'El último late night': falsos documentales, el diablo y el mundo de la telebasura
Los cineastas australianos Colin y Cameron Cairnes retratan los miedos de la sociedad estadounidense en los años 70 mediante una hábil combinación de distanciamiento irónico y giros de guion muy bien elaborados
22 mayo, 2024 17:53Entre finales de los años sesenta y durante la década de los setenta del siglo pasado se estrenaron tres películas sobre el anticristo que devinieron auténticos fenómenos sociológicos: La semilla del diablo (1968) de Polanski, adaptación de la novela de Ira Levin; El exorcista (1973) de Friedkin, sobre el libro de William Peter Blatty, y La profecía (1976) de Richard Donner, con guion de David Seltzner, que después él mismo convirtió en novela. Como otras obras del cine de terror del periodo, trasladan a la pantalla la incertidumbre, tensión y crisis moral de aquellos años convulsos, cuyo epítome cinematográfico es Taxi Driver (1976) de Scorsese.
Impactos muy reales como los asesinatos de la familia Manson en 1969 o los del Hijo de Sam en el verano de 1977 en Nueva York, junto con figuras estrambóticas como Anton LaVey, fundador de la Iglesia de Satán -supuestamente implicado en la muerte en accidente de la actriz Jayne Mansfield por una maldición que había lanzado-, generaron en la atemorizada sociedad estadounidense una creciente inquietud en torno a presuntos cultos satánicos. La paranoia acabó estallando en los años ochenta, con el llamado Satanic Panic, del que hablaremos más adelante.
Este clima es el que recrea Late Night with the Devil, que aquí se estrena con el absurdo título de El último late night, cargándose la referencia al personaje alrededor del que gira la película. Ambientada en 1977, el protagonista es un ambicioso presentador televisivo llamado Jack Delroy, cuya obsesión nunca cumplida ha sido batir al imbatible Johnny Carson. Ahora Delroy está en horas bajas y su show -que se llama Night Owls (Buhos nocturnos)- corre peligro de ser liquidado. Para evitarlo, busca un golpe de efecto en la emisión especial de la noche de Halloween.
Por sintetizarlo con una boutade: estamos ante una suerte de Network, un mundo implacable (1976) -otro gran título setentero, que alertaba ya entonces sobre la telebasura-, con el mismismo diablo como invitado estrella de un programa que trata de remontar audiencia a cualquier precio. Y es que resulta que el plato fuerte de esa emisión es una niña poseída, única superviviente de un culto satánico (la Iglesia de Abraxas, claramente inspirada en la Iglesia de Satán de LaVey). Acude acompañada por la parasicóloga que la está tratando y ha escrito un libro titulado Conversations with the Devil (Conversaciones con el demonio).
También esto está inspirado en un hecho real. En 1980 el psiquiatra canadiense Lawrence Pazder publicó Michelle Remembers, coescrito con su paciente Michelle Smith, a partir de las sesiones de hipnosis y terapia regresiva llevadas a cabo desde 1976 con esta mujer con graves trastornos mentales. La terapia permitió que emergieran los recuerdos traumáticos bloqueados de su infancia en una secta satánica en la que sufrió todo tipo de atroces abusos.
Con el tiempo se desveló que todo era una patraña, pero entre tanto el libro se había convertido en un best-seller. Y en la palanca que desató la psicosis colectiva conocida como Satanic Panic: se acumulaban las noticias escabrosas sobre cultos al maligno, secuestros y sacrificios de bebés y actos sexuales aberrantes, que en la inmensa mayoría de los casos resultaban ser simples bulos… Es el clima que retrató Amenábar en la incomprendida Regresión. Por cierto, si me permiten un chisme: el psiquiatra canadiense y su paciente satánica se acabaron casando.
El último late night está dirigida por los hermanos australianos Colin y Cameron Cairnes, que tienen dos cintas de terror previas no estrenadas en España. Rodada con un presupuesto muy bajo, retrata los miedos y los mitos de los años setenta, combinando cierto distanciamiento irónico con una tensión creciente y unos giros de guion muy bien elaborados. Lo que la convierte en algo más que una película de terror del montón es su astuto uso de dos recursos: el mockumentary y el found footage.
El mockumentary (falso documental, habitualmente con intención satírica) ha dado como mínimo dos obras maestras: Zelig (1983) de Woody Allen y This is Spinal Tap (1984) de Rob Reiner, sobre un apócrifo grupo de heavy metal que algunos incautos llegaron a creerse que existía de verdad. En el largometraje de los hermanos Cairnes se utiliza este recurso en una introducción que esboza una sucinta biografía del presentador televisivo, en la que aparecen dos elementos después relevantes para la trama: se rumorea que forma parte de una secta de personas ricas y poderosas que se reúnen en un bosque y responden al nombre de La arboleda, y su esposa, una actriz a la que conoció en una representación de Oh! Calcutta!, ha fallecido hace poco de cáncer.
Después entra el found footage (otro tipo de falso documental, en este caso supuesto material grabado y perdido que alguien rescata y saca a la luz), cuyo máximo exponente sería El proyecto de la bruja de Blair (1999), aunque hay un par de antecedentes muy relevantes. En primer lugar, Holocausto caníbal (1980) de Ruggero Deodato, largometraje-escándalo en el que los miembros del equipo de filmación eran asesinados y devorados por una tribu amazónica.
La cosa coló como real hasta el punto de que el cineasta fue arrestado en Milán, porque se llegó a sospechar que las muertes que aparecían en pantalla eran reales. Tuvo que convocar a los desconocidos actores para demostrar que seguían vivos. En segundo lugar, Ghostwatch (1992), presunto documental sobre hechos paranormales que la BBC emitió en 1992 sin advertir que era ficción, lo cual generó un efecto similar al de la radiofónica La guerra de los mundos de Orson Welles. En España, el found footage ha dado un hito de repercusión internacional: REC (2007) de Jaume Balagueró y Paco Plaza.
El último late night juega en esta liga porque lo que se nos presenta es la master tape que se daba por perdida de la última emisión de Night Owls, que acabó en tragedia. Los cineastas clonan de forma muy veraz la estética televisiva setentera, desde los movimientos de cámara hasta el decorado del plató y el vestuario. Incluso la textura de la película imita la tosquedad del video, con algunas alteraciones puntuales de la imagen. Incorporan además las pausas publicitarias para generar tensión dramática y para introducir imágenes en blanco y negro del backstage.
Para que la propuesta funcione son fundamentales los personajes y los muy bien elegidos actores que les dan vida. Por un lado está el público en el plató, que lleva disfraces de Halloween e incluye un inquietante espectador vestido de esqueleto, cuyo rostro nunca vemos. Al ambivalente presentador lo interpreta de forma superlativa David Dastmalchian, un secundario de rostro peculiar al que han visto en El caballero oscuro, Blade Runner 2049, El escuadrón suicida y Dune entre otras muchas. Junto a él, el director de la orquesta del programa (el debutante Rhys Auteri) es un tipo asustadizo, rechoncho, calvo y con bigote, ataviado con un ridículo disfraz de diablo y que maneja un Theremín (todo un homenaje al terror clásico).
Y después están los invitados. Un farsante mentalista que responde al nombre de Christou (Fayssal Bazzi) cuyo trágico destino empieza a sembrar el nerviosismo de que algo no va bien. Un mago descreído dispuesto a desmontar las patrañas esotéricas (Ian Bliss en un papel inspirado en un personaje real: el mago James Randi, famoso por su cruzada para desenmascarar a Uri Geller, aquel israelí que doblaba cucharas con la mente). Y por último aparecen la guapa parapsicóloga (Laura Gordon) y la niña poseída (Ingrid Torelli, que logra transmitir muy mal rollo).
Por la época que retrata y la temática, la película tiene un aire de familia con la estupenda serie de Berto Romero El otro lado (Movistar +), parodia del pionero español de la parapsicología televisiva Jiménez del Oso (los lectores que tengan una edad seguro que se acuerdan de él y de Uri Geller). Sin embargo, la serie tira más hacia la comedia, mientras que los hermanos Cairnes mantienen en todo momento embridada la ironía para no derrapar hacia la caricatura.
El último late night es un divertimento ingeniosísimo y muy bien ejecutado, pero otros méritos más: presenta una acerba mirada sobre el manipulador sensacionalismo televisivo, que todo lo banaliza para convertirlo en espectáculo, y construye un turbio personaje central que ha hecho un pacto fáustico por el que va a pagar un alto precio.