En ese inmenso cajón de sastre sin criterio alguno que es Netflix, puedes encontrarte con lo mejor y con lo peor cada vez que, siguiendo tu intuición del momento, decides ver determinada película. Puede que te tragues algunos pestiños, pero, si perseveras, a veces aciertas de pleno. Es lo que me pasó a mí hace unas noches con Juego limpio (Fair play, 2023), que Netflix -cuyos responsables a veces parece que no han visto el material que cuelgan- presenta como un thriller erótico, cuando en realidad es el demoledor drama humano de una pareja que se autodestruye por trabajar en un entorno tóxico, concretamente en un fondo de inversiones de riesgo de esos en los que si haces ganar dinero a tus jefes, te ascienden, pero si se lo haces perder, te despiden con cajas destempladas. Del reparto, uno solo conocía al gran Eddie Marsan (el hermano boxeador con una enfermedad degenerativa de Liev Schreiber en la estupenda serie Ray Donovan), que interpreta al diabólico Campbell, mandamás de esa empresa de inversiones en la que trabajan Emily (Phoebe Dynevor) y Luke (Alden Ehrenreich), quienes cometen el error de enamorarse en el entorno menos propicio para tan noble sentimiento.
Fair play es el primer largometraje -guion y dirección- de la norteamericana Chloe Domont (Los Ángeles, 1987) y debería anunciarle una carrera brillante en el mundo del cine. Antes de esta película, colaboró como guionista en algunas series de televisión (entre ellas, Billions) y dirigió varios cortometrajes, entre los que destaca All good things (Todo lo bueno), que cuenta cómo se conocieron sus padres en una reunión de Alcohólicos Anónimos, algo que supera el conocer a alguien en un bar o mediante una app de citas. No sé cómo fue la vida de la pequeña Chloe junto a los dos ex beodos, pero, en cualquier caso, resulta evidente que la preparó para escribir historias como la de Juego limpio, que no es, insisto, el thriller erótico que anuncia Netflix, sino un relato tenso e in crescendo que empieza con la felicidad más absoluta y termina en un drama total y sin paliativos, dibujando un retrato angustioso de la destrucción de una pareja.
Luke y Emily llevan su relación en secreto para no buscarse problemas con el arrogante y desagradable Campbell y no tener que encajar las bromitas de sus compañeros de trabajo, una pandilla de buitres carroñeros carentes de la más elemental empatía que solo piensan en forrarse y escalar en la empresa. Luke y Emily son buena gente, pero enseguida observamos que tal vez no han elegido el oficio adecuado para poder demostrarlo. Cuando un jefazo es despedido por haber metido la pata, costándole una pequeña fortuna a la compañía (el tipo se pone a destrozar su despacho y tienen que hacerse cargo de él los de seguridad), a Emily le llega el rumor de que su sustituto será Luke, pero la afortunada acaba siendo ella misma. Luke lo encaja bien, aunque no tardan en emerger los típicos rencores masculinos hacia el triunfo de una mujer (tranquilos: no hay aquí el menor atisbo de sermón feminista). Campbell no para de llamar a Emily a las horas más intempestivas, lo cual suscita los celos de Luke, quien se teme que su jefe esté intentando beneficiarse a su novia (algo que los buitres carroñeros de la oficina siniestra dan por supuesto, pues no ven otro motivo para que una mujer prospere en ella).
Cineasta humanista
A todo esto, Luke y Emily se han comprometido y Emily comete el error de contárselo a su madre, quien se lanza de inmediato a organizar una fiesta que la pareja no le ha pedido. Mientras se va acercando la fecha infausta del jolgorio, la relación entre Luke y Emily se va deteriorando hasta el punto de que Luke, ligeramente bebido, monta un cirio en la oficina que le granjea el despido inmediato. Se descubre el pastel de su relación y Emily, totalmente contagiada por el entorno tóxico, le dice a Campbell que Luke es un acosador que la ha estado persiguiendo durante meses hasta salirse con la suya, pero que ya se ha librado de él (¡todo sea por salvar el cargo y los monises!). Así están las cosas cuando ambos acuden a la fiesta de mamá y la convierten en una bronca pública que deja a todos los invitados pasmados…No les cuento el final, pero se lo pueden imaginar.
Juego limpio no se estrenó en España y anda medio escondida en el catálogo de Netflix, pero es una de las mejores películas que uno ha visto últimamente. Sin recurrir jamás a la moralina y el sermón, Chloe Domont consigue poner el dedo en la llaga a varias bandas, abordando el feminismo, el machismo, el poder destructor del dinero y la inhumanidad inherente a determinados oficios basados exclusivamente en forrarse el riñón a cualquier precio. Una hermosa historia de amor acaba como el rosario de la aurora por culpa, en el fondo, de un sistema inmoral y destructivo en el que solo pueden triunfar los que carecen de escrúpulos y sensibilidad. Lo dicho: en Netflix puedes toparte con auténticos truños, pero también descubrir joyas ocultas como Fair play, que convierten a su autora en una cineasta humanista de primera magnitud. Quedo a la espera de su siguiente película, si es que alguien se la financia.