La película de Caye Casas La mesita del comedor llevaba muriéndose de asco desde su realización en 2022 hasta que a Stephen King se le ocurrió decir que era magnífica. En ese momento, Filmin la colgó en su parrilla y la gente se fijó en ella (hasta entonces, solo algunos festivales de cine le habían reconocido sus méritos). No es que la opinión del señor King sea de las que van a misa, pues aún recuerdo sus encendidos elogios de la serie La casa de papel, de la que me desenganché tras dos episodios y a la que nunca volví, pero es indudable que tiene su peso. Y en este caso en concreto, rebajando un poco el entusiasmo, la verdad es que uno está de acuerdo con él: La mesita del comedor es una de las experiencias más espeluznantes que pueda vivir el aficionado al cine en general y al cine de terror en particular.
Confieso no haber visto Matar a Dios (2017) la primera película de Caye Casas (Tarrasa, 1976), probablemente porque no estaba ahí Stephen King para recordármelo, pero pienso llenar esa laguna en cuanto pueda. Hay algo muy especial en La mesita del comedor, que no es exactamente una película de terror a la usual usanza, con sus sustos, sus presencias paranormales, su música tenebrosa y demás elementos del género. Es, eso sí, la historia de una desgracia humana, la peor que podamos imaginar, y de la extraña reacción de los involucrados en ella (no especificaré la desgracia en concreto por aquello de evitar el spoiler). Esta historia podría haberse explicado a la manera de un drama personal, sin recurrir a ingredientes del cine de terror, y tal vez así hubiese tenido algo más de suerte a la hora de encontrar distribuidor. Pero el señor Casas ha optado por presentarnos un drama humano disfrazado de película de género o, mejor dicho, de géneros, pues el espanto aparece envuelto en una estructura de comedia cotidiana que solo sirve para que lo horroroso lo sea aún más. El terror de La mesita del comedor está más cerca del de la película de Michael Haneke Funny games que de El exorcista, para entendernos. De ahí que su visionado sea de una incomodidad rayana en las ganas de apagar el televisor, irse a la cama corriendo y cubrirse hasta la coronilla con el edredón.
Todo empieza dentro de la más estricta cotidianidad. Jesús (David Pareja) y María (Estefanía de los Santos) acaban de tener un bebé al que han puesto de nombre Cayetano. Cansado de que su mujer tome todas las decisiones domésticas (de los muebles a la pintura de las paredes, pasando por todos los elementos decorativos), Jesús se empeña en adquirir una mesita espantosa consistente en una plataforma de vidrio sostenida por dos seudo cariátides doradas. A María le dan asco la mesita y el tipo que se la intenta vender, pero cede para tener la fiesta en paz, ya que la pareja no parece pasar por un momento especialmente eufórico de su relación. La desgracia irreparable que no les puedo revelar tiene lugar durante una breve ausencia de María, que ha salido a comprar algo para cenar porque vienen el hermano de Jesús y su novia. Jesús tiene un accidente (fuera de cuadro) y la mesa se hace añicos mientras él recorría el salón con el bebé en brazos. Lo que viene a continuación es el espanto en forma de comedia costumbrista: la actitud ausente de Jesús, las pullas con su hermano, los intentos de la novia de éste por caer en gracia, el bebé teóricamente dormido en su habitación, el elogio de la tortilla de patata como alimento ideal…Para acabarlo de arreglar, se produce la aparición de una vecina de trece años que está locamente enamorada de Jesús y que asegura que él la corresponde, como demuestra el hecho (probablemente inventado) de que la besó un día en el ascensor…
Estómago y paciencia
Todo se cocina a fuego lento. La tragedia no se masca porque ya ha tenido lugar y solo nos queda esperar a ver cómo alcanza su punto de ebullición (que será tremendo). La incomodidad del espectador va en aumento, pero es imposible apartar la vista de la pantalla. Y luego se queda uno con la impresión de haber visto una de las películas más extrañas de los últimos tiempos, carne de festivales, veneno para distribuidoras y rareza cruel que me produjo sensaciones parecidas a las de A serbian film, aquella película balcánica que puso patas arriba el festival de Sitges hace unos años. Un cuento cruel. Eso es exactamente La mesita del comedor. Un cuento que le exige al espectador estómago, paciencia y un sentido del humor ligeramente retorcido. Un cuento que te lleva a preguntarte cómo le funciona el cerebro al señor Casas para ser capaz de alumbrar una historia tan bestia en la forma y en el fondo.
¿Se la estoy recomendando? No estoy seguro. Tampoco sé si me gustó o si, simplemente, me dejó pasmado. Pero con un presupuesto de risa, un apartamento de su Terrassa natal, unos actores tan buenos como desconocidos y la bendición de Stephen King, yo creo que Caye Casas se ha ganado el derecho a seguir rodando películas insólitas en vez de volver a su antiguo oficio de humorista gráfico (pasó por Sport, Fotogramas, Cinemanía o el difunto semanario Interviu). Merece la pena ver La mesita del comedor, pero requiere cierto valor y, sobre todo, olvidarse de que el cine es un arma de entretenimiento.