Veintiséis años después de su publicación en 1998, la novela de Tom Wolfe A man in full (Todo un hombre, editada en España por Anagrama) se ha convertido en una excelente miniserie de Netflix (seis episodios) creada por David E. Kelley (veterano showrunner, de Ally McBeal y L.A. Law a Big little lies y The undoing) y protagonizada por un espléndido Jeff Daniels en el papel de Charlie Croker, el macho alfa del título, un ejemplo señero de que eso que ha dado en denominarse masculinidad tóxica.
Charlie es un empresario triunfal (o sea, sin muchos escrúpulos) en Atlanta, Georgia, donde ha edificado la perla de su corona, el rascacielos The Concourse, que es como un monumento a su propio pene. Casado en segundas nupcias con una mujer a la que le dobla la edad, aguanta estoicamente a su ex esposa, Martha (Diane Lane) mientras se le queja de que, al hijo en común, que ha salido sensible y buen chico, se lo está amariconando. Charlie es todo un héroe local desde sus tiempos de jugador de fútbol americano, época de la que aún conserva el casco. Charlie se considera todo un hombre y, cuando no sabe qué decir, afirma sin rubor que a todo hombre de verdad le llega el momento de poner, con perdón, los huevos sobre la mesa.
Se verá obligado a hacerlo cuando Raymond Peepgrass (Tom Delphrey), empleado bancario y aspirante a macho alfa, se empecine en amargarle la vida porque le odia y admira a la vez y aspira, no muy disimuladamente, a relevarlo en el cargo de master of the universe. Y es que Charlie ha descuidado un tanto sus finanzas, ha despilfarrado más de la cuenta (¿realmente necesitaba un avión privado?) y resulta que debe mil millones de dólares al banco en el que presta sus servicios el rastrero señor Peepgrass, que siempre se ha sentido tratado como un mindundi por el antiguo héroe del fútbol universitario y solo piensa en vengarse de él, humillándolo todo lo posible en el proceso.
La obsesión americana por el triunfo
A man in full es una reflexión entre cruel e irónica sobre la masculinidad tóxica y cómo heredarla, una lucha entre dos generaciones de amos del universo que solo puede acabar como el rosario de la aurora (y hasta ahí puedo leer para no incurrir en el spoiler) y en el que la nueva hornada de sietemachos es aún más despreciable que la vieja: en su concepción implacable del triunfo, Charlie Croker aún conserva cierto respeto por la ética (que se pone de manifiesto en un momento muy concreto de la historia), mientras que el reptiliano Raymond Peepgrass es capaz, literalmente, de cualquier cosa con tal de salirse con la suya (¿se lía con la ex mujer de Charlie porque le atrae o para hacerle un poco más la puñeta a su némesis?). Cuando recibe órdenes de arriba para que deje en paz a Charlie (se ha metido por en medio el alcalde de Chicago, que fue a la universidad con el abogado de Industrias Croker), Raymond no se da por aludido, pese a los sabios consejos de su inmediato superior, quien le sugiere que se busquen una nueva presa y sigan con su labor de zapa (el tipo pasó por el ejército y, como le dice a su secuaz, “Los enemigos cambian, pero la guerra continúa. Los nazis, los rusos, los vietnamitas, los iraníes…Da igual, Raymond, lo importante es la guerra, no el adversario”).
El mezquino señor Peepgrass habría hecho bien en seguir el consejo de su encallecido superior, pero es incapaz: se ha propuesto destruir a Charlie y ocupar su cargo en el ranking local de masters of the universe, aunque sea lo último que haga. Y ahí está la gracia de la historia. Peepgrass no es un personaje de Frank Capra, no es un buen tipo que quiere poner en su sitio a un capitalista despreciable, sino el representante de una nueva generación de hijos de perra perfeccionada con respecto a la anterior y carente de la menor muestra de empatía y humanidad. El abyecto Raymond es un nuevo modelo de Terminator que convierte al anterior en una persona casi digna.
Subyace en toda la trama la obsesión americana por el triunfo, la manía de dividir a la gente entre ganadores y perdedores, el ansia por convertirse en el más rico del cementerio, la obligación de carecer de escrúpulos si quieres llegar a algo en esta vida…En resumen, todo lo que hace posible que alguien como Donald Trump llegue a presidente de su país o que el actual mandatario compatibilice el envío de ayuda humanitaria a Palestina con la venta de armas a Israel. A man in full transcurre en un microcosmos, pero su mensaje se extiende a toda Norteamérica y al resto del mundo (ha habido quejas de gente que considera que la novela de Wolfe merecía una mejor adaptación, pero, si tenemos en cuenta que había que encajar una cantidad desmesurada de páginas en menos de seis horas de video, yo diría que las cosas han salido mejor que bien).