El británico Robert Freegard (Dronfield, Derbyshire, 1971), un estafador con la capacidad de seducción de un gurú de alguna secta destructiva (¿las hay de otro estilo?), es el centro de una apasionante miniserie de Netflix centrada en sus lamentables andanzas durante más de dos décadas: The master puppeteer (El maestro titiritero, aquí traducida como Quién maneja los hilos). No es la primera historia sobre estafadores que uno haya visto, pero sí la más extraña, bizarra e inverosímil. Se echa de menos alguna explicación de cómo alguien que trabajaba de camarero en un pub o de vendedor de coches en un concesionario llegó a convertirse en un gurú del tocomocho moral con intenciones lucrativas, pero el relato de sus constantes canalladas resulta lo suficientemente fascinante como para mantenerle a uno pegado al televisor durante los tres capítulos de la propuesta, dirigida eficazmente por Sam Benstead y Gareth Johnson hace un par de años.
The master puppeteer oscila entre el presente y el pasado del inefable señor Freegard. En el presente, el hombre seduce a través de una app de citas a una mujer divorciada, Sandra Clifton, en cuya casa se incrusta y empieza a manipularla para que se deshaga de sus dos hijos, Sophie y Jake, a los que identifica, con razón, con posibles obstáculos para su plan de dominación total de la madre, a la que se ha propuesto sacarle hasta las tripas. En el pasado, asistimos a la destrucción de tres estudiantes de agricultura (Sarah Smith, Maria Hendy y John Atkinson) a cargo del psicótico Freegard, quien se presenta como un agente del MI5 que corre serio peligro por su lucha personal contra el IRA, que ha puesto precio a su cabeza. Tras convencer a esos tres infelices de que también a ellos los busca el Ejército Republicano Irlandés, emprenden juntos una interminable huida por Inglaterra que dura casi diez años, arruinando en el proceso a las familias de los abducidos por el falso agente secreto, quien les va sacando los cuartos con la excusa de que sus hijos corren un serio peligro del que solo él puede salvarlos. Ya puestos, Farrard tiene dos hijos con Maria Hendy y añade el apellido de ésta al suyo, convirtiéndose así en alguien más posh llamado Robert Hendy-Freegard (los nombres con guion en medio siempre dan como más lustre en Gran Bretaña).
Salirse de rositas
Cuando, gracias a las investigaciones del padre de Sarah, un granjero desesperado porque la policía no le hace ningún caso, Freegard es detenido y pasa cuatro años en prisión (2005-2009), un legalismo lo deja en libertad (ciertamente, no hubo secuestro ni coacción: los tres abducidos tuvieron ocasiones de darse a la fuga y no las aprovecharon, por no hablar de la que tuvo dos hijos con él). Vuelta al presente: el señor Hendy-Freegard se ha salido con la suya con su nueva víctima, la señora Clifton, que ha cortado relaciones con sus hijos y su ex marido (un buen tipo que hace lo que puede para poner orden en semejante sindiós) y, pese a las informaciones de la policía, afirma estar muy a gusto con su secuestrador moral, junto al que quiere permanecer, le cuenten lo que le cuenten de él y aunque vea que su cuenta bancaria va menguando día a día. Así termina The master puppeteer, con el criminal saliéndose con la suya, varias familias destruidas y arruinadas y la sensación de que un maldito psicópata puede salirse de rositas en nuestra garantista sociedad contemporánea.
Afortunadamente, tras la grabación de Quién maneja los hilos, Farrard fue detenido cerca de Bruselas, a instancias de la policía francesa, que lo buscaba por haberse intentado cargar a dos gendarmes que se interesaban por su turbio negocio de venta de perros de lujo, y en estos momentos cumple condena en Francia, si es que no está suelto otra vez a causa de otro oportuno legalismo. Las dos historias que se nos cuentan en The master puppeteer están seleccionadas entre una larga lista de engaños que se extiende a lo largo de más de veinte años y en la que figuran unas cuantas mujeres que no pudieron resistirse al extraño poder de seducción del falso agente del MI5 (físicamente, un tirillas sin especial atractivo sexual, pero dotado de una labia y una capacidad de convicción formidables). Impresionante retrato de un psicópata funcional carente de la menor capacidad de empatía, The master puppeteer nos muestra a uno de los timadores más crueles de todos los tiempos, hasta el punto que su maldad (y su locura) resulta tan perturbadora como hipnótica. No puedo evitar citar un rasgo de su crueldad que, aunque aparentemente menor, creo que ayuda a entender un poco mejor la psique del sujeto: durante la huida de casi diez años con los estudiantes de agricultura, Farrard escuchaba obsesivamente en el coche a Duran Duran. Si eso no es crueldad gratuita, que baje Dios y lo vea.