'Secretos de un escándalo', la manipulación del deseo femenino (y del relato)
Todd Haynes se inspira en el caso de Mary Kay Letourneau, una profesora que tuvo relaciones sexuales con un menor de edad, en una película brillantísima que se sustenta en el juego de manipulación entre dos mujeres
21 febrero, 2024 19:00En los años noventa del siglo pasado Mary Kay Letourneau se convirtió en carne de tabloide. Esta profesora de secundaria fue condenada a prisión por estupro, después de mantener relaciones sexuales con un alumno de origen asiático que tenía trece años. Como festín sensacionalista su historia era imbatible, porque la cosa no acababa ahí: en la cárcel dio a luz a una hija de su pupilo, con el que al salir se casó -para entonces él ya era mayor de edad- y tuvo una segunda hija. ¿Aquello fue un amor loco y verdadero, incomprendido por la sociedad, o se trataba de pura y simple corrupción de menores sin ningún tipo de atenuante? Esta es una de las muchas preguntas que plantea la brillantísima Secretos de un escándalo de Todd Haynes (Los Ángeles, 1961), que se inspira libremente en este caso, pero va mucho más allá de él.
La película mantiene muchos de los aspectos básicos de la historia, aunque ella ya no es maestra, sino la madre de un compañero de clase de su amante adolescente, y la acción se traslada a Savannah (Georgia). Sin embargo, el aspecto más sugestivo de la propuesta es que, en lugar de contar lo acontecido en el momento del escándalo, toma a la pareja -ya casada y con tres hijos- veinte años después, cuando todo ha sido ya deglutido y viven integrados sin aparentes problemas en la comunidad en la que todo sucedió.
Secretos de un escándalo parte de un guion de una inteligencia inaudita para estar escrito por una debutante, Samy Burch. Arranca cuando una actriz con muchas ínfulas pero carrera más bien discreta llamada Elisabeth Berry (Natalie Portman), acude a pasar unos días con Gracie, la protagonista del viejo escándalo (Julianne Moore) y su amante adolescente y ahora marido (Charles Melton). El objetivo: conocer a Gracie en persona, ya que va a interpretarla en una película para televisión.
La aparición de esta entrometida, que procede a husmear en sus vidas y a indagar entre su entorno, amenaza con remover el pasado y sacar a la luz verdades incómodas. La actriz habla con el primer marido de Gracie, con uno de los hijos de ese matrimonio (arrollador Cory Michael Smith en un papel episódico), con el abogado que la defendió y hasta con el propietario de la tienda de animales en cuyo almacén se produjo la relación sexual que generó el escándalo. Cada uno de ellos aporta nuevos ángulos para tratar de entender a este personaje escurridizo y desconcertante: ¿una ingenua que nunca entendió qué había hecho mal; una fría manipuladora que siempre se sale con la suya; una persona herida y desequilibrada que pudo ser víctima de abusos; una mujer enamorada por encima de las convenciones morales y las leyes?
El título original, May December, que nada tiene que ver con el que aquí se le ha puesto, es una expresión americana intraducible que hace referencia a las relaciones entre dos personas de edades muy diferentes y se aplica sobre todo a señores maduros que inician un romance con una jovencita. Lo que hace la película es invertir los factores, ya que en este caso el personaje maduro es femenino. La decisión es avispada, ya que en estos momentos presentar a un trasunto de Humbert Humbert con una Lolita devenida esposa generaría de entrada mucho más rechazo, mientras que tal como está planteada la relación resulta algo más fácil de digerir y esto le proporciona al cineasta más margen de maniobra para poner al espectador ante ciertos dilemas.
En cualquier caso, la propuesta tiene muchas más capas que la mera reflexión sobre las relaciones con menores y construye personajes complejos, repletos de contradicciones y aristas. Haynes se mantiene alejado tanto del sensacionalismo escabroso como del facilón postureo transgresor y de los sermones moralizantes. Eso sí, deja clara una realidad ineludible: hay decisiones que dejan víctimas por el camino -era uno de los temas de Las horas de Michael Cunningham- y en ocasiones la apelación a la libertad es una mera tapadera para justificar la narcisista satisfacción de los deseos sin atender a las consecuencias de los actos.
El centro de la película lo ocupa el juego de seducción y manipulación entre dos mujeres con grandes dotes para la escenificación y la estrategia: la protagonista de la historia y su futura intérprete. Entre ambas, como invitado -y acaso víctima sacrificial- el niño-hombre que nunca ha acabado de crecer (y cría mariposas monarca, que funcionan como diáfana metáfora). Entre las dos figuras femeninas hay un proceso de mimetización: la actriz va apropiándose de los gestos de la otra en un juego vampírico que remite a Persona de Bergman y también a Tres mujeres de Altman. Esto propicia un duelo actoral de altos vuelos entre Natalie Portman (una actriz que interpreta a una actriz que se está metiendo en un papel) y Julianne Moore, que como es habitual en ella asume riesgos y no decepciona.
Hay una escena que resume las virtudes de la película: Gracie, acompañada de la actriz, acude con su hija a comprarle un vestido para la graduación. Por una parte, despliega un prodigioso manejo del subtexto (un pequeño comentario de apariencia anodina nos da mucha información sobre la personalidad de Gracie) y visualmente está compuesta mediante el reflejo en un espejo (un elemento omnipresente en la cinta) que duplica la imagen y apunta la progresiva transformación de la actriz en su nuevo personaje.
Secretos de un escándalo se suma a los grandes retratos femeninos de Haynes: Safe, Lejos del cielo, Mildred Pierce y Carol. El cineasta demostró su virtuosismo con la recreación de los años cincuenta en Lejos del cielo -una nada ingenua relectura de los melodramas de Douglas Sirk- y en Carol, cuyos planos se inspiraban en la pintura de Hopper y la fotografía de Saul Leiter. En ambos casos el acabado visual corría a cargo del exquisito director de fotografía Edward Lachman, con el que ha colaborado en la mayoría de sus películas.
Aquí, para dar forma a un planteamiento estético radicalmente diferente, lo sustituye por Christopher Blauvelt. En Secretos de un escándalo se mantienen los toques de melodrama mediante el reiterado uso de la intensa música que Michel Legrand compuso para El mensajero de Losey, pero el preciosismo de Lachman da paso a colores diluidos, efecto flou, uso de zooms y una composición de los planos que funcionan como pastiche -y en ocasiones directa parodia- de la plana estética televisiva. Es el medio en el que ha triunfado la actriz protagonista y donde va a acabar la historia de Gracie, convertida en ramplona provocación apta para todos los públicos. La escena final muestra el rodaje de esa película, con una ridícula serpiente como símbolo de la tentación en la escena de la seducción.
Mucho antes de eso, hay un momento que acaso proporcione la mejor síntesis de la película: la actriz acude a dar una charla ante los alumnos de teatro del instituto en el que estudian los hijos de Gracie. Ante la impertinente pregunta del gracioso de la clase sobre si ha rodado escenas de sexo, ella responde -las risas iniciales se congelan y se palpa la creciente incomodidad de la audiencia- que en esas escenas en ocasiones una no tiene claro si está simulando que siente placer o, llegado un punto, empieza a verse obligada a simular que no lo siente. En esta simulación está una de las claves de Secretos de un escándalo, cuyo tema de fondo, más allá de los deseos prohibidos, es la reflexión sobre la verdad y sus máscaras, sobre los engaños y los autoengaños, sobre quién tiene el control del relato e impone su visión.