues la mujer de Lennon aparece como una bruja autoritaria, manipuladora y prepotente muy dada a controlarlo todo en su propio beneficio. La imagen de John Lennon, por el contrario, no sale muy bien parada en esta película: nadie duda de su inmenso talento, pero sí de la convicción de sus ideas políticas, de su fortaleza de carácter, de su propensión al endiosamiento y de un pasado de niño no muy querido del que nunca se recuperó del todo, encontrando en Yoko Ono, por el mismo precio, una amante, una mamá y una líder espiritual que le daba instrucciones atendiendo previamente a algo tan gaseoso como la buena o mala alineación de las estrellas.
Apariciones de George Harrison y Paul McCartney
Si hemos de hacer caso a May Pang, el año y medio que pasó con Lennon fue, en general, dichoso. Exceptuando alguna vez en que al Beatle se le fue la mano, así como la torrija permanente en la que estaba inmerso junto a su amigote Harry Nilsson. Por el camino, la amistad con David Bowie (ambos compusieron, junto a Carlos Alomar, el exitazo Fame, de cuando Bowie se dedicaba a lo que él llamaba Plastic funk, o sea, el estupendo álbum The young americans) y Elton John, con el que Lennon fabricó Whatever gets you through the night y con el que actuó en directo en la que sería su última salida a un escenario (de Lennon, no de Elton, quien, si no me equivoco, sigue embarcado en una interminable gira de despedida).
Todo parecía ir bien para John y May cuando Yoko decidió que ésta debía devolverle a su marido. Yoko llamó por teléfono. John desapareció un fin de semana. Cuando May lo volvió a ver, según ella misma cuenta, se encontró con otra persona, con alguien que había decidido volver al redil. Siguieron viéndose durante un tiempo, con sexo, pero de uvas a peras, hasta que Lennon fue asesinado a las puertas del Dakota, dejando dos viudas en vez de una (o tres, si incluimos a su primera esposa, Cynthia, madre de su hijo Julian, cuyas llamadas a papá ignoraba Yoko de manera implacable). En 1989, May Pang se casó con el productor Tony Visconti (el amigo del alma de Bowie, previamente unido a Mary Hopkin, aquella chica que triunfó con la canción de Paul McCartney Those were the days, que hasta tuvo una versión en español, Qué tiempo tan feliz), que le duró hasta el 2000 y con el que tuvo dos hijos.
El otro amor de John Lennon ilustra una historia y unos momentos a los que no se había dedicado hasta ahora el interés necesario. Ideal para fans de los Beatles (especialmente, insisto, los que siempre han odiado a la maquiavélica Yoko Ono), incluye apariciones de George Harrison y Paul McCartney y la de una estrella invitada siempre resultona, el productor Phil Spector, ya en la cima de su chaladura, arruinando a base de cogorzas, instrucciones absurdas y disparos al aire la grabación de Rock & Roll, el disco de Lennon dedicado a versionar sus clásicos favoritos. Hemos recuperado el fin de semana perdido de John Lennon, de lo cual me congratulo (y creo que no seré el único).