Paradojas del universo Netflix: mientras Ripley pincha porque la gente la encuentra morosa, aburrida y excesivamente estetizante, Mi reno de peluche, que es, en principio, más minoritaria y especialmente perturbadora, lo peta. Ambas series son de lo mejor que uno ha visto últimamente, pero una ha caído en gracia y la otra no: el público, ese gran enigma.
Escrita y protagonizada (y vivida, pues se basa en una escalofriante historia real), Mi reno de peluche (Baby reindeer) nos cuenta en siete magnéticos episodios las desgracias de Donny Dunn (Richard Gadd), un aspirante a monologuista de sexualidad confusa y dudosa gracia que se convierte en el objeto de deseo de Martha (Jessica Gunning), una abogada que no está bien de la cabeza y se dedica a acosarlo de todas las maneras posibles, haciéndole vivir una pesadilla que dura la friolera de tres años.
Todo empieza de manera aparentemente inocente: Donny sirve copas en un pub y un mal día aparece Martha, una obesa mórbida que se sienta en la barra, dice que no tiene un céntimo (aunque, según ella, es una abogada de campanillas que se trata con lo más alto de la buena sociedad británica) y se deja invitar por nuestro sufrido protagonista a una taza de té. A partir de ahí, Donny ya no se quita a Martha de encima…Y lo peor es que eso no le desagrada del todo: puede que a la abogada cesada y caída en desgracia le falte una patata para el kilo, pero el humorista siniestro metido a barman también tiene lo suyo; concretamente, una autoestima por los suelos, un auto odio considerable, la sensación de ser un inútil y la impresión de que nadie le ha querido nunca y además se lo merece.
Se crea así una situación de extraña dependencia mutua entre la loca y el neurótico, quien desaprovecha todas las oportunidades que se le presentan para librarse de ella. En ese sentido, Mi reno de peluche (basada en la propia pieza teatral del señor Gadd) no es tanto la historia de una obsesión como un largo psicoanálisis a solas de la supuesta víctima, un tipo que nunca se ha sentido a gusto en su piel y que se muere por agradar. Es así cómo cae en manos de un depredador llamado Darrien (Tom Goodman-Hill) que le promete echarle una mano en su carrera, pero lo único que hace es drogarlo, abusar sexualmente de él y confundirle más de lo que ya está.
Oportunidad para el optimismo
Donny no entiende por qué pasa los fines de semana en casa de Darrien, desatendiendo a su novia (que lo acaba plantando) y siendo objeto de sus sevicias, pero, a pesar del abuso, siempre vuelve a por más, como si pensara que merece tanto envilecimiento. Mientras sufre la persecución de Martha, Donny se entrega a una sexualidad promiscua con hombres y mujeres que le destruye el cerebro un poco más. Hasta que se enamora, con algo de vergüenza, de una mujer trans llamada Teri (la mexicana Nava Mau), a la que quiere, pero oculta a sus conocidos. Lógicamente, cuando Martha se entera de la relación, monta la de Dios es Cristo y acaba apaleando a Teri y hasta arrancándole mechones de pelo. Incapaz de poner remedio a la situación, Donny es abandonado por Teri. Prosigue el acoso, favorecido por Donny al tener sexo con Martha porque es la única manera de que se le levante con su novia trans. Y así sucesivamente.
Mi reno de peluche podría haber sido el típico melodrama de acoso sexual a lo Atracción fatal, pero Richard Gadd, afortunadamente, no es Joe Eszterhas. La miniserie, en realidad, no va sobre Martha, sino sobre Donny. O sea, sobre el propio Gadd, quien muestra un valor considerable al explicar cosas de su vida que la mayoría de la gente preferiría mantener ocultas. En ese sentido, Mi reno de peluche es una larga sesión de terapia personal curativa a cargo de un hombre que, como el personaje de Shakespeare, cada vez sabe menos quién es él y quienes son todos los demás.
Que funcione una propuesta tan arriesgada como ésta es una oportunidad para el optimismo en el mundo del streaming (sí, lástima de lo de Ripley). La sinceridad del señor Gadd contribuye enormemente a que te tragues los siete episodios de un tirón, como te descuides. Quieres saber cómo acaba Martha, pero, sobre todo, quieres saber cómo se lo hace Donny para sobrevivir a sí mismo. Mientras te pasmas ante la brutal confesión de Richard Gadd en forma de miniserie, como si también aspirara de algún modo a nuestra absolución. Me alegro de que lo haya conseguido en forma de éxito de audiencia.