Interesante documental en Movistar sobre el actor norteamericano Harvey Keitel (Nueva York, 1939). Coproducido por la cadena franco alemana ARTE y dirigido por Stephane Benhamou, Las sombras de Harvey Keitel (Harvey Keitel. A l´ombre des tenebres; en la versión original, el señor Keitel, además de sombras, también tiene tinieblas) ofrece en poco menos de una hora un brillante y didáctico resumen de la vida y la obra de uno de los mejores actores de los últimos tiempos, mientras destaca su (¿involuntaria?) tendencia a no llegar a ninguna parte a base de desperdiciar las mejores oportunidades. Al final del visionado, te quedas con la impresión de que el bueno de Harvey ha acabado triunfando a su pesar, pues su habilidad para ponerse la zancadilla a sí mismo marcó su carrera hasta principios de los años 90, cuando ayudó a Quentin Tarantino a levantar Reservoir dogs, trabajó con Jane Campion en El piano y, poco a poco, fue dejando atrás sus tendencias autodestructivas (aunque la academia de Hollywood no lo ha tenido mucho en cuenta a la hora de repartir sus célebres premios: Keitel solo atesora una nominación a mejor actor secundario por su participación en Bugsy, la biopic del gánster judío que fundó Las Vegas, Bugsy Siegel).
Leyendo entre líneas, uno llega a la conclusión de que la falta de confianza en sí mismo del señor Keitel se debió a que se consideraba un tarugo y todos los actores y directores con los que se cruzaba le parecían más listos que él. Tiene su lógica: nacido en Brooklyn de padres judíos centroeuropeos, el joven Harvey formaba parte de una pandilla compuesta por lo peor de cada casa, no paró hasta que lo echaron del instituto, no pisó una universidad en su vida y a los diecisiete años se alistó a los marines, con los que se tiró dos años que, según él, constituyeron una experiencia trascendental que le ayudó a ir un poco mejor por la vida cuando se reintegró a la sociedad civil. De regreso en Nueva York, eso sí, no sabía muy bien qué hacer y fue empalmando trabajos alimenticios hasta que un amigo le sugirió que estudiara para actor, lo cual, en el peor de los casos, le ayudaría a controlar su dislexia. Fue así cómo nuestro hombre acabó en el Actor´s Studio del mítico Lee Strasberg y descubriendo la ocupación que, mal que bien, le acabaría alimentando durante toda su existencia.
En 1967, Harvey Keitel respondió a un anuncio de Martin Scorsese y se convirtió en el protagonista de la primera película de éste, Who´s that knocking at my door, dando inicio entre ambos a una bonita amistad que los llevó a colaborar en Malas calles (1973), Alicia ya no vive aquí (1974) o Taxi driver (1976). El complejo de gañán del señor Keitel, por cierto, le llevó a intentar ceder el papel principal de Malas calles y Taxi driver a su amigo Robert de Niro, que le parecía mejor actor que él. No lo logró en la primera, pero sí en la segunda, donde prefirió quedarse con el papel del macarra de la camiseta imperio en vez del del taxista perturbado. Por los motivos que fuesen, Scorsese se acabó cansando de él (parece que tocaba mucho las narices en el set a causa de su perfeccionismo) y no volvió a contar con Harvey hasta La última tentación de Cristo (1988).
El maldito lado oscurso de Keitel
Y en el ínterin, el gran desastre. Francis Ford Coppola lo contrata para protagonizar Apocalypse now (1979), pero no se aclara con Keitel, que pone pegas a todo. Una vez más, la lucha de clases. El presunto tarugo Harvey se siente disminuido ante alguien que ha ido a la universidad, ha visto todas las películas del mundo y tiene las cosas tan claras que todas sus sugerencias para el personaje le entran por una oreja y le salen por la otra. Conclusión: adiós, Harvey; hola, Martin (Sheen). Nuestro hombre se deprime, cree estar muerto para la industria de su país e inicia un peregrinaje por Europa, donde rodará abundantes birrias con fines exclusivamente alimenticios y un par de películas decentes, La muerte en directo (1980), de Bertrand Tavernier (alguien al que le cogerá mucho afecto), y La noche de Varennes (1981), de Ettore Scola.
No será hasta principios de los años 90 que Harvey Keitel podrá marcarse un cierto ritorna vincitore a los Estados Unidos. Colabora en la producción de Reservoir dogs, interpreta al Señor Lobo de Pulp fiction, protagoniza El piano, de Jane Campion, y, sobre todo, se hace con el papel de su vida en la película de Abel Ferrara Bad lieutenant, escrita por la actriz Zoe Lund, curioso y olvidado personaje que acabó muriendo de una sobredosis de heroína. Teniente corrupto es también la mejor película de Ferrara, quien últimamente no da pie con bola (da la impresión de que dejar el alcohol y las drogas no le ha sentado especialmente bien). Y lo de Keitel es un recital impecable de principio a fin, consiguiendo meter al espectador en ese espantoso inframundo en el que vive un poli autodestructivo que, para redimirse, se empeña, entre copa y copa y raya y raya, en atrapar a los violadores de una monja.
Desde entonces, Harvey Keitel es una presencia respetada en la escena internacional. De sus últimos papeles, me quedo con el que interpretó para Paolo Sorrentino en La juventud. Creo que ha superado, por fin, su complejo de zoquete sin estudios y que, a su manera, ha logrado derrotar a su maldito lado oscuro. O a esa conclusión he llegado tras tragarme ese documental de ARTE que les recomiendo vivamente.